El análisis de la naturaleza y los efectos políticos del México de los pocos –de “Los que mandan” para usar el término acuñado por el sociólogo argentino José Luis de Imaz en 1964-, es el corazón del nuevo libro de AMLO: La mafia que se adueñó de México…y el 2012, (Grijalbo, 2010). Quizá se pueda objetar el caracterizar como mafia a los que más influyen sobre el destino material de México, pero finalmente no es posible entender nuestro proceso actual país sin tomar en cuenta el carácter profundamente excluyente de un sistema cuya supuesta transformación de autoritario en democrático, no ha significado gran cosa en el ejercicio real y en los efectos del poder.
A partir de la discusión del concepto de mafia se puede abordar la sustancia de este libro no académico sino intensamente político y polémico. Mafia, como se sabe, es el nombre de una sociedad criminal secreta originaria de Sicilia pero que, por extensión, suele aplicarse a otras asociaciones secretas de criminales o, incluso, de terroristas.
Ahora bien, el pequeño grupo de los poderosos de México, como lo demuestra el propio AMLO, no es secreto ni observa el orden jerárquico y la disciplina propias del crimen organizado. En esta obra y en la realidad, los oligarcas aparecen con nombre y apellido, con sus áreas de actividad y hasta su modus operandi individual. La membrecía en el grupo va desde Carlos Slim hasta Emilio Azcárraga, pasando por Roberto Hernández, Roberto Bailleres, Germán Larrea y unas docenas más de grandes empresarios. Algunos de ellos, como los del Consejo Coordinador Empresarial, efectivamente han concertado sus acciones de presión y cabildeo pero otros lo hacen por sí y ante sí, en solitario, como Slim o Salinas Pliego. Y aunque ciertas actividades de estos personajes son ilegítimas por ser dañinas para el interés general –sus prácticas monopólicas o sus argucias para pagar pocos impuestos, por ejemplo-, generalmente pueden pasar por legales.
Una alternativa más adecuada al concepto de mafia y al tipo de conducta de “los que mandan” en México, puede ser el de élite del poder, término acuñado por el sociólogo norteamericano C. Wright Mills, (1916-1962) al examinar el enorme poder acumulado hasta entonces por el pequeño grupo que dominaba la política, la economía y la cultura norteamericanas.
En The power elite, (1956), Mills sostuvo que sí en Estados Unidos se pudiera separar de las estructuras institucionales donde operan a los cien personajes políticamente más poderosos, a los cien más ricos y a los cien más famosos, éstos perderían su importancia pues su poder no estaba en ellos como individuos sino en la posición que ocupaban en la estructura institucional, en la red del poder. Esa es también la tesis central de AMLO y punto de partida de su proyecto político, pero con una variante muy importante: aquí, como se verá, si hay individuos muy poderosos y que no tienen cargo institucional.
A partir de la gran crisis de 1982 –cuando se vino abajo el modelo económico basado en el mercado interno y en la centralidad del Estado- el gobierno ha quedado cada vez más al servicio de los intereses particulares de un puñado de dirigentes de grandes empresas y conglomerados y de su idea de México, un México donde la desigualdad extrema es considerada como natural e inevitable y frente a la cual sólo queda saber administrarla para evitar que lleve a la inestabilidad.
Conviene abordar ahora la peculiaridad de la élite del poder mexicana y en la que AMLO ahonda. Sí Mills no dio mayor importancia a las individualidades del grupo, fue porque en la sociedad que estudiaba –la norteamericana- las instituciones aparecían sólidas. En contraste, en México hoy ese entramado institucional es notoriamente débil lo que realza el papel del individuo. Esa debilidad ha permitido que ciertos personajes audaces y con conexiones adecuadas, puedan desempeñar un papel crucial. Eso fue lo que sucedió con Plutarco Elías Calles hace 80 años cuando México era aún país de caudillos y eso sucede de nuevo con el ex presidente Carlos Salinas de Gortari.
