La asonada contra Erdogan golpea el último gran baluarte del islamismo político en Oriente Medio y el Norte de África.
Ricard González
El País, Túnez, 15 de julio de 2016. La sublevación militar contra el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan en Turquía golpea el gran baluarte del islamismo político en Oriente Medio y el Norte de África. La sublevación se produce exactamente tres años después del golpe de Estado contra los Hermanos Musulmanes en Egipto y con la primavera árabe convertida en un río de sangre.
Actualmente, tan solo en Marruecos resiste un primer ministro islamista, si bien el poder real reside, como siempre, en manos del monarca Mohamed VI. Atenazado por los poderes fácticos de un lado y por el yihadismo del otro, el futuro en Oriente Medio de esta ideología se presenta más incierto que nunca.
El levantamiento del Ejército turco culmina el reflujo experimentado por una región que no hace mucho se encontraba bajo una “marea verde”, término acuñado para describir el ascenso al poder de diversos partidos islamistas tras la primavera árabe: Túnez, Marruecos, Libia y sobre todo Egipto, el gigante árabe. Además, en 2012, los Hermanos Musulmanes lideraban también la oposición siria y se preparaban para dominar el periodo post-Asad. Sin embargo, víctimas de una especie de efecto dominó, las piezas islamistas del tablero geostratégico del Mediterráneo se han ido desplomando inexorablemente una a una.
Las razones que explican este súbito cambio de tendencia son múltiples, pero quizás la principal es mala gestión del poder de unos partidos que, en su mayor parte, habían nacido para resistir, no para gobernar. Embriagados de euforia por sus victorias electorales, menospreciaron a sus enemigos: el llamado “Estado profundo”, es decir, los poderes fácticos que habían sostenido las autocracias árabes durante décadas. Si bien habían abrazado la democracia como método, los partidos islamistas nunca asimilaron su ética. De ahí, los crecientes tics autoritarios de Erdogan o la incapacidad del ex presidente egipcio Mohamed Morsi de tejer alianzas con los partidos democráticos laicos.
A medida que la polarización política y los odios sectarios se fueron apoderando de los países sacudidos por la primavera árabe, los partidos islamistas fueron perdiendo la simpatía de las ciudadanía, que los percibía como las principales víctimas de unas dictaduras brutales. Antes incluso del Golpe de Estado del mariscal al Sisi, la engrasada maquinaria electoral daba muestras de fatiga. El margen de sus victorias, se iba reduciendo. Incluso en Túnez, el único país árabe donde la transición a la democracia no descarriló, el partido islamista Ennahda perdía las elecciones legislativas a finales de 2014 y tenía que ceder el poder a Nidá Tounes, una coalición marcadamente antiislamista.
Con los primeros golpes contra el Ejército iraquí del embrión del Estado Islámico y la aparición de grupos extremistas como Ansar al Sharia en Túnez y en Libia, se hizo evidente que el yihadismo se reconstituía bajo una nueva piel. Asesinado Bin Laden, el mando central de Al Qaeda se había debilitado, pero, en una especie de metástasis, nuevos grupos locales blandían su ideología como emblema. El islamismo dominaba el panorama político, pero comenzaba a fragmentarse: partidos políticos de carácter moderado, nuevos partidos ultraconservadores, milicias salafistas, movimientos yihadistas autónomos, los restos de Al Qaeda, etc.
Curiosamente, Arabia Saudí, un régimen ultraconservador y teocrático, ha desempeñado un papel clave en el ocaso islamista. La monarquía saudí movió pieza a favor de la contrarrevolución, abortando con sus tanques la revuelta en Bahrein, financiando a movimientos salafistas en Siria y poniendo palos en las ruedas al gobierno de los Hermanos Musulmanes en Egipto. La dinastía de los Saud temía que la cofradía, con filiales en todo el mundo árabe, extendiera la revolución en la península Arábiga e hiciera caer su trono. Así pues, puso al servicio de este causa sus ingentes petrodólares.
Dicho esto, aún es pronto para escribir el obituario del islamismo con vocación institucional. A pesar de sus tribulaciones presentes, los expertos creen que esta ideología seguirá siendo una ideología relevante hasta que no se resuelvan asuntos primordiales como el rol del Islam en la vida pública o la alienación de las sociedad árabes respecto a un estado represivo. Entre otras cosas, porque sus más acérrimos rivales, como el mariscal al Sisi, no ofrecen soluciones a los problemas y aspiraciones de la ciudadanía. Ni tampoco una ideología coherente, sino más bien una apelación a intereses prosaicos, lealtades sectarias o la nostalgia por la estabilidad del antiguo orden regional.