Por Ricardo Roldán
RegeneraciónMx.- Por La gente se arremolinaba alrededor de aquella columna de humo, ¡qué contrariedad!, no lo puedo creer, ¿por qué tanta gente?, no se supone que la sana distancia y no se que tantas madres. Pero ni modo, esperaré pacientemente a que me puedan despachar mis quesadillas. Si de algo tiene fama el mercado de Coyoacán, es de tener las mejores quesadillas de México y lo suscribo.
Quiero dos de esas quesadillas que no necesariamente están rellenas de queso, como tampoco las empanadas están rellenas de pan y mucho menos el pan de muerto tiene trozos de cadáver. Así de fácil.
El sonido de la masa aplaudida, el burbujear del aceite y el incomparable aroma de la fritanga me ha traído a la cabeza un controversial enigma: ¿Por qué ha sido tan difícil entender que las quesadillas pueden contener o no queso?, el término quesadilla, hace alusión a una presentación de determinado alimento popular, delicioso, exquisito y por si fuera poco, de manejo fácil, tanto que, con inclinar la cabeza, hacer media genuflexión y levantar el codo, le puedes hincar el diente y disfrutar de su sabor único. De regreso a la controversia, si nos vamos a poner puristas con el lenguaje, debemos dejar de decirle “kleenex” a los pañuelos faciales, “diurex” o “scotch”, a la cinta autoadherible y acá en el norte, deberán pedir una “bebida refrescante gaseosa sabor manzana” en vez de simplemente solicitar “una coca de manzana”. Y si vamos más lejos, no deberíamos usar el término “buey” para referirnos a un amigo, compañero, camarada, familiar, etc. Porque si alguien espera que la quesadilla esté rellena de queso mandatoriamente, entonces el buey de su amigo deberá tener cuernos y una yunta sobre el cuello. ¡Muero de hambre!
La gastronomía de México es tan vasta, pero a la vez tan similar, que muchos de los ingredientes son repetitivos, queso, crema, guisos mexicanos y por supuesto, algún preparado de masa de maíz con base en las tortillas que pueden ser enrolladas, dobladas, en triángulos, con bordes, chicas, grandes, fritas o naturales.
Con tanto divagar sobre el ser o no ser de la quesadilla, me he puesto purista, por esta vez pediré tres quesadillas de queso en honor de aquellos que aplican el lenguaje literalmente.
Por fin llegó mi turno:
– Señito, me da cuatro quesadillas solo de queso por favor
– ¡Uy, joven!, ya no hay.
– Bueno, ni hablar -que conste que quise ser purista y no se pudo- deme una de Flor, una de huitlacoche, una de sesos, una de chicharrón, una de panza y un refresco “de rojo”.
Nunca vi venir la respuesta filosófica de la “marchantita”:
– No, joven, “no hay masa ya”.
– ¡Qué la chingamos!, gracias por nada, ¡eh!
Molesto y más hambriento aún, me retiré a buscar otra cosa para cenar, ¿qué tal una pizza? Mejor no, ando calientito y si veo a uno de esos puristas necios pedir una “pizza hawaiana”, ¡le parto la madre!
¡Ni modo!, a los de pastor (que tampoco llevan carne de perro alemán o de reverendo cristiano), una orden de cinco tacos, con “pasto y llorona”, salsa verde de la que sí pica, pero no mucho, una gringa (que tampoco lleva menudencias de ciudadana estadounidense) y un Boing de mango. ¡Chingón!