Por John M. Ackerman (texto publicado originalmente en Proceso)
26 de agosto de 2014.-Con la consumación de la contrarreforma energética se cierra la primera etapa del sexenio de Enrique Peña Nieto. Dos años de intensa propaganda a favor de la privatización del petróleo, el desmantelamiento de los derechos sociales y el sacrificio de la soberanía nacional han rendido frutos para los corruptos. La compra de la Presidencia de la República ha desembocado en la venta del país.
Pero la segunda etapa del sexenio será mucho más complicada que la primera. El régimen autoritario será duramente castigado por la sociedad si no cumple con sus promesas de transformación mágica del país a partir de sus “reformas estructurales”. Todos recordamos los numerosos spots que puso en circulación la Presidencia de la República en que jóvenes detenían recibos de luz y de gas donde se reducían los saldos de manera asombrosa impulsados por alguna fuerza oculta (un ejemplo aquí: http://ow.ly/A3XOp).
Una vez que los PRIANRDistas se despierten de la cruda de sus festejos por haber bolseado al pueblo mexicano e hipotecado el futuro de la juventud del país, vendrá la ardua tarea de cumplir con las irresponsables promesas que han hecho a la población. En ese momento todo el sistema autoritario podrá derrumbarse como un castillo de naipes.
Con el fin de evitar convertirse en víctimas de sus propias mentiras, los voceros del régimen hoy realizan desesperados esfuerzos por bajar las expectativas ciudadanas al señalar que los resultados de las reformas no se percibirán hasta dentro de 5, 10 o 20 años. Piden paciencia a la población y confianza en sus buenas intenciones.
Lo mismo hizo Vicente Fox y su sexenio naufragó en el intento. El primer presidente panista jamás pudo cumplir con sus promesas de hacer que la economía creciera a un ritmo de 7% al año o de introducir nuevas coordenadas democráticas en el ejercicio del poder público. Se perdió la oportunidad histórica de llevar a cabo una transición democrática y hoy vivimos las consecuencias de ello con la consolidación de todas las viejas formas de hacer política.
Los integrantes del PRIANRD confían que sus nuevos negocios en las materias energéticas y de telecomunicaciones les generarán suficientes ingresos extraordinarios para seguir comprando su acceso al poder público. Saben que el nuevo Instituto Nacional Electoral (INE) no hará nada para detener el flujo de dinero ilegal a las campañas electorales. Los partidos tradicionales colocaron ahí a 11 consejeros fieles a la causa de la corrupción precisamente para mantener el status quo de impunidad estructural.
Cada día el sistema político mexicano se asemeja más al estadunidense. Al norte de la frontera las victorias electorales no dependen de las propuestas de los candidatos o de su cercanía con el electorado, sino única y exclusivamente de su capacidad de recaudar fondos entre los personajes más poderosos del país. México todavía cuenta con un marco jurídico de vanguardia en materia electoral. Pero en la práctica el artículo 41 constitucional no es más que un papel mojado.
En este contexto, se da la paradoja del surgimiento de un nuevo partido político de izquierda, Morena, precisamente en el momento en que las oportunidades electorales para la izquierda parecieran clausuradas.
La buena noticia es que se abre una oportunidad histórica para reunificar a la izquierda política. En los próximos meses habrá una fuerte desbandada hacia las filas de Morena de militantes del Partido de la Revolución Democrática (PRD), el Partido del Trabajo (PT) y Movimiento Ciudadano (MC). Es probable que en las elecciones de 2015 Morena se convierta en la segunda fuerza política nacional y que PRD, PT y MC se encaminen hacia una sana desaparición. Esta renovación de siglas y reagrupación de las fuerzas políticas de izquierda será sumamente positiva para articular las luchas por venir.
El gran reto, sin embargo, es evitar que ocurra lo mismo con Morena que aconteció con sus predecesores. Es urgente y necesario tomar medidas para abrir este nuevo partido a la participación democrática, así como descentralizar la toma de decisiones. De otra forma, se repetirán todos los mismos errores del ciclo de fracaso electoral encabezado por el PRD entre 1989 y 2014.
La mejor señal de este fracaso son los gobernadores y el jefe de gobierno actualmente emanados de este partido: Miguel Ángel Mancera, Ángel Aguirre, Arturo Núñez, Graco Ramírez y Gabino Cué. El elitismo, priismo y pobre desempeño de estos mandatarios han generado una fuerte demanda ciudadana para una alternancia hacia una izquierda realmente comprometida con el pueblo.
Pero si Morena quiere encabezar una nueva etapa en la vida política del país debe evitar la tentación de apostar a los mismos cuadros de siempre que salen bien en “las encuestas” y son bien vistas por las élites del partido y de la sociedad. Al contrario, el partido tendría que impulsar nuevos candidatos y candidatas con gran arraigo popular, propuestas nuevas y una clara vinculación con los movimientos sociales de base.
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