Héctor Díaz Polanco.
El Nuevo Proyecto Alternativo de Nación adopta un punto de vista fundamental: la cultura no es un ámbito o aspecto de la actividad humana, una esfera aislada o separada del resto de la vida. No es un desliz o un defecto que se haya omitido un capítulo o apartado sobre “cultura”.
En cambio, la dimensión cultural atraviesa todo el proyecto, iluminando y otorgando profundidad política, socioeconómica y, sobre todo, moral al conjunto de los cambios que se propone para crear el país justo, democrático, solidario y fraterno que deseamos.
Cuando se habla en el Nuevo Proyecto de “alcanzar el crecimiento económico, la democracia, el desarrollo y el bienestar”, se indica que “sólo será posible con una revolución de las conciencias sustentada en la cultura del pueblo mexicano”; cuando se aborda la cuestión de la nueva institucionalidad y la participación ciudadana, todo ello se enmarca en la necesidad de cimentar una nueva cultura democrática.
La nueva visión de los derechos humanos se expresa como reconocimiento de derechos culturales fundamentales actualmente ignorados o abiertamente violados; la diversidad es enfocada en su vertiente cultural y biológica, pues se trata de crear una nación pluricultural y respetuosa del medioambiente; la Modernidad alternativa que se postula supone avanzar hacia la descolonización del pensamiento, fundada en la riquísima cultura mexicana y latinoamericana.
La cultura en el Nuevo Proyecto está asociada también a “la creación y ampliación constante del espacio de lo público”, hoy cada vez más privatizado o reservado para las élites, como el ámbito de pluralidad de los mexicanos; incluso reconstruir la política exterior es indisociable de “los objetivos de descolonización y liberación política, económica y cultural que han sido el anhelo” de los países del Sur.
Y la misma perspectiva alienta el tratamiento del derecho a la información; la ética republicana y el combate a la corrupción; el crucial tema del petróleo y en general de los energéticos (dirigido a crear una nueva cultura energética); el campo y la soberanía alimentaria; los derechos autonómicos de los pueblos indígenas, y el ambicioso enfoque del nuevo Estado de Bienestar y la lucha contra la desigualdad (que procura alejarse de un mero enfoque asistencialista para porfiar en la creación de una cultura de derechos ciudadanos, garantizados por un Estado que no renuncia a sus responsabilidades sociales).
En suma, el Proyecto Alternativo configura una vasta y profunda propuesta de cambio cultural y moral, indispensable para rescatar a México del desbarajuste a que lo han conducido las políticas neoliberales y los corruptos gobiernos que hemos padecido. Y con el fin supremo de que, recordando a (Walter) Benjamin, “los documentos (o testimonios) de cultura dejen de ser documentos (o testimonios) de barbarie”.
Advierto otras novedades en el Nuevo Proyecto por lo que hace a la concepción misma de cultura. Esta es, desde luego, arte, pensamiento, creación individual. El propósito es garantizar la plena libertad de creación y establecer todos los incentivos necesarios para que el nuevo país sea el escenario de un máximo despliegue del pensamiento y la imaginación.
Pero también, y sobre todo, la cultura es creación colectiva. Los grupos humanos construyen cultura material e inmaterial, mientras se constituyen como comunidades espirituales y morales. De ahí que el Proyecto se sostiene en uno de los campos de creación cultural más trascendentales: el de lo ético, lo moral. Como lo ha recordado el maestro Sánchez Vázquez, un referente de congruencia ética para nosotros, en toda sociedad por lo común operan proyectos morales en disputa.
En el México contemporáneo se enfrentan fundamentalmente dos: uno oligárquico, especie de nueva teología mercantil que nos propone centrar toda la vida humana en principios que derivan del afán de lucro, la acumulación de riqueza y el logro del éxito material a cualquier precio, y otro popular, fundado en principios de solidaridad, reciprocidad, reconocimiento del otro y sentido de responsabilidad colectiva con el prójimo, fundamentalmente.
En especial durante el período en que ha imperado el modelo neoliberal, el primero se ha propuesto desplazar al segundo. Este es un gran peligro para nuestra nación. El proyecto oligárquico nos propone centrar la vida del país en los fríos y devastadores valores del dios-mercado, en cuya piedra de sacrificio se deben ofrendar la historia, la soberanía y hasta la dignidad del país.
Luchar contra estos antivalores, que han comenzado a arraigarse en ciertas capas sociales, configura el tamaño del reto que los mexicanos de bien tienen por delante.
