Foto: «Viaje interior» de Raúl Castellanos Contreras*
Don Ricardo tenía 70 años de edad y 35 de trabajar en la fábrica. Como se había hecho amigo del ahora único dueño fundador, y por mantenerse activo, ni él se había querido jubilar ni el patrón lo había querido mandar a su casa.
Un día don Ricardo, siempre amable con todo mundo, se encuentra con Roberto Plaza durante la Posada. Roberto es un contador de 38 años que recién acaba de llegar a la empresa. Usa una camioneta de vidrios polarizados en donde caben ocho personas y unos lentes oscuros que sólo se quita en la oficina y en el interior de su casa.
Don Ricardo le hace un comentario amable a Plaza sobre su camisa, un diseño de moda en colores vivos con un estampado de una hoz y un martillo.
—¿En dónde la compró?, pregunta don Ricardo.
—No es por presumir, pero la compré en Nueva York.
Don Ricardo sólo conoce su pueblo y la ciudad en donde vive desde hace 40 años, nada más. Plaza sonríe satisfecho como un vendedor de seguros que acaba de hacer su mejor oferta, con los pagos soñados. Inútil que agregue que su camisa es Versace.
—Es una lástima que los muchachos de hoy en día no sepan todas esas cosas que han pasado, ¿verdad?— dice don Ricardo, quien llama «estudiado» a todo aquel que terminó una carrera y por lo tanto conoce de historia.
Plaza sonríe. Asiente. Trata de ser amable, aunque lo que realmente es irse a sentar a una mesa, entre una recepcionista y una directora de área donde localizó un lugar aún vacío.
—Hay tanta gente —continúa don Ricardo—, que no sabe lo que significa la hoz y el martillo.