En un poblado cerca de Cuautla se encuentra la exhacienda La Concepción, que funcionó como el primer cuartel de Emiliano Zapata durante la Revolución, más tarde pasó a manos privadas, hasta que en 2012 fue tomada por los habitantes del poblado que entablaron una batalla legal contra una empresa de pinturas alemana que contaminó las tierras aledañas a la finca
Por Martha Rojas
RegeneraciónMx.- A 15 minutos del centro de Morelos se encuentra Ex Hacienda de Guadalupe, un pequeño poblado que deglute los restos del pasado. En los márgenes se encuentra la exfinca de La Concepción, testigo mudo del paso de los revolucionarios zapatistas, la voracidad capitalista y los designios de la naturaleza.
Desde que ocurrió el sismo del 19 de septiembre de 2017, los pobladores que mantienen tomada la exhacienda de La Concepción, han pedido a las autoridades municipales y federales que se inviertan recursos en la reconstrucción del inmueble cuyos muros, vigas y torres quedaron devastados o en pésimo estado a consecuencia del movimiento telúrico.
Ángel Rico, un hombre mayor que cuida y administra La Concepción, argumenta que el edificio posee un valor histórico pues se trata de una construcción realizada hacia 1675 por una misión de los Hermanos de San Hipólito, que a inicios de la Revolución Mexicana fue utilizada como cuartel del ejército Zapatista y epicentro del despliegue de la batalla campesina.
Desde 2012, un puñado de habitantes de la Ex Hacienda de Guadalupe mantiene tomados los 40 mil metros cuadrados que constituyen los terrenos de La Concepción. Decidieron ingresar por la fuerza luego de que una extraña enfermedad asolara la comarca.
Don Ángel recuerda cómo mujeres, niños y hombres que trabajaban en el campo comenzaron a enfermarse del estómago sin saber por qué y decidieron viajar a Morelos en busca de respuestas. Los doctores dijeron que se trataba de una intoxicación por plomo o cromo y los lugareños recordaron que en La Concepción se había instalado la empresa alemana de pinturas BASF, cuyos residuos, como se comprobó más tarde, contaminaron el agua y los pulmones de los habitantes del poblado.
DE CONVENTO A INGENIO
Como don Ángel recuerda, La Concepción fue erigida hacia finales del siglo XVI por miembros de la Congregación Hermanos de San Hipólito con la intención de que las tierras sirvieran para la producción de caña de azúcar, trigo y la construcción de un sanatorio.
La cesión de tierras fue avalada por Lorenzo Suárez de Mendoza, quinto virrey de la Nueva España, y La Concepción, entonces conocida como El Hospital, permaneció en manos de los misioneros durante casi 300 años.
“Todo permanece tal y como era, el material es el mismo en casi toda la construcción. Después del sismo hicimos algunas reparaciones, pero la estructura sigue siendo la misma. Todavía está la tienda de raya, las habitaciones donde dormían los jornaleros, el calabozo donde eran castigados y todo es de esa época”, señala Don Ángel.
En una parte de las tierras se cultivó el azúcar y en el otro extremo se construyó un ingenio azucarero. Se desconoce el motivo exacto por el que la orden abandonó las instalaciones, pero se sabe que en 1820 la corte española suprimió las órdenes hospitalarias y los sanatorios, entre ellos La Concepción, pasaron a manos particulares.
Hacia 1831 la hacienda perteneció a la familia Michaus; en 1887 a José Torrielo Guerra y para 1870 se había iniciado un proceso de expansión y modernización encaminado a la producción de azúcar en poder de la familia Pinzón.
“Tuvo varios dueños después de que la misión se fue. Se siguió utilizando como ingenio azucarero, fue de varios generales hasta llegar a su dueño actual que era un japonés, su hijo, Roberto Abé, es el dueño de la hacienda, pero él la había alquilado por 5 mil 800 euros a una empresa de pinturas alemana, antes de eso habían intentado criar puercos, en donde está el ingenio todavía están las porquerizas que se utilizaban”, agrega Ángel.
En efecto la hacienda fue parte del auge azucarero de principios del siglo XIX que tuvo como sede el estado de Morelos. Los ingenios y las fincas tenían fama de ser altamente productivas y las más modernas de México.
Fue eso lo que atrajo a la familia de Emiliano Zapata, que criaba ganado en los alrededores, a La Concepción.
UN INGENIO CONVERTIDO EN CUÁRTEL
“Aquí estaba el general Zapata y sus hombres vivían en los cuartos que habían sido de los trabajadores del ingenio. Se apoderaron de todo el terreno. Zapata era de aquí de un pueblito cercano, que se llama Anenecuilco, hay algunos que dicen que debajo de la hacienda hay túneles que llevan hasta la casa de Zapata”, cuenta Ángel, un hombre robusto de edad avanzada, pero paso firme, quien hace de guía y cuida lo que queda de La Concepción
A principios del Siglo XIX los dueños de la finca azucarera cercaron los terrenos que consideraban productivos, eran ejidos arrebatados a algunos campesinos locales. En 1910, con base en la Ley de Bienes y Raíces los campesinos de Anenecuilco reclamaron las tierras robadas por los dueños de La Concepción.
Emiliano Zapata, quien era entonces el presidente municipal del poblado, junto a 80 hombres y por las armas tomaron las tierras en disputa.
El llamado Caudillo del sur distribuyó entre los campesinos buena parte de las tierras, en total repartió más de la mitad de las 12 mil hectáreas que originalmente constituían el predio, e inició un cerco local, con el que convirtió El hospital en cuartel militar.
