Existe una tradición en Estados Unidos, según la cual cada nuevo inquilino de la Casa Blanca selecciona un país cuyo líder no es un «perro simpático» para Norteamérica «que está durmiendo sobre una alfombra», y comienza a demonizar a su próxima víctima.
Por Viky Pelaez | Sputnik
El pimiento pequeño es más picante (proverbio coreano)
(9 de abril del 2017).-Así se ha hecho con Fidel Castro, Yasir Arafat, Slobodan Milosevic, Muamar Gadafi y Sadam Husein, Hugo Chávez y Vladímir Putin. Donald Trump no se ha quedado atrás y ha señalado al líder de la República Popular Democrática de Corea (RPDC), Kim Jong-un, como el «mayor peligro para la seguridad nacional de EEUU».
Con esta decisión, el presidente Trump ha retomado en realidad la política agresiva y militarista de su predecesor, Barack Obama, quien finalmente tuvo que desistir de un ataque preventivo contra Corea del Norte al analizar consecuencias de una posible guerra. Según el Pentágono, en caso de un conflicto bélico en la Península de Corea, más de cinco millones de personas morirían. Pero, como dice Donald Trump en su libro ‘Great Again’, «a veces vale la pena ser un poco salvaje». El mandatario impulsó a su Gobierno a endurecer la política norteamericana hacia Pyongyang (capital de la RPDC). El secretario de Estado de EEUU, Rex Tillerson anunció inmediatamente que la era de la «paciencia estratégica» en relación a Corea del Norte se acabó, y «todas las opciones están sobre la mesa», sin excluir una posible confrontación militar con el uso de armas nucleares tácticas.
Aparentemente, Washington quedó irritado por el reciente lanzamiento de cuatro misiles balísticos norcoreanos que cayeron en la zona económicamente exclusiva de los nipones en el mar de Japón y, supuestamente, en respuesta a esta ‘provocación’, ordenó el despliegue en Corea del Sur del Sistema de Defensa Área de Alta Altitud Terminal (THAAD). El despliegue de este sistema antimisiles, igual que los últimos ejercicios militares norteamericanos, coreanos y japoneses a gran escala cerca de la frontera con Corea del Norte, no han sido del agrado tanto de los norcoreanos como de sus vecinos surcoreanos. Los últimos están en contra de la guerra con Corea del Norte, pues saben perfectamente de su vulnerabilidad, debido a la existencia de armas nucleares en Pyongyang.
En realidad, ambos países coreanos viven en una permanente tensión desde el fin de la guerra de Corea (1950-1953), es decir, los últimos 64 años acordándose de los horrores de aquella guerra que desató EEUU. En aquellos tres años, los aviones norteamericanos lanzaron 428.000 bombas sobre Corea del Norte, usando más napalm que en la guerra de Vietnam (1955-1975). De las 22 grandes ciudades norcoreanas, 18 fueron completamente destruidas, lanzando a sus habitantes a la edad de piedra. En tres años de conflicto bélico, todo en el norte y centro de la península fue destruido y la gente sobrevivió en cuevas. Estados Unidos también perdió más de 36.000 soldados, y sus aliados dejaron unos 18.000 muertos en los campos de batalla, entre ellos 163 colombianos y unos 100 puertorriqueños. Corea del Norte perdió también más de tres millones de sus habitantes, la mayoría niños, mujeres y ancianos.
No hay que olvidar que la península de Corea fue ocupada por Japón desde 1910 hasta el final de la II Guerra Mundial. Tras la rendición de Tokio, los norteamericanos dividieron el territorio por el paralelo 38: el norte quedó ocupado por las tropas soviéticas, donde en 1948 se estableció un Gobierno socialista, y el sur quedó bajo la protección de Washington. En aquel entonces, la política de EEUU se basaba en la ‘doctrina Truman’, que proclamaba una drástica oposición al socialismo en cualquier lugar del mundo. Al iniciarse la guerra, China empezó a apoyar a Corea del Norte militarmente, a lo que el general Douglas MacArthur ordenó destruir «cada fábrica, instalación, ciudad y pueblo». Sin embargo, por mucho que deseaba MacArthur lanzar unas 30-50 bombas nucleares, el Gobierno de EEUU desistió de aquella idea.
Los norcoreanos resistieron y siguieron adelante con su modelo socialista, con la ayuda de la Unión Soviética y China. Lo interesante fue que, ya en 1978, el Producto Nacional Bruto (PNB) per cápita del Norte y del Sur era casi igual, dedicándose Corea del Norte a la agricultura y producción de acero y maquinaria. La vivienda en la RPDC es gratis, igual que la atención médica y, hasta 1990, el índice de la esperanza de vida era mejor que en la mayoría de los países en desarrollo. Con la ‘perestroika’ en la Unión Soviética, Corea del Norte sufrió en 1990 una horrible hambruna, que mató a unas 500.000 personas, especialmente niños.
