El crecimiento de la violencia institucional en Estados Unidos durante los últimos años provocó el nacimiento de un movimiento llamado “Black Lives Matter”.
Por Juan Manuel Karg para RT.
El brutal asesinato de Alton Sterling reabre el debate sobre la violencia institucional contra los ciudadanos negros en los Estados Unidos. El video es elocuente, y escandaliza por las evidencias: el disparo en el pecho se produce cuando la víctima está inmovilizada en el piso, sin ofrecer resistencia alguna. “Sus manos estaban vacías” tituló el Daily News, dando por tierra la hipótesis de “defensa” de los policías involucrados.
El contexto de este verdadero asesinato a sangre fría se puede comprender en las estadísticas presentadas por el Washington Post: durante el año en curso 123 ciudadanos negros murieron a raíz del accionar policial en diversos estados de EU. En la mayoría de los casos, con una impunidad notoria. En el caso de Sterling, las nuevas tecnologías detectan el accionar de los policías.
El crecimiento de la violencia institucional en EU durante los últimos años incluso provocó el nacimiento de un movimiento llamado “Black Lives Matter” (“Las vidas negras importan”), que comenzó como un pedido desesperado a través de las redes sociales y actualmente emerge como fenómeno social en aquel país. Obama en el gobierno, a pesar de su origen afroamericano, no pudo contrarrestar una tendencia que gracias a los videos aficionados se pudo hacer visible (lo que asimismo disipó la posibilidad de hacer pasar estos verdaderos crímenes por “enfrentamientos”).
Para una potencia que suele opinar con liviandad sobre lo que sucede fronteras adentro de otros países, los nuevos casos de violencia institucional en EU demuestran que es momento de “poner las barbas en remojo”, tal como aconseja la sabiduría popular, y trabajar en la resolución de esta problemática junto a organizaciones de derechos humanos y de defensa de los derechos sociales y políticos de la comunidad afroamericana. Estados Unidos debe avanzar en la resolución de esta creciente problemática, con un profundo análisis de la situación y propuestas concretas. Las perspectivas no son favorables, además, con un horizonte electoral donde el pirotécnico Donald Trump no aparece como vector en la posible resolución de estos temas, sino más bien lo contrario (visto y considerando sus posiciones xenófobas, demostradas a lo largo y ancho de la campaña).
Otro tema refiere a instancias como la OEA, con sede en Washington, que también suele ser contundente caracterizando “crisis humanitarias” en países que no responden a los postulados del Departamento de Estado. ¿Se atreverá a indagar sobre los 123 asesinatos que detalla el Washington Post durante el año electoral en curso en EU? ¿No amerita el tema, a estas alturas, para la conformación de una comisión investigadora donde también estén los países de América Latina y el Caribe?
Por último, ¿No es esta estadística, acaso, una verdadera “crisis humanitaria” en la primera potencia mundial, tan experta en caracterizar a otras latitudes? Muchas preguntas quedan flotando en el aire. Una sola verdad, que se evidencia en las estadísticas: la violencia institucional contra ciudadanos negros en Estados Unidos crece y nada hace creer que podría frenarse a corto y mediano plazo si no hay un verdadero debate nacional en relación al tema.