Luz Nieto
La mayor potencia militar de su tiempo, la Francia de Bonaparte, confió en 1862 en que su reclamación del pago de la deuda encontraría un ejército mexicano desorganizado, indisciplinado y de baja moral. Las guerras entonces se peleaban en los campos de batalla, entre ejércitos regulares. El conde de Lorencez esperaba invadir México sin mayores contratiempos y retirarse luego de haber logrado una compensación.
El gobierno del Presidente Juárez tenía otros horizontes y valores menospreciados por los franceses: lo que no habían podido lograr en el terreno diplomático, no lo obtendrían sacrificando las vidas de los compatriotas ni la soberanía nacional. En Juárez, como en Ignacio Zaragoza, no había odio ni saña contra sus adversarios: hombres de honor, defendieron sus armas y a nuestro territorio. Cómo se extrañan la sobriedad, el tono, los motivos y las acciones que se siguieron en esa guerra. Aquí, el recuento del propio Ignacio Zaragoza de la Batalla de Puebla:
Excmo. Señor Ministro de Guerra, las armas del supremo gobierno se han cubierto de gloria; el enemigo ha hecho esfuerzos supremos por apoderarse del cerro de Guadalupe, que atacó por el oriente a derecha e izquierda durante tres horas; fue rechazado tres veces en completa dispersión y en estos momentos está formado en batalla fuerte de 4,000 hombres y pico, frente al cerro, la fuerza de tiro. No lo bato como desearía porque, el gobierno sabe, no tengo para ello fuerza bastante. Calculo la pérdida del enemigo, que llegó hasta los fosos de Guadalupe en su ataque, en 600 y 700 muertos y heridos; 400 habremos tenido nosotros. Sírvase usted dar cuenta de este parte al ciudadano Presidente. Ignacio Zaragoza. Los franceses se batieron como bravos. Puebla, mayo 5 de 1862.
{jcomments on}