Salinas ha capitalizado las debilidades y corrupciones del actual sistema político mexicano. Cuando fue presidente al final del siglo pasado, el de Agualeguas usó la crisis mexicana y el proceso mundial de privatizaciones, para tejer una telaraña de complicidades políticas e intereses económicos con el objetivo de sentar las bases de un poder transexenal. Sin embargo, su sucesor, Ernesto Zedillo, se propuso acabar con ese proyecto y casi lo logró, pero la posterior combinación de ineptitud, debilidad política y corrupción que caracterizó al sexenio de Vicente Fox, dio por resultado, entre otras cosas, una inesperada segunda oportunidad para la ambición salinista. Tras el 2000, Salinas se ofreció como mediador y coordinador entre los grupos e intereses del viejo y el nuevo régimen. La oferta le fue aceptada tanto por Fox y Felipe Calderón como por la oligarquía, el PAN y un PRI que, debiendo ser historia, también supo aprovechar los errores de sus adversarios para resurgir de sus cenizas, y por los nuevos señores feudales de la política mexicana: los gobernadores priistas. Con la coordinación de los intereses y la acción sustantiva de la élite del poder, el resto de los poderes, desde el legislativo y el judicial hasta los organismos autónomos, las iglesias y los sindicatos, se plegaron al arreglo. El resultado es una democracia casi sin contenido.
2012. El título del libro de AMLO contiene una fecha: 2012. Es en torno a ese año que ya actúan tanto la élite del poder como el resto de las fuerzas políticamente organizadas, incluidos el propio AMLO y su movimiento social. El año de la elección presidencial mexicana no tiene 365 días sino muchos más, por eso el largo y complicado 2012 ya llegó. Los grandes problemas nacionales siempre están presentes, pero desde hace por lo menos un siglo, es el calendario electoral el que, a querer que no, obliga a la sociedad a reflexionar sobre qué proyectos de país se nos ofrecen y a decidir por cual debemos optar.
Hoy el conjunto ciudadano no pareciera tener el ánimo para hacer de la política asunto prioritario. Según las encuestas, a la mayoría de los mexicanos – para ser exactos, en 2008, el 65%- los asuntos políticos les interesan poco o nada y apenas a un 9% les pareció la política de gran interés (“Encuesta Nacional sobre Cultura Política 2008”, www.encup.gob.mx). Y es que, después de todo, el 83% de ellos considera que simplemente, “el país es gobernado por los intereses de unos cuantos”, (Reforma, 20 de mayo, 2008).
Y Sin Embargo… Aparentemente México, como proyecto nacional, es hoy una zona de desastre, pero justamente por eso, ésta debería ser la hora de la oposición real. Pero el mayor partido de la izquierda está deshecho y las encuestas auguran el retorno del PRI como resultado del desánimo generalizado. Como lo hicieran los historiadores romanos en las épocas de decadencia AMLO apela hoy a las virtudes del pasado –en nuestro caso al espíritu de Juárez y de Cárdenas-, llama a renovar la insurrección electoral y a que en el 2012 la izquierda recupere un poder ilegítimamente detentado desde el 2006 por una derecha oligárquica.
Los obstáculos que enfrenta el proyecto de AMLO son sencillamente formidables: el duopolio televisivo que ha logrado capturar la imaginación de una buena parte de los mexicanos, Carlos Salinas, el PRI reciclado y la oligarquía. AMLO propone enfrentar tamaña alianza con un proyecto de justicia sustantiva y una organización de base desde los 2, 456 municipios del país donde él considera que personalmente ya plantó la idea de un proyecto alternativo. Hoy, tamaña empresa podría parecer casi imposible… pero el país no nos perdonaría el no haberlo intentado.
RESUMEN: “EL CARÁCTER OLIGARQUICO DE MEXICO, EL PREDOMINIO DE LOS INTERESES DE LOS MUY POCOS, NO ES NUEVO, PERO SE ESTA ACENTUANDO”