#Opinión El día en que un wendigo pidió una pizza

En un relato más de pesadilla, esta es la historia de un repartidor de pizza que se encontró cara a cara con una aterradora criatura de la mitología de Canadá y Estados Unidos, conocida como el wendigo. Está basada en hechos reales.

Esta es la historia de un repartidor de pizza que se encontró cara a cara con una aterradora criatura, conocida como el wendigo. Basada en hechos reales.
Fotos: Especiales

Por Luis Orlando Montane Pineda

RegeneraciónMx, 30 de marzo de 2022.- En un relato más de pesadilla les presentaré una historia sobre una bestia de la mitología canadiense y estadounidense, conocida como wendigo. Está basada en hechos reales y adaptada por nuestro amigo Logan Carter, del canal de YouTube Cofradia de brujas.

Un wendigo pidió una pizza

Mi nombre es Logan. Vivo en un pueblo llamado San Mauricio, cerca de Quebec, pero más al sur de Canadá. Lo que voy a contarles tal vez suene algo cómico, pero desgraciadamente es real.

Acá, en Canadá, hay sitios relativamente pacíficos, casi nunca pasa nada. Y yo, como muchos jóvenes, tenía intereses en los videojuegos, las patinetas y cosas por el estilo, pero únicamente se podían obtener por importación y salía extremadamente caro. Peor si no contabas con un empleo redituable.

De tal manera que cuando llegué al octavo grado en la secundaria me vi obligado a conseguir un trabajo para costear mis gustos. Lo malo es que aquí no hay mucho de donde escoger: o eres leñador o repartidor de pizzas. Por mi edad tuve que optar por la segunda opción.

Había pocos repartidores y demasiados clientes, así que, aunque el sueldo era un asco, las propinas eran muy buenas. También tenía que soportar el frío y el tedio del traslado, debido a que algunas entregas eran hasta las zonas más alejadas del poblado, donde además dominaba la leyenda del wendigo.

Afortunadamente no repartíamos en motoneta o motocicleta: los vehículos para repartir pizzas eran autos, pues aquí el clima a veces cambia de un momento a otro, especialmente acercándose el invierno. Eso era un punto a nuestro favor, cualquier cosa no quedábamos expuestos a la inclemencia de los elementos o a animales salvajes.

La advertencia

También convivía con personas que pertenecían a los pueblos Ojibwa y Algonquino, entre ellas Joe, uno de mis mejores clientes. Es extraño: a veces, cuando empezaba a atardecer, el abuelo de Joe me decía que condujera directamente al pueblo y que, pasara lo que pasara, no me detuviera, sin importar lo que escuchara. Supongo que algo tenía que ver con el famoso wendigo.

Y, aunque la advertencia me parecía fuera de lugar, los ancianos son sabios, así que tomaba mis precauciones. Tiempo después tuve que renunciar a ese trabajo y no solamente por el exceso de actividad, el mal sueldo y el cansancio, sino por una experiencia aterradora que me dejaría marcado. Sí, el wendigo se hizo presente… o al menos eso creo.

Una noche de octubre estaba preparando mis cosas para retirarme del restaurante cuando, de pronto, sonó el teléfono. Contestó la chica del mostrador, pero no supo decir de quién se trataba, porque no dijo su nombre y tampoco se veía el número en el identificador. Me puse extremadamente nervioso cuando la encargada encendió el altavoz y se escuchó una voz muy aguda: «buenas tardes, quisiera ordenar una pizza de pepperoni».

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Por políticas de la empresa tuve que hacer la entrega con todo y mi pesar. La chica del teléfono pidió los datos, me entregó la pizza y yo me fui. La dirección del pedido quedaba a las afueras del pueblo, pero no se me hacía familiar, así que saqué el celular, entré a Google Maps y programé la ruta para llegar más rápido.

¡Llegó la pizza!

