Carta del hermano José Velazquez, amigo del estudiante de Ayotzinapa refugiado en Estados Unidos.
Por José Velazquez
¿Qué tiene que ver un estado de la Unión Americana llamado “La Tierra Maravillosa”, Minnesota, con el lugar llamado “Lugar de Tortugas” Ayotzinapa? Y mucho más aun, ¿qué tiene que ver un hermano religioso estudiante de la maestría en teología con otro estudiante de las teorías sociales ateas? Claramente ni la materia ni el sujeto pero sí el existir y el ser uno en el otro, en especial en el que sufre, en el oprimido. Así es como el hermano José empieza a existir, a Ser con Ayotzinapa.
Hace más de 16 meses se escuchaba en las noticias los terribles eventos ocurridos en Iguala, la primera tentación fue verlo como un acto más de los que estamos acostumbrados a escuchar en México, la segunda fue emitir un juicio simple criminalizando y culpabilizando a las víctimas, pero más pronto que tarde este particular fenómeno de violencia trataba de decirnos algo, como si en sí mismo tuviera vida, como si quiera gritarnos y prevenirnos de algo. Ayotzinapa es un caso emblemático de un problema sistémico.
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El sin número de las violaciones a los derechos humanos y la deshumanización de las víctimas por las fuerzas públicas es evidente, una y otra vez los testimonios de los sobrevivientes y testigos se entrelazan mostrando el gran monstruo de la impunidad de nuestro amado país México. Todo esto me decía y nos decía, aquí hay algo más, algo a lo que desgraciadamente ya estamos acostumbrados. 43 jóvenes estudiantes, la mayoría campesinos, la mayoría sin recursos, la mayoría con sueños, fueron desaparecidos.
Esa noche también más de 100 personas fueron víctimas de la violencia perpetrada por las fuerzas públicas la noche de Iguala, aquí cabe referirse al dicho, “tanto peca el que mata a la vaca como el que le agarra la pata.” Parte de los informes oficiales y del grupo de expertos independientes muestran claramente la participación de las fuerzas federales y militares de una u otra manera. Pero como es en nuestro país, la ley del más fuerte, se impone en el más débil. Así los miembros de esta cadena de opresión y corrupción son los primeros en ser inculpados, me refiero a los agentes municipales. Y los más fuertes, militares y federales tienen un aparato más fuerte que les permite ser protegidos y seguir haciendo uso de la impunidad. Esta ley del más fuerte se evidencia de igual manera en la clase política. A los que vemos tras las rejas, son a los gobernantes de más bajo estatus pero no de por menos responsables, el presidente Municipal de Iguala y su esposa (aclarando que no han sido procesados por los delitos de la desaparición de 43 estudiantes). ¿Dónde está la verdad y la justicia para más de 100 víctimas de los atentados de esa noche oscura? si los responsables de esos de prevenir esos atentados están libremente gozando de su libertad, nuevamente por el grado de impunidad existente en los tres poderes de gobierno de nuestra amada Nación.
Para poder entender el por qué de esta historia es importante preguntarnos, ¿qué diferencia hay entre una víctima a otra?, ¿qué diferencia hay entre una mujer y un hombre?, esencial y moralmente no la hay, todos tenemos la misma dignidad y los mismos derechos. Con esta premisa fue como el hermano José visitó por primera vez Ayotzinapa. Cada vez que recuerdo ese momento de génesis del celo por la verdad y la justicia en mi corazón se me enchina la piel. Fue un 11 de Agosto del 2015, me recibió en la puerta un estudiante normalista, activista y sobreviviente de los atentados de Iguala. Su nombre con voz clara y acento costeño dijo, Francisco Sánchez. Así fue como comencé a conocer la vida de un normalista, que como muchos otros vienen de una situación de pobreza y que ha sido víctimas de un sistema social desigualitario desde el día de su nacimiento, y que ésta, la noche del 26 de septiembre, era una más de esas desigualdades con que se les había cargado desde su concepción. Después de mi despedida de Ayotzinapa supe que en mí algo había cambiado, que algo se había transformado, que el celo por la verdad y la justicia había comenzado, desde ese momento la historia de dolor de los padres y madres de Ayotzinapa, y la historia de muchos sobrevivientes como Carmelo se convirtió en mi historia, y ahora no hay día en que no exista sin Ser Ayotzinapa.
Sabiendo el grado de corrupción e impunidad de nuestro gobierno sabía que muchas cosas se desenvolverían de esta relación de existencia y que la solidaridad se transformaría de buenos deseos y publicaciones en el Facebook en cosas concretas. Así es como Carmelo se vio en la necesidad de mantener su primordial derecho, el derecho a la vida. Fueron el peligro, amenazas den contra de su vida y las faltas de garantías que el Gobierno ofrece que le obligaron a pedir ayuda, un grito más de esa noche, un grito de desesperación, un grito por la vida. Por medio de algunos contactos pude conectarme con un abogado con gran experiencia en asilos políticos aquí en Minnesota, y con la ayuda de otras personas solidarias pudimos escuchar ese grito y reaccionar. Así es como Carmelo Ramírez Morales del que su vida corría peligro ahora puede seguir gritando, no más por miedo, pero por coraje, puede seguir alzando la voz por la búsqueda de la verdad y la justicia de sus 43 compañeros, por la verdad y la justicia de los más de 22 mil desaparecidos en México, por la verdad y la justicia de millones de personas sin cara que han migrado a los Estados Unidos. Así es como “La Tierra de la Maravillas” se ha convertido en el refugio de una víctima más del sistema opresor y deshumanizante de mí querido país México.