Por Rafael de la Garza Talavera | La Jornada
Regeneración, 18 de abril del 2016.-El estudio de los trastornos anatómicos y fisiológicos que presentan los órganos enfermos, junto con los síntomas y signos a través de los cuales se manifiestan las enfermedades es la esfera de influencia de la patología. Si trasladamos el concepto al estudio a las elecciones en México tal vez, ironías aparte, se pueda reflexionar acerca de esos síntomas y signos que configuras la enfermedad que padecen, tantos los instituciones como los procesos electorales. La intención no comparte la creencia en el perfeccionamiento paulatino del subsistema electoral basado en sesudas aportaciones de la academia o de políticos con pretensiones científicas; mas bien parte de la premisa de que las elecciones en una república liberal cumplen sobre todo con la función legitimadora de conformar una representación legal y que casi siempre dicha representación favorece a los intereses de la clase en el poder. La enfermedad del sistema electoral está determinada precisamente por su función mistificadora del autoritarismo liberal, alimentando la ilusión de un perfeccionamiento perenne de las instituciones democráticas, por medio de reformas, que en realidad no modifican sustancialmente el equilibrio de las fuerzas políticas en competencia sino mas bien lo refuerzan.
Es el caso por ejemplo, de las candidaturas independientes, estrenadas con el triunfo de Jaime Rodríguez Calderón, mejor conocido como El Bronco, y que a pocos meses del inicio de su gestión ha demostrado los límites de su supuesta independencia. Ya desde finales de los años noventa se empezó a discutir en ciertos espacios la posibilidad de hacer frente al monopolio partidista para definir candidatos a puestos de elección popular. Se tenia la esperanza de que la competencia con candidatos ciudadanos obligaría a los partidos a abrir sus procesos internos de selección de candidatos, democratizándolos y ampliando los incentivos entre la base partidista para mantener una militancia estable y comprometida. Sobra decir que también se contempló la posibilidad de poderes fácticos cobraran aun mayor peso en los procesos electorales, en particular en narcotráfico.
El tema cobró dimensión pública cuando Jorge Castañeda intentó presentarse como candidato independiente en el 2006 pero fue excluido por el órgano electoral con base en el COFIPE, que otorgaba a los partidos el derecho exclusivo de nombrar candidatos. El caso Castañeda llegó hasta instancias internacionales y al final la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó en 2008 al Estado mexicano a reformar sus leyes para garantizar a la ciudadanía el derecho a ser electo. La misma sentencia justifica el hecho tomando en cuenta los valores democráticos “por lo que resulta imperioso un debate profundo y reflexivo sobre la participación y la representación política, la transparencia y el acercamiento de las instituciones a las personas, en definitiva, sobre el fortalecimiento y la profundización de la democracia”
La cita anterior se justifica toda vez que resulta una evidencia del lenguaje que acompaña a las reformas electorales: todas forman parte de un proceso que poco a poco nos conducirá sin sobresaltos al paraíso de la democracia. En consecuencia, el tema de las candidaturas independientes va ganando fuerza y gana su existencia legal. El ciclo virtuoso del cambio institucional da frutos y con la anuencia de sus antaño acérrimos enemigos, los partidos políticos, nace la figura legal de candidaturas independientes.
El caso de El Bronco en Nuevo León demostró la viabilidad de la reforma pues el candidato independiente logró ganar una gubernatura con amplio apoyo sin contar con la venia de las televisoras locales aunque si con el de otros grupos económicos locales como los dueños de El Norte. Sin embargo, El Bronco militó en el PRI por décadas y su independencia de los partidos fue más cosmética que otra cosa. Su alejamiento de las demandas ciudadanas que prometió hacer realidad a lo largo de su campaña confirman que su estilo de gobierno no difiere en nada con los de otros gobernadores. Al final los grupos de poder del estado mantuvieron su influencia y poder y no se ven indicios de que el gobernador se vaya a oponer a que las cosas sigan como siempre.
Pero tal vez el ejemplo de la funcionalidad de las candidaturas independientes en el seno del sistema política tenga que ver con las posibilidad de que el PRI siga manteniendo el poder a pesar de contar con menos votos efectivos año con año. Con las alianzas con el Partido Verde, por ejemplo, el PRI logró compensar su tendencia histórica de pérdida de votos; ahora con las candidaturas independientes fragmenta el voto de oposición para seguir ganando elecciones.
La elección en Veracruz proporciona un ejemplo típico de para quien trabajan las candidaturas independientes. Juan Bueno Torio, militante panista por años, hoy forma parte de la estrategia priísta para descontarle votos al candidato del PAN. Las sospechas de que el gobierno del estado ha contribuido a su campaña se basan en la imposibilidad de que Bueno Torio gane la elección y a sus buenas relaciones con el gobernador en turno.
Por lo anterior, las candidaturas independientes son un signo más de la enfermedad crónica de las elecciones en México pues no parece que representen una amenaza real al monopolio partidista, mucho menos una alternativa política para la ciudadanía crítica de los procesos electorales; los candidatos son simples refritos de militantes descontentos que poseen clientela política obtenida desde los partidos y que ahora ofrecen como su capital político, al menos para obtener las firmas necesarias para lograr su registro como candidato. En todo caso aparece como una figura secundaria que sirve más para destruir que para construir, una opción política alternativa a los cárteles partidistas que en realidad les sirve a éstos mas que a los ciudadanos.