Los sucesos de un país son irrepetibles. A la izquierda le conviene examinar el proceso y sin hacer calco, sino creación heroica, buscar la ruta transformadora
Por Carlos Figueroa Ibarra.
Regeneración, 17 de agosto del 2018. Los acontecimientos de México en las últimas semanas, llevan a muchos a reflexionar sobre las perspectivas de la izquierda en América latina y también con respecto a qué es la izquierda hoy.
Desde la derecha, en una operación ideológica que busca hacer desaparecer a la izquierda, se dice que hoy no tiene sentido hablar de derecha e izquierda.
Hacer esa distinción no es más “que repetir un pensamiento que ha sido rebasado por los acontecimientos mundiales y que está lleno de anacronismo trasnochado”.
Cierto es que en apenas cuarenta años, muchos de los imaginarios, conceptos, fraseología y debates de la izquierda han quedado rebasados.
También es cierto que hoy existen banderas transversales que son abrazadas por sectores ideológicos disímiles.
Agregaríamos que la izquierda no es un concepto, cuyo contenido sea esencialmente similar en todos los momentos históricos.
Durante muchos años, como efecto del surgimiento del movimiento obrero europeo, el nacimiento de las distintas vertientes socialistas -particularmente del marxismo-, y sobre todo después del triunfo de la revolución rusa de 1917, la izquierda se convirtió en sinónimo de anticapitalismo.
Los debates se centraron en qué fuerzas sociales serían las llamadas a hacer la transformación capitalista, quiénes deberían ser las clases dirigentes, cuál debería ser carácter de la revolución más próxima (democrática popular o socialista), cuál tendría que ser la estrategia correcta para derrocar al régimen burgués.
El derrumbe soviético y el auge neoliberal volvieron en gran medida obsoletos todos estos debates.
La revolución dejó de tener la actualidad que Lenin y Gramsci le asignaban, la clase obrera ya no tuvo la centralidad que antaño ostentaba y las clases se vieron acompañadas de sujetos colectivos cuyas identidades iban mucho más allá de lo clasista.
El planeta dejó de ser visto como uno en transición al socialismo después del triunfo bolchevique.
En lugar de ello, se volvió perentorio enfrentar al capitalismo salvaje que surgió una vez que los enemigos del capitalismo mordieron el polvo.
En esta situación es en la cual estamos.
El triunfo de Morena en México ha mostrado las posibilidades y las limitaciones de la izquierda en el mundo actual.
Ha triunfado una fuerza con ese signo porque tiene una voluntad posneoliberal, está nutrida de diversos movimientos y causas sociales y una de sus vertientes viene de la causa socialista.
Pero su triunfo ha sido posible entre otros hechos, porque logró articular un programa político que fue apoyado por las más diversas tendencias ideológicas, entre ellas una parte de la derecha que se identificó con la lucha contra la corrupción.
Esto hizo posible que una parte importante de las clases medias y sectores empresariales, abandonaran miedos y prejuicios y se uniera a este nuevo bloque histórico cuyo horizonte va más allá de la lucha contra la corrupción.
He aquí una de las lecciones que pueden sacarse de todo este proceso.
Los sucesos políticos de un país son irrepetibles en otro.
No obstante ello, al sur del Río Suchiate convendría examinar el proceso mexicano, y sin hacer calco sino creación heroica, debería buscarse una ruta transformadora.
*Carlos Ibarra Figueroa es Profesor Investigador, Posgrado de Sociología en Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades «Alfonso Vélez Pliego», ICSyH.
Carlos Figueroa Ibarra: Es un deber del científico social entender los “motivos del lobo”
Carlos Figueroa Ibarra, doctor en Sociología, columnista de Diario La Hora y profesor de la Universidad de Puebla, guatemalteco de origen, ha sido autor de varios libros en los cuales analiza objetivamente diferentes circunstancias de la sociedad guatemalteca y latinoamericana.
Autor de El proletariado rural en el agro guatemalteco, Paz Tejada. Militar y revolucionario, Los que siempre estarán en ninguna parte. La desaparición forzada en Guatemala, y, más recientemente, ¿En el umbral del posneoliberalismo? El jueves pasado, se presentó una reedición de su libro El recurso del miedo. Estado y terror en Guatemala, escrito hace 20 años, y que Figueroa Ibarra accedió a reeditar, con correcciones y ampliaciones, con el sello F&G Editores.
El recurso del miedo es un libro que surge de una experiencia personal: el asesinato de sus padres y la persecución de la que fue objeto por parte de las fuerzas represivas del Estado. Por ello, se dio a la tarea de analizar objetiva y sociológicamente cuáles eran las causas de esa represión.
Por ello, en “El recurso del miedo”, analiza las causas históricas de la cultura del terror en Guatemala, y se detiene en el análisis de la coyuntura del período en que el general José Efraín Ríos Montt fungió como jefe de Estado, ya que es allí donde, a criterio del sociólogo, se produce un punto de inflexión que sienta las bases para la “democracia” de los últimos 30 años en el país.
En una entrevista, Figueroa Ibarra profundiza con respuestas largas a frases que se le plantearon a manera de motivos para su reacción.
– ¿Quisiera que comentara la imagen que representa el Centauro, que es una de las imágenes centrales en las que apoya su tesis?
