Hacia una convención nacional de resistencias ciudadanas
Los trágicos acontecimientos de Guerrero han sido la gota que derrama el vaso. Dos cosas están claras para la opinión pública: el marcado deterioro social, institucional y ambiental del país ha llegado a su límite y, la causa principal de esa situación de emergencia es el contubernio generalizado entre el poder político (los gobiernos de todas las escalas y de todos los colores) y el poder económico legal e ilegal. La corrupción se ha vuelto el deporte nacional por excelencia, y sus principales practicantes son la clase política (con sus honrosas excepciones) y la clase empresarial nacional y trasnacional, incluyendo a quienes realizan negocios ilegales de toda índole. Estas dos realidades han llevado a multiplicar las resistencias ciudadanas y las autodefensas. Si se registraran y graficaran el número de los focos de conflicto y resistencia en el país, observaríamos un ascenso gradual y un pico máximo en estos últimos días. Todo ello alimenta la esperanza de un sacudimiento social que expulse a quienes han vuelto a México una tragedia y, en muchas regiones, un infierno de violencia, inseguridad, injusticia y corrupción.
¿Qué sigue? La experiencia de otras sociedades en las que la insurgencia y resistencias ciudadanas lograron provocar una transformación sustantiva del orden vigente (Islandia, Brasil, Egipto, Ecuador, etcétera) muestran que la única manera de realizar un cambio verdadero es la de articular toda la gama de protestas, rebeldías, desobediencias y resistencias de carácter local o sectorial en un gran frente de escala nacional. En México esa confluencia debería formarse a partir de por lo menos la organización democrática de seis sectores sociales que hoy dan muestras de su hartazgo: a) los universitarios, estudiantes y profesores de todo el país; b) los trabajadores que hoy mantienen sindicatos independientes y combativos o grupos dentro del sindicalismo blanco (electricistas, mineros, petroleros, universitarios, etcétera); c) los movimientos rurales, incluyendo organizaciones campesinas e indígenas realmente independientes, policías comunitarias, autodefensas, cooperativas, comunidades y ejidos y, por supuesto, al Ejército Zapatista de Liberación Nacional; d) los 500 mil maestros organizados en la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y otras organizaciones que operan por fuera del sindicato oficial; e) los movimientos ambientalistas, organizados ya en la Asamblea Nacional de Afectados Ambientales y las varias redes nacionales de resistencia, y f) los movimientos urbanos, hoy numerosos pero sin articulación, incluyendo decenas de gremios de profesionales, artistas, intelectuales, etcétera.
Cada sector deberá organizar asambleas representativas para nombrar delegados y llevar demandas concretas a una convención nacional. Este gran frente deberá ser totalmente independiente de cualquier partido político y, por supuesto, de las instituciones gubernamentales. Sus primeros objetivos deberían ser tres: decantar un conjunto mínimo de acuerdos a ser levantados como demandas no negociables de la sociedad, organizar un tribunal ciudadano formado por una veintena de mexicanos distinguidos, honestos e independientes, que evalúe el papel jugado por los gobiernos actuales y pasados, y preparar una consulta nacional que determine la permanencia de las actuales autoridades federales y, en su caso, de nivel estatal o municipal.
Sólo construyendo el poder social, sólo tejiendo redes, organizando la energía ciudadana, alcanzando el consenso, presentando un solo frente que invoque no ideologías sino honestidades, derechos humanos y valores legítimos, los mexicanos lograremos revertir la pesadilla actual. Y como lo muestran tantos ejemplos de la historia: ¡los mexicanos podemos!