La crisis de Volkswagen es mucho más que un nuevo fraude empresarial, es un síntoma emponzoñado en el corazón mismo del capitalismo, donde la ética se subordina a la ganancia. Este escándalo pone en cuestión el papel de la comunicación empresarial, la Responsabilidad Social Corporativa y el periodismo sobre el sector demasiado domesticado y vasallo de las marcas
Miguel Ormaetxea
Regeneración, 29 de septiembre de 2015. Ahora comenzamos a saber que el escándalo de la gran marca alemana en absoluto es un caso aislado. Hay una notable diferencia entre los test de emisiones de CO2 obtenidos por los automóviles en ruta y los efectuados en laboratorio, según revela un estudio publicado por la asociación Transport & Environment. Algunos coches de Mercedes tienen una diferencia media del 48% entre lo que dicen y la realidad, afirma T&E. También la serie 5 de BMW y el Peugeot 308 tienen grandes diferencias entre lo que afirman y la realidad en ruta.
El estudio concluye que “el sistema europeo de coches para medir el consumo de combustible y las emisiones de CO2 está desacreditado por completo”. El escándalo de Volkswagen solo es la punta del iceberg. Hay un abuso generalizado por parte de los grandes fabricantes a nivel mundial, con lo que muchos entienden que realmente el sector funciona como un cártel.
Los departamentos de comunicación de Volkswagen, pero también los de Seat o Audi, han reaccionado tarde y mal al escándalo, como suele ser bastante habitual. Seat ha tenido que admitir que habían fabricado motores manipulados en su planta de Martorell.
El presidente de Volkswagen, Martin Winterkorn, el ejecutivo mejor pagado de Alemania, con un sueldo de 16,6 millones de euros y una pensión de 28,6 millones, se vio obligado a dimitir alegando que “él no sabía nada”, como si su obligación principal no fuera la de estar informado de la gravísima corrupción que supone haber trucado 11 millones de vehículos. Son muchos los que ahora sostienen que los grandes del motor estaban al cabo de la calle de la trampa, pero callaban porque ellos también tenían sus buenas razones para hacerlo.
¿Para qué sirve el departamento de Responsabilidad Social Corporativa de Volkswagen, que, al parecer, no se enteró de nada? Se pone en evidencia que estos departamentos son, con demasiada frecuencia, una mera medida cosmética de cara a la galería.
La industria del automóvil ha sido y es una de las principales responsables de la contaminación ambiental del mundo. Durante décadas se ha mantenido inmóvil en prácticas viciosas, mientras pastoreaba rebaños de periodistas del sector perfectamente domesticados, mimados por las marcas y convertidos en palmeros de cuanto nuevo modelo salía al mercado.
Este escándalo pone una vez más en evidencia que la transparencia debe ser la cualidad básica de la gestión empresarial y el departamento de comunicación debe estar al máximo nivel y debe ser su valedor principal. Igualmente, toda la RSC debe reinventarse desde su base. Y la información sobre el mundo del automóvil debe replantearse su verdadera labor: ser guardiana de la verdad, observando con sentido crítico al sector del automóvil, más allá de los recitales de especificaciones técnicas, muchas de las cuales han resultado manipuladas.
* Miguel Ormaetxea, periodista especializado en economía y tecnología, es presidente editor de www.media-tics.com, donde se publicó este artículo.