– El libro se divide en dos partes; la primera está destinada a analizar los motivos por los cuales en Guatemala se observó el genocidio más grande de América contemporánea, que incluye a Estados Unidos.
No estamos hablando de los exterminios de los pueblos de América, que fueron terribles… Las dictaduras más sanguinarias, con una vocación más fuerte al terrorismo de Estado, se observaron en Guatemala.
Este libro nace de una tragedia personal: el asesinato de mis padres, el 6 de junio de 1980. El hecho de que yo mismo sea sobreviviente de un escuadrón de un grupo paramilitar, el Ejército Secreto Anticomunista; el hecho de que varios de mis colegas -que estaban amenazados de muerte junto conmigo- no hayan sobrevivido, sino que fueron asesinados, como Julio Alfonso Figueroa, Jorge Romeo Imeri y Ricardo Juárez Gudiel.
Pero más allá de esa experiencia personal, el libro trata de indagar las causas de por qué sucedió lo que sucedió en Guatemala.
En ese sentido el libro es, como digo en sus páginas, es la búsqueda de la paz de la razón.
Yo necesitaba encontrar una explicación de un hecho terrible que marcó mi vida para siempre.
Entonces, la primera parte está destinada a analizar las causas históricas y sociales de este hecho.
En esto yo parto de la base de que no se puede explicar únicamente por la maldad, o porque eran sicópatas.
Al contrario, estoy absolutamente convencido de que quienes planearon y llevaron a cabo todas estas acciones de terrorismo de Estado de enorme violencia contra la población no eran enfermos mentales, sino que era gente en pleno uso de sus facultades mentales y con una enorme (pero perversa) racionalidad.
La segunda parte del libro es el análisis de lo que significó para Guatemala la coyuntura el golpe de Estado de 1982 que llevó a Efraín Ríos Montt a ocupar la Presidencia de facto.
Allí es donde surge la metáfora del Centauro.
Hasta antes de Ríos Montt, el Estado guatemalteco quiso conseguir la estabilidad política solamente a través de la represión.
A partir de Ríos Montt, encontraremos un proyecto político que buscaba alternar la represión, ¡que fue terrible!, con medidas políticas que desarmaran política e ideológicamente a la insurgencia.
Entonces el Estado ya no es sólo una bestia, sino que el Estado se convierte en mitad bestia, mitad humana: de ahí viene la imagen del Centauro, que está tomada de El Príncipe de Maquiavelo, quien dice que en la antigüedad a los futuros gobernantes se les daba como preceptor al Centauro Quirón, para que les enseñara a gobernar con la fuerza de la bestia, pero también con el ejercicio de la razón o las leyes, ésa es la razón de la imagen.
Estoy absolutamente convencido de que el régimen de Ríos Montt buscó y ensayó una nueva forma de enfrentar a la insurgencia y, creo yo, que, independientemente lo que a él no le fue bien, sentó las bases de un proyecto que habría que desembocar después en esta democracia de baja calidad que tenemos ahora.
– Supongo que la tesis es que este proyecto se lo encargaron a él, no que él lo llevara como propuesta…
– Bueno, en efecto no es que fue algo que surgiera de su cabeza.
Sabemos bien que él estaba en su casa y lo fueron a sacar para que encabezara una iniciativa que procedía de oficiales jóvenes, mandos medios, que, a la postre, será un problema, porque en el régimen de Ríos Montt las jerarquías fueron subvertidas, y los altos mandos no necesariamente fueron los que más poder tuvieron en esos 18 meses, sino que fue un conjunto de jóvenes oficiales que estaban metidos en ese proyecto que yo llamo Reformismo Contrarrevolucionario.
Ríos Montt agarró bien la idea y la encabezó. Yo creo que esa idea se expresa en lo que él dijo en algún momento de que un guatemalteco con hambre es un buen comunista, y un guatemalteco sin hambre era un buen anticomunista.
Por lo tanto, había que quitarles el hambre a los guatemaltecos para entrenar al anticomunismo, pero también había que hacer las masacres en las dos direcciones.
Vemos la imagen del Centauro actual; la imagen de “Fusiles y frijoles” condensa esa política binaria, bicéfala que se dirige a la población.
Por supuesto, este proyecto enfrentó no sólo el ataque de las fuerzas insurgentes, sino también de la incomprensión de las clases más pudientes del país, que les gustaba mucho que hubiera represión; lo que no le gustaba era que hubiera que hacer algunas reformas para conseguir estos objetivos de estabilización política.
Y esto es otro de los motivos por los cuales el Gobierno de Ríos Montt zozobró con el Golpe de Estado que encabezó Mejía Víctores en agosto de 83.
– Esta coyuntura, según su tesis, es lo que nos marca en esta “democracia” actual…
– Sí, yo creo que sí. Precisamente el jueves 11 de agosto salió un artículo en La Hora, en el cual planteo todo este papel de Ríos Montt, en el cual analizo que toda esta “democracia” nace manchada de sangre, porque para poder instaurarlo, había primero que derrotar al enemigo insurgente, que surgió por las grandes injusticias que existía en la población.
Fragmento de entrevista al autor, publicada en el Diario Paranóico