Con sus ojos que nunca se cierran –porque no tiene párpados– y sus branquias erizadas como una corona de coral, el ajolote, que en náhuatl (axólotl) significa «monstruo acuático», es una de las raras especies de salamandra que se rehúsa a la metamorfosis.
10 de septiembre de 2014.-Ser la encarnación de un dios prehispánico no lo salva de su inminente extinción: el ajolote, un anfibio endémico de México que podría esconder en sus genes el secreto de la eterna juventud, se enfrenta a predadores y sustancias tóxicas que gangrenan su hábitat.
La viscosa criatura (Ambystoma mexicanum), cuyo color puede ir del blanco lechoso al negro absoluto pasando por un verde olivo y pinto, es endémico de los laberínticos canales de Xochimilco, una zona de humedales al sur de Ciudad de México.
El ajolote vivía ahí desde épocas prehispánicas, y con sus 30 cm llegó a ser depredador punta del ecosistema. Sin embargo, su panorama fue tornándose apocalíptico.
Aunque puede desovar hasta 1.500 huevecillos cuatro veces al año, actualmente solo existen 0,3 ajolotes por km2 contra los 1.000 que había en 1996, según un censo de este año realizado por la pública Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Esto se debe a la «mala calidad del agua», ahora contaminada por drenajes de la creciente urbanización, pesticidas de agricultores aledaños y deshechos de los miles de turistas que cada semana comen y bailan sobre coloridas trajineras (balsas) que recorren los canales, explicó Cristina Ayala, experta en ciencias biológicas.
Además, el gobierno insertó en los setenta miles de peces ajenos, como la carpa de China, que devora los huevos y larvas de ajolote, y la tilapia de África, que representa para el anfibio mexicano un invencible competidor por el alimento.
(AFP)