Es difícil concebir transformaciones significativas sin plantear cambios éticos, morales e intelectuales. Por eso es tan acertado que el Nuevo Proyecto de Nación los coloque como uno de sus ejes, en sintonía con la insistencia de López Obrador en la importancia que revisten, lo que se sintetiza en la urgencia de crear una nueva corriente de pensamiento y en el renacer de una nueva conciencia en el pueblo mexicano.
Si no logramos frenar y revertir los efectos de la moral oligárquica, egoísta, individualista e individualizadora, que procura destruir las raíces morales, populares, acumuladas a lo largo de siglos, estaremos en grandes dificultades para promover los cambios de fondo en el país.
Esta es entonces la propuesta de una verdadera transformación del país. Pues no se trata de simple moralismo. La crisis moral que sufrimos tiene raíces concretas, políticas y materiales: en las prácticas económicas sin regulación ni control social, monopólicas e incompetentes; en la organización institucional que permite y hasta promueve ciertos comportamientos públicos (la rapiña, la irresponsabilidad y la impunidad convertidas por el poder en ramas de las bellas artes) que influyen en las conductas privadas, y viceversa; en la manera en que se va tornando la educación en oficio de mercaderes y fuente de poder de caciques (mientras se deja a la mayoría de nuestros jóvenes a la deriva, se soslaya la responsabilidad constitucional de asegurar una educación de calidad para todos y, en el colmo de la estulticia, se apuesta al poder “educativo” de las telenovelas).
Así, pues, esta apuesta (por un nuevo pensamiento, nuevos valores, una nueva conciencia nacional) implica medidas prácticas, profundas, en el campo de la educación, la investigación científica y tecnológica, y por lo que hace a la promoción y gestión cultural, partiendo del principio fundamental de que la cultura no puede estar sólo a merced de las llamadas “industrias culturales” y que sus frutos no pueden ser equiparados a cualquier mercancía (de ahí que en varios países, Francia por ejemplo, se insista tanto en la tesis de la “excepción cultural”, para protegerla del mercantilismo sin alma que la asfixia).
Concuerdo, por tanto, con la idea de que, conforme se despliegue el Nuevo Proyecto (que es una propuesta en constante construcción), se debe convocar “a todos los involucrados en la educación pública, el arte y la cultura para analizar, debatir y conformar un [específico] proyecto alternativo de la educación y la cultura nacional”.
Y todo ello bajo nuevos principios morales, de responsabilidad pública y participación ciudadana. Cuando a mediados de los sesenta, los profesores de ética (Enrique) Tierno Galván, (José Luis) López Aranguren y (Agustín) García Calvo fueron expulsados de sus cátedras por su oposición al franquismo, el catedrático de Estética (de la Universidad de Barcelona), José María Valverde (traductor de Joyce), presentó su renuncia.
Por toda explicación pronunció la frase que alcanzó la fama: "Nulla estetica sine ética…” (No hay estética sin ética…)
Este aserto, en nuestras condiciones actuales, debe extenderse a todos los campos de la vida nacional: no hay verdadera economía ni política ni cultura… sin ética. Este el sentido exacto del valor de los valores. La crisis que vivimos no es sólo económica y política: tiene que ver también con la pérdida de valores fundamentales, y su sustitución por otros que incrementan la descomposición y la desorganización.
De ahí la insistencia del Nuevo Proyecto en que se requiere impulsar en el país un nuevo estilo de vida, de acuerdo con el cual la mujer y el hombre valgan por su trabajo, su creatividad, sus acciones solidarias, su fraternidad, y no por la posesión de riquezas. En el pueblo mexicano anidan muchos valores.
Se enraízan en su sentido de lo colectivo: hoy, poner a la comunidad y la vida comunitaria en el centro de la sociedad es vital. Esa enorme reserva de lo mejor de nuestra historia hay que recogerla para regenerar la vida pública en el país.
Tommy Douglas (político canadiense que introdujo el sistema de salud público universal en su país) dijo: La medida del valor de un gobierno no es solamente el Producto Nacional Bruto, tampoco el equilibro de la balanza internacional de pagos, no está solamente en la cantidad de reservas de oro. Seguramente el valor de un gobierno está en lo que hace por su gente, la medida en que mejora su calidad de vida, mejora la asistencia de salud, les da mejores medidas de seguridad, mejores estándares de valores morales. Eso es lo que hace grande a una nación.
Ese es también el propósito del Nuevo Proyecto de Nación.
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