Calderón, El Chayo y Michoacán, por Jenaro Villamil

Por: Jenaro Villamil | Homozapping

calderonRegeneración, 12 de marzo 2014.-Con un cálculo ministerial sorprendente el gobierno de Enrique Peña Nieto ha demostrado, quizá involuntariamente, la gran falacia que fue la “guerra contra el narco” del gobierno de Felipe Calderón y ha abierto las compuertas para otras y complejas dudas que pueden convertir a la actual administración federal en rehén de su propia estrategia. La clave, de nuevo, está en Michoacán.

En menos de un mes, dos grandes íconos de la guerra calderoniana han caído: Joaquín el Chapo Guzmán, inatrapable, mitificado por la propia ineficacia de Genaro García Luna, su presunto perseguidor, cayó en un operativo conjunto de las fuerzas armadas y policiacas mexicanas y norteamericanas; y Nazario Moreno, El Chayo El Más Loco, quien demostró ser más astuto que toda la operación de propaganda del calderonismo para decretarlo muerto y colocar ante los medios masivos la medallita falsa del avance en Michoacán.

El caso del Chapo es geopolítico y de dimensiones distintas a las del Chayo, por la complejidad de los intereses involucrados y las ramificaciones internacionales del cártel de Sinaloa.

En contraparte, el caso de El Chayo es un retrato hablado de cómo la violencia verbal, mediática y militar, más cargada de ansias de legitimación política que de combate al crimen, resultaron justo lo contrario y en sentido inverso a lo planeado por el calderonismo.

El Chayo era un personaje menor en la estructura de Los Zetas, en busca de arrebatarle la plaza de Michoacán, sus laboratorios y sus plantíos de mariguana, más el puerto de Lázaro Cárdenas, dominados por el cártel de Sinaloa desde los tiempos de Los Valencia.

La “guerra” de Calderón iniciada en 2007 en Michoacán le dio al Chayo el pretexto ideal para disfrazar de autodefensas mesiánicas, cínicas y antizetas la conformación de un nuevo cártel: La Familia Michoacana. Su primera exhibición fue de un terrorismo claramente calculado. Arrojaron las cabezas en un centro nocturno de Uruapan, el 6 de septiembre de 2006 con la famosa nota que los catapultó como vengadores siniestros:

“La Familia no mata por dinero, no asesina mujeres, ni gente inocente; sólo ejecuta a quienes merecen morir. Todos deben saber esto… esto es justicia divina”.

Semanas después publicaron desplegados en periódicos de Michoacán y humillaron al gobierno entrante del panista michoacano Felipe Calderón. La irrupción de La Familia presionó para que el operativo inicial del gobierno calderonista fuera en su tierra. El mandatario se disfrazó de militar, puso cara de enojado (algo nada difícil) y convirtió a Michoacán en su Vietnam.

El segundo episodio de narcoterrorismo de La Familia fue el bombazo del 15 de septiembre de 2008 en la plaza de Morelia. Un cerebro enfermo como el del Chayo logró tropicalizar el modelo de los Zetas y lo perfeccionó con estrategias de vinculación con la sociedad y un discurso paranoide y mesiánico al estilo de las sociedades secretas. Todo, en pleno sexenio de Calderón.

Un triunvirato formado por El Chayo, Jesús Méndez Vargas, El Chango, y Servando Martínez, La Tuta, transformaron a los ex aliados de los Zetas en una máquina de extorsión, miedo y narcopolítica.

La guerra de Calderón no le arrebató ninguna plaza a La Familia, mucho menos Apatzingán, el epicentro del conflicto entre 2007 y 2014 en esa entidad y en la zona de Tierra Caliente.

En 2009, Calderón ordenó el “michoacanazo”, una espectacular y fallida cacería de brujas contra alcaldes y funcionarios menores presuntamente vinculados a La Familia.

En lugar de debilitarlos, el calderonismo regionalizó la presencia de La Familia por el Valle de México, especialmente en territorio mexiquense y en otras partes cercanas a Michoacán.

En diciembre de 2010 el gobierno federal panista se apresuró a dar por buena la versión de que El Chayo murió en un enfrentamiento y, así, decretaron el descabezamiento de La Familia Michoacana. Hasta utilizaron una “filtración” a Televisa, en el espacio de Primero Noticias, conducido por Carlos Loret de Mola, para utilizar una grabación de La Tuta y “acreditar” virtualmente la  muerte del Chayo.

Lo que sucedió fue lo obvio: haciéndose al muerto, El Chayo y sus socios fundaron otra sociedad secreta militarizada, los Caballeros Templarios, para reorientar y defender su gran negocio de Hacienda paralela.

La pifia de Calderón no fue menor ni un asunto de “insuficiencia de información” como ahora aclara Alejandro Poiré, tres años después, y valida el ex mandatario a través de su cuenta de Twitter, el reducto de sus justificaciones.

El “error” del calderonismo fue el mismo que sucedió con Los Beltrán Leyva, con La Barbie, con el cártel de Juárez y con el Golfo-Zeta: pretendiendo combatir a los cárteles-madre fragmentaron a las sociedades criminales. Su gobierno inició con 6 grandes cárteles y terminó con 10, al menos.

En Michoacán, los Templarios rompieron sus alianzas con políticos locales del PRD y del PAN para apostarle al retorno del PRI. El Más Loco resultó tan cuerdo como astuto. Recompuso sus fuerzas, mientras se gestaba el nuevo episodio de la disputa michoacana: la conformación de grupos de autodefensa, menos siniestros que La Familia, pero con un discurso muy similar. La diferencia es que no arrojaron cabezas sino que fueron tomando municipios y sustituyendo a los cuerpos policiacos minados por la corrupción.

Ahora, El Chayo vuelve a estar muerto, pero Los Templarios siguen operando. Y han logrado fracturar e infiltrar a los grupos de autodefensa por una sencilla razón: en Michoacán no es una guerra entre “buenos” y “malos” sino una demostración límite de un narco-Estado secuestrado desde hace años, al menos en la zona de tierra caliente.

El negocio en Michoacán para estos distintos grupos no es la paz sino la guerra. Es el cobro del derecho de piso y el negocio millonario de los laboratorios y la producción de mariguana en un sector agrícola devastado de décadas atrás.

De esos errores derivados de la premura, de un mal diagnóstico y del desmantelamiento de la procuración de justicia del calderonismo podría aprender la actual administración federal. Pero todo parece indicar que el veneno sembrado por El Chayo y por su émulo, La Tuta, y sus diversas ramificaciones políticas y paramilitares se vuelven a reproducir, a pesar de la intensa propaganda en sentido contrario.

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