El New York Times, relata las historias de Edgar, Manuel y Aldo; las heridas ocasionadas aquella noche, los acompañarán por siempre.
Regeneración, 26 de septiembre 2016.- El día de hoy el New York Times (NYT), publica un artículo de Kirk Semple y Paulina Villegas, titulado “Dos años después de la noche del horror, estudiantes mexicanos buscan respuestas”, en el cual, cuenta la historia de algunos de los estudiantes que vivieron aquella noche de terror.
Comienza recordando la estancia de los expertos de GIEI que pasaron un año estudiante el caso y que cuestionaron la habilidad del gobierno mexicano para llegar al fondo del tema.
“Los padres de los desaparecidos y los muertos, han mantenido la búsqueda de respuestas. Los han acompañado decenas de estudiantes que sobrevivieron aquella noche pero que vivirán para siempre con las cicatrices, aquí tres de ellos”
Edgar Andrés Vargas
El pasado jueves, Andrés vivió su sexta cirugía para reparar su rostro. Durante los ataques en Iguala, fue alcanzado por una bala que pulverizó sus dientes superiores y le rompió la mandíbula superior, y que aún desconoce cuántas cirugías más tendrá que afrontar.
Andrés era un estudiante de tercer año de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos; se encontraba entre grupo de estudiantes que respondió al llamado del grupo de estudiantes de primer año que quedaron bajo el fuego de los policías de Iguala.
Andrés y sus compañeros llegaron después de la desaparición de los 43 estudiantes; mientras examinaban la escena, un hombre disparó alcanzando a Andrés.
Pese a las heridas, fue ignorado por el personal militar e incluso por el personal médico de la clínica local.
Cuando finalmente logró que lo llevaran al hospital municipal, dos horas después del disparo, los doctores le dijeron que, si hubieran tardado cinco minutos más, hubiera muerto.
Andrés, de 21 años ha recibido atención médica en la Ciudad de México; su mamá renunció a su trabajo para acudir a la capital a cuidarlo y sus hermanos menores fueron también recolocados. Su padre permaneció en su pueblo natal, San Francisco del Mar, en el estado de Oaxaca, para continuar trabajando.
El gobierno a cubierto el costo de la atención médica y el apartamento que habita la familia. Sin embargo, la familia ha tenido que recurrir a sus ahorros para costear la vida en la capital.
Andrés, pasa mucho tiempo de su día en el departamento. Cuando sale, es para ver una película o hacer una caminata, utilizando una máscara quirúrgica, porque se avergüenza de su rostro desfigurado.
“Tengo miedo de que la gente me va a discriminar por esto”, aseguró.
El colegio permitió a Andrés finalizar sus estudios este año a distancia. El sigue teniendo la esperanza de trabajar como maestro de primaria, pero ahora tiene una nueva meta profesional: trabajar como abogado.
“Después de todo lo que ha pasado, Pienso que el Sistema legal está hecho un desastre”, afirmó. “¿Quién va a proteger a la gente?”
Manuel Vázquez Arellano
Manuel, creció en Tlacotepec, un pueblo pequeño en la montaña de Guerrero. Tuvo doce hermanos, cinco de los cuales murieron en la infancia víctima de enfermedades tratables.
De niño, trabajó en el campo recolectando amapolas, material para la creación de heroína. Cuando tenía 7 años, vio a unos asesinos abrir fuego en una fiesta, matando a una persona e hirieron a muchas otras. Años después, uno de sus hermanos fue asesinado en una pelea, sospecha que tenía que ver con una banda rival.
Su escape de este tipo de vida, o al menos eso pensó, sería a través de la escuela para maestros. Se convirtió en miembro del comité de estudiantes y se involucró en la cultura política del colegio y en el activismo.
La noche de los ataques en Iguala, Vázquez estaba entre los estudiantes más avanzados que corrieron en ayuda de los más jóvenes y quedar en el fuego abierto por atacantes no identificados.
Manuel, que ahora tiene 28 años, escapó sin heridas. En las semanas y los meses posteriores, cuando los estudiantes desaparecidos se volvieron un símbolo de la profunda corrupción e incompetencia del gobierno, Vázquez, emergió como un vocero en la campaña en búsqueda de justicia.
Viajó a través de México, exhortando a la gente a tomar las calles en protesta y criticando al gobierno y su forma de manejar la investigación. Eventualmente llevó su campaña hacia Estados Unidos y Europa, aumentando el conocimiento del caso y cabildeando con políticos y activistas para presionar al gobierno mexicano.
Este trabajo, le dio un sentido a su vida y lo ayudó a sobrellevar la culpa de haber sobrevivido.
Vázquez, entró este año en una escuela de leyes de la Ciudad de México y aspira a convertirse en un juez para pelear contra la corrupción en México.
Cuando era joven, Vázquez tenia pesadillas frecuentemente en las que se veía al mismo asesinado, debido al clima de violencia en el que creció. Los sueños de su propia muerte aún llegan en sus sueños, pero ahora, se ve a sí mismo muriendo por una causa, “con un propósito y una razón”.
Aldo Gutiérrez Solano
Aldo ha estado en coma desde que una bala perforó su cerebro durante esa noche de violencia. Se encontraba en uno de los autobuses robados, cuando la policía abrió fuego.
Los doctores y la familia miden su progreso como es, con sonidos involuntarios y pequeños movimientos. Los doctores dicen que el hecho de que sobreviviera todo este tiempo es sorprendente, sin embargo, creen que las oportunidades de que se recupere del coma son muy pocas.
Sus padres y trece hermanos, todos viven en Guerrero y han organizado una rotación para asegurarse que al menos uno de ellos esté en el hospital todo el tiempo. Rentaron un pequeño cuarto cerca, donde descansan y se bañan entre turnos.
Este compromiso ha puesto una tremenda tensión en la familia. Uno de sus hermanos aseguró que ha pasado tanto tiempo lejos de su casa, que su propia familia está sufriendo.
“No he sido capaz de llevar a mis hijos al parque los sábados por dos años”, dijo su hermano Leonel, de 37 años quien trabaja como taxista en Tutepec, un pequeño pueblo de Guerrero. El viaje de su casa al hospital toma 6 horas.
Pero la familia tiene un pacto para proveer a Aldo, los mejores cuidados posibles.
Gutiérrez, de 21 años, nunca quiso convertirse en maestro, confesó su hermano. La escuela, donde era estudiante de primer año, era simplemente una salida de la pobreza. Su verdadero sueño era convertirse en un marino.
“El sufrimiento es muy grande”, dijo Leonel. “Todavía no entendemos, ¿por qué nos pasó esto a nosotros? ¿Cómo es capaz el gobierno de dispararle a sus propios ciudadanos?
Traducción de El New York Times.
Texto original en inglés: aquí.