El nuevo gobierno sólo hará historia nutriéndose de los cauces de la naturaleza y de la cultura. Ello permitirá que en las horas decisivas se tomen las decisiones correctas.
Por Víctor Manuel Toledo | La Jornada
Regeneración, 05 de junio de 2018.- A menos que ocurra algo inusitado, el candidato de la izquierda ganará las elecciones de manera amplia el próximo primero de julio. Todas las encuestas y las cuatro síntesis de las encuestas mantienen al candidato de Morena a la cabeza con una ventaja de casi 20 puntos. Su rúbrica, “juntos haremos historia”, es un llamado a instaurar un proceso de regeneración nacional, tarea más que urgente, de rescate de un país que ha sido devastado, violentado y empobrecido tras 30 años de neoliberalismo. Tres décadas en que una minoría voraz ha hecho pedazos los cimientos de una sociedad. Esta política restauradora requiere en efecto de todos los sectores del país, pues la tarea no será nada fácil, más aún cuando debe remontar décadas de corrupción, impunidad y violencia. Esta ruptura debe además inscribirse en un contexto mundial donde las políticas neoliberales, que no son sino las que impone por todo el mundo el capital corporativo entran en una clara fase de deterioro y desprestigio. Nunca la modernidad, industrial, tecnocrática, patriarcal y capitalista, había enfrentado tantos quebrantos. Ni la inequidad social ni la crisis ecológica de escala global han podido ser detenidos o atenuados por el neoliberalismo. Y como contraparte, nunca las resistencias sociales habían activado tantos mecanismos de defensa en todos los ámbitos de la realidad. Pero hay todavía otro escenario, geopolíticamente más cercano, que debe tenerse en cuenta al momento de construir esa política por la regeneración del país: Latinoamérica. En esta región han ocurrido varios notables intentos de emancipación con diferentes resultados efectuados por “gobiernos progresistas”. Las lecciones provenientes de Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela deben ponderarse y tenerse muy presentes. Se trata de no cometer los errores que les han conducido a situaciones fallidas, incluso contraproducentes, y a considerar los logros legítimos. Latinoamérica es hoy el mayor laboratorio social y ambiental del mundo, donde se prueban, comprueban y reprueban utopías, proyectos, visiones, sueños. La región es un hervidero intelectual donde reverbera todo tipo de proyectos originales, pero también donde se ocurren innumerables experimentos ambiciosos y audaces. Por este impulso innovador, consecuencia de tantos años de oprobio, Latinoamérica es hoy la región más esperanzadora del mundo.
Todo indica que se deben examinar con lupa las experiencias latinoamericanas.
Una de las grandes fallas de los “gobiernos progresistas” de la región, ha sido su visión estrecha acerca de las potencialidades biológicas, ecológicas y culturales de sus pueblos, y su falta de memoria histórica. Su incapacidad para cuestionar, o al menos filtrar, las “fantasías de la modernidad” que siguen orientando buena parte de las políticas incluso de “izquierda”: el mercado y la tecnología, los valores mercantiles, el consumo y confort como objetivos vitales, las epistemologías del norte (occidentales), los elitismos de todo tipo, las visiones racionalistas y patriarcales y, por supuesto, las directrices que provienen de los grandes emporios que dirigen el mundo (OCDE, FMI, BM, ONU).
Hoy, un verdadero gobierno de izquierda está obligado a cumplir cuatro tareas centrales: a) acotar al capital (no suprimirlo); b) reducir al Estado (no negarlo); c) empoderar a la sociedad civil (mediante mil mecanismos), y d) respetar los ciclos y ritmos de la naturaleza. Ello, sin embargo, debe estar impulsado por una filosofía política por la vida, la naturaleza y la cultura, todo lo cual lo inspira, enmarca y hace posible la historia particular de cada pueblo o sociedad, pues como lo dijo Alfonso Reyes hace justamente un siglo: “un pueblo solamente se salva cuando logra vislumbrar el mensaje que ha traído al mundo” ( Visión de Anáhuac, 1917). Andrés Manuel López Obrador y su gobierno, estarán entonces permanentemente obligados a dilucidar entre seguir en automático las recetas que buscan imponer los principales consorcios políticos, diplomáticos, mercantiles, empresariales, científicos, tecnológicos y de comunicación, que además se entregan envueltos en atractivas cajas de regalo y con el nombre de “moderno”, “progreso”, “desarrollo” o “crecimiento”, o de ponderarlas a la luz de la realidad del país y de su historia. Aquí, su largo caminar por cada municipio del país le da una ventaja formidable. Este autor está convencido de que jamás será lo mismo leer o conocer un fenómeno a distancia que vivirlo en toda su intensidad, de incorporarlo a la propia existencia. Aquí brota majestuosa la enorme diversidad biológica y cultural del país, la que le dota de tantos mosaicos de paisajes, de tantas regiones diferentes, y de tantas vivencias y memorias, todo lo cual desborda la corta edad de la nación (apenas 200 años). Esta realidad que tiende a perderse o diluirse desde la mirada urbana e industrial, seguirá siendo la brújula más significativa para un proyecto sensato de país. Y más aún con la civilización moderna en plena crisis. Por ello los pueblos originarios o indígenas, con una población de más de 25 millones (Inegi, 2015) y un ritmo de crecimiento mayor al de los mestizos, seguirán siendo las reservas civilizatorias y espirituales de México, pues estos pueblos encierran innumerables claves para construir una modernidad alternativa.
En suma, el nuevo gobierno sólo hará historia nutriéndose de los cauces de la naturaleza y de la cultura. Ello permitirá que en las horas decisivas se tomen las decisiones correctas. Frente a una economía basada en las “ventajas comparativas”, la especialización y los mercados, otra inspirada en la autosuficiencia (no en la autarquía) alimentaria, energética, cognitiva, tecnológica. Frente a los modelos educativos dictados por la OCDE (que busca la producción en serie de trabajadores calificados para el capital), la enseñanza inspirada en cada comunidad, región y cultura. Frente a los proyectos depredadores (mineros, turísticos, carreteros, habitacionales) la defensa de la naturaleza y de las culturas locales y regionales. Ante una transición hacia energías renovables (solar, eólica, hidráuliuca) encabezadas por los grandes corporaciones extranjeras, las fórmulas de pequeña escala y bajo control ciudadano o estatal. Ante la ciudad neoliberal (basada en la especulación urbana, los autos y la privatización de los servicios) la ciudad humanizada y sustentable. Frente a la generación de alimentos transgénicos, la milpa, el maíz y las sabidurías campesinas sumándose a las técnicas agroecológicas. Frente a la uniformidad de los jardines la salvaje heterogeneidad de las selvas, Y en fin, por los organismos y no por las máquinas, por el senti-pensar y no por lo racional solamente, por los ciudadanos de carne y hueso y sus familias y no por los mecanismos institucionales, la rentabilidad económica, la estabilidad monetaria o la falsa decencia de las élites.