Sería en las inmediaciones de La Concepción donde iniciaría el movimiento por la “tierra y libertad” con Zapata a la cabeza.
La Concepción, cuyos muros desvencijados confirman el paso de los años, conserva los salones en los que aquellos “generales” durmieron. Las puertas de gruesa madera con restos de pintura roída aún emanan el olor de las maderas viejas.
Los altos muros navegan entre la silueta de un convento y un cuartel, que habría sido clave en la revuelta zapatista.
El casco de La Concepción conserva la misma estructura con la que fue construida. Prologados arcos de concreto que sirven como división y entrada a los salones.
Justo en el centro, se erige una capilla que recuerda el fervor de los misioneros de San Hipólito, frente a la pequeña iglesia, los revolucionarios construyeron una cruz de cemento intervenida en la parte superior con una imagen de Tláloc. La combinación perfecta entre le viejo y el nuevo mundo.
Salones y más salones bordean un perímetro cuadrado que da espacio a frondosos jardínes con árboles de hule. Un edificio principal, con chimenea al centro y grandes ventanales, protegidos por gruesos barrotes de hierro, sirvió como casa del general.
Las vigas están destruidas a causa del sismo de 2017, poco a poco don Ángel ha invertido de su propio dinero para irlas reemplazando por otras más nuevas.
A la distancia del tiempo el fresco jardín luce extremadamente podado, árboles de tronco grueso y gigantescas Monstera Deliciosa, cuyas hojas verdes en forma de costillas perforadas trepan por los muros enmohecidos, habitan este vestigio del tiempo.
EL DESASTRE CON PLOMO Y LAS ESCASAS INTERVENCIONES DEL INAH
El último propietario de la finca fue el japonés Manuel Abe Matzumara, quien la heredó a su hijo Roberto, dueños del ingenio y de un criadero de puercos que instalaron en La Concepción a mediados de la década de los 60 .
En ese mismo tiempo arrendaron una parte del terreno a Pigmentos Mexicanos, que pasaría a manos de BASF, iniciando en 1968 una acelerada producción de pigmentos. La contaminación y el daño al medio ambiente fue inevitable.
Los vecinos comenzaron a reportar síntomas de intoxicación, pero los datos públicos acerca de BASF, que también contaba con una planta en Tultitlán fueron escasos.
Durante 24 la empresa de origen alemán maquino sus productos en La Concepción, con mano de obra local que tenía contacto con el óxido de plomo y nitrato de plomo, entre otras, que al momento del cierre, en 1997, fueron considerados peligrosos.
“La gente enferma tomaba dos litros de leche diario porque decía que eso ayudaba a depurar los residuos del plomo del cuerpo”, narra Ángel.
Las instalaciones de BASF fueron clausuradas y el inmueble se sometió a una auditoria voluntaria realizada por Topografía Estudio y Construcción S.A de C.V, en dicho estudio se encontraron múltiples deficiencias en las instalaciones y en la operación de estas además de fuga de aguas residuales.
Roberto Abé presentó una denuncia ante la PROFEPA de Morelos y los afectados también interpusieron una demanda colectiva por la contaminación del río Espíritu Santo. Después de varios procesos legales, demandas, contrademandas e intentos de la compañía por deslindarse del desastre ecológico, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (PROFEPA) dictaminó que BASF debería pagar a Abé más de seis millones de pesos además de limpiar las instalaciones de los residuos tóxicos.
El dinero de la demanda fue a parar a manos de Roberto Abé, quien más tarde se deslindó del mantenimiento de la Hacienda. Los habitantes del poblado decidieron ingresar por la fuerza, tomar las instalaciones y actualmente son quienes la administran.
Con el dinero que recaudan de algunos eventos sociales que se realizan ahí compran lo que hace falta desde pintura hasta plaguicidas.
Don Ángel adquiere un brillo especial cuando puede contar la historia de estos muros desvencijados y entrañables para su comunidad.
EL INAH EVITA EL TEMA
Especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) visitó el lugar tras el sismo de 2017 que sacudió gran parte del estado de Morelos con consecuencias devastadoras.
En ese sismo La Concepción perdió vigas y muros del edificio principal, así como el campanario de la capilla. Tras mucho insistir, don Ángel y sus ayudantes lograron que los expertos acudieran a la hacienda.
“Sí vinieron y revisaron toda la hacienda. Repararon la cúpula de la capilla, pero nada más eso. Que no podían arreglar lo de más porque la propiedad es de un particular y el gobierno no puede interferir en el asunto. Nosotros empezamos a arreglar poco a poco algunos detallitos de adentro, de la casa, de nuestro dinero hemos ido comprando de a poco las vigas y reemplazándolas”, asegura Ángel.
El cuidador, una mujer y otro hombre, son los encargados de La Concepción y también quienes cuidan el lugar como si fuera una casa propia.
Desean que el inmueble recupere el esplendor de épocas anteriores, pero saben que tres personas no podrían arreglar por sí solos todo lo que hay que hacer para que este lugar resurja de las ruinas y se libre de la invasión que algunos vecinos de mala fe hacen poco a poco.
Mientras no haya una respuesta concreta sobre el devenir de La Concepción, don Ángel y sus ayudantes seguirán haciendo lo que pueden con lo que tienen, esperando las soluciones que no llegan de aquellos que deberían estar preocupados por la conservación de un inmueble con semejantes características.