El cese al fuego entre el Gobierno de Colombia y las FARC-EP es una noticia de trascendental importancia para América Latina y el Caribe.
Por Juan Manuel Karg para RT.
En medio de nuevas y profundas convulsiones políticas y económicas en la región, el acuerdo de cese al fuego bilateral entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo) es una noticia de trascendental importancia para América Latina y el Caribe. Se trata, ni más ni menos, que el fin de un conflicto social y político que durante más de cinco décadas modificó el día a día de millones de colombianos. Con la firma del punto relativo al fin del conflicto armado no sólo gana Colombia, sino toda la región, que decidió declararse “zona de paz” durante la cumbre CELAC de 2014.
El gran perdedor tiene nombre y apellido: Álvaro Uribe Vélez. El ex presidente colombiano intentó boicotear una y otra vez la mesa de negociaciones en La Habana. Incluso saboreó el inicio del fin del proceso de paz cuando su delfín, Zuluaga, llegó a la segunda vuelta presidencial aventajando a Santos, en 2014. Pero Uribe, bajo otro nombre, perdió aquel ballotage. Aquella fue su primera derrota contundente. La segunda, ésta que tiene lugar ahora, mientras buena parte de su círculo íntimo -incluído su hermano- está preso por presunta vinculación con el narcotráfico.
Entre los triunfadores están el gobierno de Juan Manuel Santos y las propias FARC, por el esfuerzo conjunto desplegado en La Habana ante algunas presiones internacionales que, con perfil más bajo que Uribe, intentaban jaquear el proceso de paz. Pero en lo interno, sobre todo, gana el pueblo colombiano, quien aún sigue intentando poder hacer política sin el temor de perecer en el intento.
Los más de 120 asesinatos en los últimos 4 años a integrantes del espacio político Marcha Patriótica, que patrocina la defensora de DDHH Piedad Córdoba, grafican las complejidades que hasta hoy existen en Colombia en relación a un derecho tan simple -y elemental- como el “hacer política”. El “último día de la guerra” deberá precisamente aportar los elementos jurídicos y políticos para garantizar, de aquí en más, la libre participación ciudadana en la configuración política del país.
Por último, hay que destacar el rol de Cuba y Venezuela en este desenlace. En febrero de este año, durante su encuentro con el Patriarca ruso Kirill en La Habana, el Papa Francisco lanzó una sugestiva frase destinada a Raúl Castro: “si se continúa con esta disponibilidad activa, Cuba podría ser la capital de la unidad”. La fuerte predisposición de La Habana para ser sede de los diálogos también muestra su rol activo en la política regional, hecho que obligó a EEUU a darse otra política en relación a la isla. Por otra parte, tres años después de su fallecimiento, se puede ver que la política de Hugo Chávez en relación a Colombia también da sus frutos, visto y considerando que fue el primer Jefe de Estado de la región preocupado por el tema en la última década. En momentos donde Venezuela aparece asediado desde diversos ángulos -diplomático, periodístico y con un bloqueo financiero en curso que le impide tomar líneas de crédito- hay que cuantificar el esfuerzo del país caribeño en lograr una solución en relación a su país vecino.
El último día de guerra en Colombia es, en definitiva, una noticia “bálsamo” en medio de un escenario general de dificultades para la región. El desafío será avanzar ahora en la desmovilización efectiva de sectores del paramilitarismo, garantizando además que la otra mesa de negociación en curso -ELN/Santos- también se encamine a un resultado similar. Y además lograr que el cese al fuego bilateral también encamine a una verdadera apertura política, garantizando la libre participación de los diferentes sectores de la sociedad colombiana en la política cotidiana del país.
Si Uribe y los apologistas del conflicto armado están disconformes, hablamos de una noticia que es de relevancia notoria para toda la región. Colombia tiene un motivo para celebrar. América Latina también.