Por: Javier Jiménez Espriú
Vergonzosa, la unanimidad priísta sobre la reforma energética. La nueva divisa en el PRI: No pienso, y luego, existo, escribí en un tuit luego de ver en la televisión escenas de la reunión del consejo del instituto político sostenida el domingo pasado para dar apoyo mediático a su líder máximo en lo referente a la reforma energética propuesta. Vergonzosa y vergonzante, agregaría, al observar tantas caras que lamentaban no tener otra –aunque algunos tienen dos– para presentarla ante las cámaras.
Sí, qué penosa muestra de sometimiento, de subordinación, de sumisión, de servilismo, de abyección, a que están sujetos quienes prefieren la comodidad de la servidumbre recompensada a la lucha por la libertad de manifestación y de conciencia.
Lo digo en esos términos porque, aunque estoy cierto de que algunos apoyaron convencidos o engañados lo que se les propuso, hay otros, la mayoría creo yo, y lo sé porque conozco a no pocos, que votaron contra sus convicciones y en favor de intereses que no son los que decían defender.
Qué pena dan aquellos que no pueden decir lo que piensan y, sobre todo, cuando se trata de asuntos de la mayor trascendencia nacional, como es el caso, silencio que cargarán en sus conciencias, de darse el paso lamentable a las modificaciones constitucionales que se pretende, aun queriéndose amparar en la necesidad de disciplinarse al partido. No puede haber disciplina partidaria que valga cuando se atenta contra la nación.
Buscar engañar a algunos al extremo de hacerles creer, o tratar de hacerles creer, que la fuente inspiradora de la reforma es el general Lázaro Cárdenas –en la guerra vale todo, hasta disfrazarse como el enemigo–, no sólo se les ha revertido mostrando a todo mundo hasta dónde son capaces de llegar los autores de la iniciativa –los que proponían acabar con los mitos y los dogmas y los falsos nacionalismos, para salirse con la suya–, sino que han dejado a sus tropas en la más lamentable de las penurias humanas, la de la vergüenza de mirarse al espejo y apenarse de sí mismos y sujetas al escarnio público.
Pero falta por recorrer todavía buena parte del intrincado trayecto de la iniciativa, empiezan apenas a aparecer las manipulaciones y las verdades a medias, las mentiras dolosas y las tergiversaciones de la información. No hay sino que comparar el dramático diagnóstico que nos presentan sobre Pemex, su desahucio, su total inviabilidad, su carencia de tecnología y de recursos, su quiebra total, contra la presentación que las autoridades de Pemex hacen de la empresa ante los inversionistas, en un power point a todo color, como la más atractiva de cuantas existen, como la más productiva de cuantas petroleras hay –antes de impuestos, desde luego–. ¿Nos engañan a nosotros, o a los posibles inversionistas?
Desde luego que a nosotros; a ellos ya les ofrecieron dar a Pemex un régimen fiscal más moderado, pero no para beneficiar a Pemex, que luego ya se lo quitarán en utilidades, sino para que ellos, los posibles inversionistas, tengan un régimen más moderado y sean más atractivos sus resultados.
Se negocia ya que los posibles participantes puedan incorporar a sus activos –sin que la nación deje de ser dueña de una sola molécula de hidrocarburo, faltaba más– el valor de los mismos, o del contrato que obtendrían.
En fin, se acomodan las cartas para que en las leyes secundarias las empresas privadas vuelvan a sentirse como en su casa, como antes de 1938.
Así se pretende, porque lo que se quiere con la aprobación de la iniciativa en el Congreso –que al cabo ya se cuenta con la mayoría necesaria de los representantes populares, que ni son tan representantes, ni son tan populares– es un cheque en blanco para que el Ejecutivo haga y deshaga, sobre todo esto último, todo cuanto le venga en gana con el patrimonio de la nación.
Ya lo dijo el conde de Romanones: Ustedes hagan la ley, que yo haré el reglamento.
Veremos si el pueblo está preparado para la democracia, o seguirá rindiendo pleitesía al autoritarismo.
Twitter: @jimenezespriu