En nuestro tiempo no aspirabas a ser narco, secuestrador o a tener mucho dinero. Lo aspiracional en el barrio era ser futbolista, (el jugador de baloncesto) Michael Jordan o el mejor rapero», rememoró el Maru
30 de agosto del 2015.-«El Maru», como lo conocen sus amigos, se crió en Ciudad Nezahualcóyotl, un municipio del estado de México aledaño a la capital del país, y en los noventa formó parte de las nacientes pandillas, habituadas al hurto y a la extorsión.
Una «situación de violencia» que se originó tras el regreso a este desfavorecido suburbio de mexicanos que emigraron a Estados Unidos, recordó a Efe el Maru, y que se agravó con la llegada durante la última década de los cárteles de las drogas a la zona.
«Cometíamos delitos comunes, como los robos o las extorsiones mínimas, por ejemplo, yendo a una tienda para que te regalaran cerveza. El que robaba un banco era como el máster», explicó el antiguo delincuente juvenil, hoy facilitador de procesos educativos en la organización social Cauce Ciudadano.
Estos «chiquillos», de entre 12 y 17 años, tenían un fuerte sentimiento de pertenencia a su colectivo, y en grupos de entre 20 y hasta 300 «compas» se disputaban las calles a navaja y cuchillo, describió el Maru, que tiene hoy 35 años.
«Pero el crimen organizado se encargó de absorber estas pandillas, de romper el código y usarlas como su último brazo operativo. Son las que hacen el trabajo sucio», comentó el Maru, quien dio un giro a su vida hace más de un lustro y ahora apoya a jóvenes a salir de la delincuencia.
Con los cárteles llegó la muerte de muchos jóvenes de su barrio y otros tantos fueron encarcelados, pues hasta el 50 % de los pandilleros fueron captados por el crimen organizado, relató.
«Muchos ‘compas’ empiezan a morir por trabajar con ellos; como están en la última fase de operación, son quienes levantan los cuerpos, torturan y distribuyen droga. No ocupan grandes puestos, son los últimos escaños», agregó.
El crimen organizado se aprovecha de los vacíos legales existentes en la ley de menores para utilizarlos -prosiguió-, y si estos intentan alejarse del narco corren peligro de ser asesinados.
Trabajan por «poco dinero» como halcones -vigilando a las fuerzas de seguridad-, pozoleros -deshaciéndose de los cuerpos- o sicarios, por citar algunos ejemplos.
En México se estima que alrededor del 22 % de los 5.000 menores presos por delitos graves han cometido homicidio, una cifra elevada que esconde una realidad todavía más dolorosa.
La falta de recursos, los problemas familiares y las adicciones catapultan a muchos jóvenes al crimen en un país donde la pobreza aumentó en dos millones de 2012 a 2014, hasta representar el 46,2 % de su población.
«Muchos chicos que se enrolan al crimen organizado padecen un infierno. Son obligados, están ‘shockeados’ y conviven con la culpa», afirmó el Maru, quien consideró que, a pesar de su juventud, los adolescentes saben distinguir el bien del mal.
Pero los cárteles, que pagan poco y trabajan «como una empresa», se encargan de hacerles repetir estos actos violentos hasta desensibilizarlos. Una medida que, desgraciadamente, funciona.
Para los jóvenes «es un proceso mecánico. Te dicen ‘la primera vez que le corté la cabeza a ese güey no pude dormir en una semana. Pero luego le corté la cabeza a otro, y al octavo ya no sentía nada'», relató.
En este escenario, el trabajo, la experiencia y la historia de superación de el Maru es cuando menos remarcable.
Siendo todavía pandillero fue contactado por Cauce Ciudadano junto a su colectivo de rap RAPEM (acrónimo de Rap Pandillero Estilo Mexicano) y empezó a colaborar con ellos.
Tras varias idas y venidas con el crimen, finalmente en 2011 empezó a impartir un taller de rap, que engloba también una parte psicosocial, a varios jóvenes y a chicos en centros de internamiento de distintos estados.
«Hacemos un trabajo de prevención y, sobre todo, atención, porque ellos tienen un riesgo latente. (…) La idea es empoderarlos a nivel educativo, laboral o deportivo», explicó el Maru, que este año se presentó al examen universitario para cursar pedagogía.
Relató que, más allá del entorno social, en Cauce Ciudadano creen en «la resiliencia individual» de estos jóvenes y en la posibilidad de «romper paradigmas».
Aun con ello, reconoció que el proceso no es fácil, especialmente en un país consumista como México y en contextos desfavorecidos donde se ensalza la figura del narco como la única forma de acceder al dinero y al poder.
«Carros (coches), armas, casas y mujeres son los referentes de los jóvenes ahora. En nuestro tiempo no aspirabas a ser narco, secuestrador o a tener mucho dinero. Lo aspiracional en el barrio era ser futbolista, (el jugador de baloncesto) Michael Jordan o el mejor rapero», rememoró el Maru