Más de 20 años después de aquel trágico período, Corea del Norte, según The Pyongyang Times, sigue luchando para «mejorar el nivel de vida de su pueblo hasta el nivel mundial». Según todas las encuestas, en ambos países, tanto la mayoría de norcoreanos como los habitantes del sur sueñan con el acercamiento e inclusive con la reunificación. A la vez, ambos países nunca han dejado de estar en guerra, pues en 1953 firmaron un Acuerdo de Armisticio, pero nunca lograron suscribir un Tratado de Paz, debido a los intereses geopolíticos norteamericanos. Actualmente, hay unas 38.000 tropas estadounidenses desplegadas en Corea del Sur (República de Corea-RC), y otras 50.000 en Japón, bajo el pretexto de proteger a estos países de una posible agresión de Pyongyang.
En realidad, Corea del Norte no representa ningún peligro para nadie, y lo que aspira es firmar un Acuerdo de Paz con el Sur, el fin de las sanciones de EEUU y de sus aliados para detener su programa de armas nucleares. Mientras esto no suceda, no puede desarmarse, tomando en cuenta la experiencia de Muamar Gadafi, que ordenó desmantelar sus programas de armas nucleares en 1991, pensando que con esta acción EEUU levantaría las sanciones contra Libia. Las ilusiones de Gadafi llevaron a su país a la destrucción, y a él mismo a una muerte horrible que, dicho sea de paso, fue ordenada por Hillary Clinton. Para que no se repita el mismo escenario, el Gobierno norcoreano está haciendo todo lo posible para tener suficiente armamento disuasivo para prevenir los posibles ataques norteamericanos y su aliado a la fuerza, Japón. Su misil Nodong tiene un alcance de 1.000 kilómetros; el Taepodong1, de 2.000km; el Musadan, de 4000 km; y el Taepodong 2, de 8.000 kilómetros. Esto significa que podría alcanzar Alaska, Canadá y el Reino Unido.
Todos estos misiles representan un claro mensaje a EEUU y a Japón para que piensen antes de actuar y para que su retórica militarista no impulse las acciones bélicas. En realidad, las bases norteamericanas en Corea del Sur están destinadas no tanto contra Corea del Norte, como contra Rusia y China. Los estadounidenses están tratando de cercar a estos dos países y esto explica su decisión de no permitir el acercamiento entre el Norte y el Sur, y ni hablar de una reunificación que eliminaría todos los pretextos para la presencia de tropas norteamericanas en la región.
Para esto, Washington necesita a sus aliados en el Gobierno de la República de Corea que crean tensiones con sus vecinos del Norte, como fue la presidenta Park Geun-hye, recientemente destituida debido a un escándalo de corrupción en el que estaba envuelta. Hay todas las posibilidades de que el próximo mayo sea elegido como presidente Moon Jae-in, partidario de la ‘Sunshine Diplomacy’ con el líder de la RPDC, Kim Jong-un, que floreció durante los mandatos de los presidentes surcoreanos Kim Dae-jung (1998-2003) y Roh Moo-hyun (2003-2008). Los líderes de Corea del Sur desarrollaron en aquellos años una política de acercamiento con Pyongyang, incluyendo el intercambio de visitas familiares, creando negocios y construyendo el parque industrial Kaesong en la RPDC. Este complejo se levantó con capital surcoreano y mano de obra altamente cualificada norcoreana.
Sin embargo, posteriormente, esta política fue interrumpida por la decisión de Washington, al que no le convenía el acercamiento de los dos países, ya que veía peligrar sus intereses geopolíticos. Y en esto coinciden tanto la derecha como la supuesta izquierda norteamericana. Ambas piensan igual que la Administración Trump: que Corea del Sur, Japón y EEUU deben estar juntos en las cuestiones estratégicas, y que Norteamérica jamás permitirá la ‘finlandización’ (ser neutral) de Corea del Sur y tratará de obstaculizar también el acercamiento de Seúl a China.
Por mucho que quiera EEUU mantener a Corea del Sur en su esfera de su influencia, los procesos económicos establecen ciertas prioridades nacionales y, en este caso, a Seúl le conviene más acercamiento a China que a Washington, que ya está cuestionando el tratado de libre comercio KORUS-FTA con Corea del Sur. Además, la inversión norteamericana en Corea del Sur durante los últimos cinco años alcanzó los 7.900 millones de dólares, mientras que los surcoreanos invirtieron en EEUU, en el mismo período de tiempo, más de 37.000 millones de dólares. Lo único que incrementó Washington es la venta de armas, de 600 millones de dólares en 2011, a 5.000 millones en 2016. Muy pronto, Corea del Sur tendría que pagar un precio bastante alto por instalación del sistema norteamericano antimisiles THAAD.
Los norcoreanos también desean el diálogo y anhelan la paz, pero no imposiciones. Como decía uno de los fundadores de la República Democrática Popular de Corea, Kim Il-sung, «la paz asegurada por la sumisión no es paz».