Los grandes hombres, precisamente por serlo, tienen errores e insuficiencias mucho más trascendentes que los de los demás mortales, pero de eso está prohibido hablar. Simón Bolívar, que fue propietario de esclavos hasta que el gobierno de Haití le exigió la libertad de aquéllos para darle su apoyo, nos es presentado como libertario desde su nacimiento y ajeno a todas las pasiones y dedicado exclusivamente a una tarea histórica. A José de San Martín lo convirtieron en el santo de la espada
y eliminaron sus vacilaciones sobre la conveniencia de darle al país un rey incaico o una reina europea. El Che Guevara cometió muchos errores, como la confianza fatal en el partido comunista boliviano, que le llevó a su muerte en una región de partidarios acérrimos del gobierno local porque para los indígenas éste les había dado la tierra. Ahora las alabanzas interesadas, la inundación de retórica hagiográfica digna de la historia de un santo, el alud de elogios que-preparan-cheques-o-deparan-honores se vuelcan sobre Fidel Castro.
Éste, sin duda alguna, es a escala mundial el estadista más importante desde mediados del siglo anterior y un gran revolucionario como los anteriores, pero no está exento de graves errores económicos y políticos, particularmente en lo que respecta a las medidas e instrumentos necesarios para comenzar a construir el socialismo.
En efecto, él, que como estudiante universitario y joven líder político combatió contra el Partido Socialista Popular –el órgano comunista estalinista que apoyaba a Batista para conseguir el apoyo vacilante de la Unión Soviética contra Washington–, transformó el Partido Único de la Revolución Socialista (que agrupaba varias tendencias) en el Partido Comunista Cubano, único y centralizado según el modelo de los partidos comunistas (con los cuales, sin embargo, la revolución cubana tenía enormes diferencias). El 16 de abril de 1962 declaró que Cuba erasocialista
por radio, sin discusión previa con el pueblo cubano, que habría sido necesaria y como si el socialismo se pudiera decretar. Se acabaron también la pluralidad revolucionaria y las libertades para las tendencias revolucionarias dentro y fuera del partido, y desde 64 hasta 68 se crearon Unidades Militares de Ayuda a la Producción (campos de trabajo militarizados), a las que fueron enviados los homosexuales cubanos, mezclados con delincuentes y contrarrevolucionarios.
En 1968 aprobó la invasión de Checoeslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia y la liquidación por Moscú del Partido Comunista de ese país. En 1970 convocó a los cubanos a la zafra azucarera esperando cosechar 10 millones de toneladas con un resultado desastroso en la producción y provocando un desquicio en el sistema productivo de la isla (en esa oportunidad se autocriticó). En esa década imperó también en Cuba una rígida censura (no se publicaban, por ejemplo, obras de Sartre o de Borges además de los que, apoyando a Cuba, pedían mayor democracia).
Durante ese periodo Fidel Castro, que consideraba que la URSS y los países de Europa Oriental dirigidos por burocracias estalinistas eran socialistas y modelos a seguir, declarógran marxista
a Leonid Brezhnev, secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética en cuyo periodo la burocracia se unió a la mafia y la URSS se estancó, e hizo lo mismo con Siad Barre, dictador de Somalia que poco después se convirtió en agente de Estados Unidos. También asiló a Ramón Mercader del Río, el asesino de Trotsky nombrado en la URSS coronel y héroe de la Unión Soviética en agradecimiento a su crimen y en los 80, cuando la dictadura argentina para salvarse se lanzó a la aventura sangrienta de la guerra de las Malvinas con el Reino Unido, confundió al pueblo argentino con la camarilla de militares fascistas que usurpaban el poder y apoyó a la dictadura. Desgraciadamente, también aplicó la pena de muerte en varias ocasiones, como si Cuba fuese Texas o China.
Ninguno de estos errores es menor; todos tuvieron consecuencias nefastas y fueron el resultado de la imposibilidad política de controlar y decidir en qué se encontraron los socialistas y los trabajadores cubanos, maniatados por el sistema de partido único con su verdad
oficial y su pobreza teórica y por una burocracia que creció como resultado del bloqueo imperialista.
Por supuesto que todos esos errores son el DEBE de Fidel Castro, que tiene en su HABER la defensa intransigente de Cuba frente a Estados Unidos, el fin del analfabetismo, los inmensos progresos en el campo de la ciencia y de la salud, así como la decisión de enfrentar el inglorioso derrumbe de la Unión Soviética y la transformación de Rusia y de China en potencias capitalistas secundarias, todo lo cual produjo en Cuba enormes dificultades de todo tipo. La figura y la continua actividad de Fidel Castro fueron también en cierta medida un freno para las tendencias más procapitalistas de la burocracia cubana. Gracias a sus esfuerzos, Cuba, aunque no es socialista, sigue siendo independiente y baluarte contra el imperialismo.
Fidel Castro, pese a sus errores y a su voluntarismo, es un gran estadista cubano, y las generaciones futuras lo recordarán como tal. Quienes quieren empezar a convertirlo en una fría estatua de bronce de un héroe lo hacen porque no confían en la capacidad de comprensión del pueblo cubano y desean esconder detrás del héroe que fabrican las actuales dificultades, al mismo tiempo que impiden una libre participación decisiva de los trabajadores en la búsqueda de soluciones.