Me tomó una maldita hora y media llegar, ya que en la ruta principal había sucedido un accidente bastante grave por el piso mojado del aguanieve. Después de mucho batallar llegué al lugar: una vieja casa que parecía abandonada. Todo estaba a oscuras y en ruinas. Bajé del auto y me encaminé a la puerta principal, pero al llamar a la puerta nadie respondió. Inmediatamente me acordé de la leyenda del wendigo, pero ignoré mis pensamientos.

¡Qué miedo daba ese lugar! Grité una vez más y tampoco hubo respuesta. Trataba de buscar algo, pero nada, hasta que caminé un poco hacia atrás y noté la silueta de lo que parecía ser un hombre. Con una voz entre chillona y gruesa, como de película de terror, dijo: «pase, pase por favor, venga a darme la pizza».

Temblando y tartamudeando, sólo pude responderle que no podía entrar en las casas. Pero, ese espantoso ser seguía insistiendo, haciéndome señas con unas huesudas y larguísimas manos que terminaban en negras y afiladas garras. Por supuesto que recordé lo que el abuelo de Joe nos había contado y supe que sería muy peligroso entrar.

Esta es la historia de un repartidor de pizza que se encontró cara a cara con una aterradora criatura, conocida como el wendigo. Basada en hechos reales.

Para no hacer enojar más a la criatura dejé la caja de pizza al pie de la puerta y, sigilosamente, caminé hacia mi auto sin dar la espalda a la casa. De repente, escuché que la criatura bajaba corriendo las escaleras mientras mi cordura se iba al demonio. Pegué una carrera hacia mi auto, lo encendí y arranqué; mientras daba la vuelta, observé como un espantoso ser abría la puerta con violencia. Era muy blanco, alto y delgado, y su cabeza no era de un ser humano, sino como de una calavera de alce o ciervo.

Cuando giró la vista hacia mí me hizo apretar fuertemente el pedal del acelerador para salir volando. No obstante, alcanzó a darme un zarpazo en el hombro izquierdo. Conduje sin detenerme por un buen tramo y no podía sacar de mi mente el sonido de esa maldita criatura riendo de manera infame y sádicamente. No era la risa de un loco, era la risa de un demonio, de ello no tengo la menor duda. Una risa burlona, con eco y amplificada, sin sentimientos. Eso era un monstruo de verdad.

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Incredulidad

Al llegar al pueblo fui directamente a la estación de policía y busqué al papá y a uno de los tíos de Joe. Les dije sobre lo que me había ocurrido: que creía haber visto al wendigo. Ellos estuvieron de acuerdo en ir a investigar el lugar. Esperé algún tiempo en la estación, me daba miedo salir a la calle en esos momentos y, cuando finalmente regresaron de la revisión, me dijeron algo que me dio de qué pensar.

Dijeron que al inspeccionar el sitio no vieron rastros de que alguien hubiera estado en el lugar. Y que, a dichas de los vecinos más cercanos, esa vivienda había sido abandonada hacía décadas. No había huellas cerca, ni siquiera estaba por ahí la caja de pizza, no había nada. Después de suplicar me dejaron pasar la noche en la estación de policía y, al salir de servicio, el padre de Joe me acompañó a dejar el auto en el servicio mecánico y me llevó al médico para que me curaran las heridas.

El wendigo

Lo que me dijeron, tanto el mecánico como el doctor, hizo que cayera de rodillas de la impresión. Me dijeron que los daños en mi hombro y en el auto sólo los pudo haber hecho un enorme animal salvaje. ¡En éstas tierras los depredadores grandes están al norte! Los osos kodiak, los lobos están fuera de esa zona. Excepto el wendigo, un espíritu maligno al que los nativos conocen como manitou y que come carne humana.

La verdad, hasta el día de hoy no sé qué hacer. Publiqué mi experiencia en redes y me acusaron de mentiroso y de querer llamar la atención. Incluso, tuve que renunciar a mi trabajo. No puedo afirmar que se haya tratado de un wendigo, el caso es que esa cosa sigue allá afuera. No sé cómo olvidar su aspecto y mucho menos su risa, su maldita risa, que no sale de mi mente. No sé de qué se trate, pero la cicatriz en mi hombro me recuerda ese maldito día en que un wendigo pidió se le entregara una pizza.

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