Por Víctor Flores Olea | La Jornada
Regeneración, 14 de julio 2014.-En una semana cuajada de hechos políticos importantes (por ejemplo, la votación favorable en la Cámara de Diputados a la ley reglamentaria de la Ley de Telecomunicaciones, después de su aceptación por el Senado) no hay duda de que la declaratoria como partido político en favor del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) resulta de una importancia extraordinaria, no obstante los pros y contras que varios han señalado.
La primera objeción que se hizo a la formación de Morena como partido político es que significaba una división debilitadora de la izquierda mexicana. Es que, existiendo el PRD, reflexionaron algunos, la formación de otro partido político del mismo signo ideológico no podía sino representar el debilitamiento de esta parte del espectro político mexicano. Su división y, por tanto, su debilitamiento necesario, sostuvieron algunos, sobre todo cuando la derecha nueva y la vieja se fortalecen no sólo a través de sus partidos políticos (PRI y PAN), sino tal vez sobre todo en el espacio prácticamente sin control que se le ha concedido a los llamados poderes fácticos, que en resumen sintetizan los intereses económicos que encuentran abiertas de par en par las puertas del mercado libre (¡vivan las privatizaciones!, como las que están ya aquí en el sector de los energéticos).
Pero para Andrés Manuel López Obrador, el primer animador e impulsor de Morena, la perspectiva es diferente: en primer término él cuestionaría rotundamente el carácter de izquierda del PRD, que encontraría gran apoyo en el hecho de que ese partido, en su proceder real controlado por los chuchos, estaría la mayor parte de las veces, en el mejor de los casos, en un centro vergonzante o de plano en el esquema de un capitalismo rampante que no siempre acepta la definición, pero que a los ojos de multitud de mexicanos se sitúa fácilmente del lado de la derecha, sin ofertas efectivas para la sociedad, sino convertido más bien en un testaferro del PRI y, repetimos, de la derecha mexicana. La culminación de esta imagen tal vez se dio con la adhesión plena inicial del PRD al Pacto por México, aun cuando después lo hayan invadido las dudas e incluso haya tomado distancia en algunos temas críticos.
El hecho es que tales vacilaciones garrafales del PRD lo han debilitado enormemente y han traído consigo una desconfianza multiplicada y creciente de la ciudadanía. Es verdad, la imagen que se ha ido consolidando del PRD, muy lejana de las intenciones de sus fundadores en 1988, han hecho pensar a muchos otros que la visión de Andrés Manuel López Obrador es la acertada. Es decir, que en la situación efectiva de México a mediados de la segunda década del siglo se hace absolutamente imprescindible un partido consecuente de la izquierda, y que tal oferta es precisamente la que hace Andrés Manuel López Obrador con Morena, y ahora con su conversión formal en partido político.
Por otra parte, buen número de los argumentos en favor de la aparición del nuevo partido de la izquierda tienen que ver sin duda con las características personales de López Obrador, quien ha mostrado ya en muchos años de militancia una constancia y la decisión de una pieza como líder electoral. Se recuerda que en 2006, no obstante la hostilidad abierta de Vicente Fox, quien llegó a plantear el desafuero de López Obrador, éste compitió en las elecciones con Felipe Calderón, quedando a un número corto de votos electorales, y siendo muy posiblemente víctima de un fraude de dimensiones enormes. Según cifras oficiales del IFE en aquella época (votación presidencial de 2006) Felipe Calderón obtuvo 35.89 por ciento de los sufragios, en tanto que AMLO habría obtenido 35.31, apenas unas centésimas por debajo. En 2012, que enfrentó a AMLO con Enrique Peña Nieto, igualmente el constructor de Morena habría librado una batalla muy cerrada con su oponente, y a los ojos de muchos también habría mostrado esa elección muy agraves irregularidades en perjuicio de López Obrador.
Otra vez, para muchos, López Obrador representa la oportunidad única de las izquierdas para dar un golpe de timón a la política del país que nos permita salir de las políticas destructivas del neoliberalismo, y que signifique también, para no ahondar demasiado en el tema, replantear una política de verdadera dimensión social y vinculada efectivamente, por sus orientaciones, a las necesidades del pueblo. Sin hablar de lo que podría significar como acercamiento real a América Latina y a las políticas de reivindicación popular que marcan ya a buen número de países de esta zona del mundo, que es también nuestra, pero de la que estamos tan alejados.
Resultan, desde luego, notas indudables de optimismo las presentaciones de su proyecto que ha hecho el propio Andrés Manuel López Obrador, lo que parece una condición necesaria para el éxito de un paso delante de las dimensiones del que ha emprendido. Debemos, pues, felicitarnos y dar la bienvenida a este nuevo partido político que ofrece a México un buen número de esperanzas.
Todavía diremos: Morena ha crecido en estos años como movimiento social desde luego exitoso. Me parece que muchos de sus adherentes, actuales y futuros, desearían que no perdiera, en tanto partido político, las características de cercanía con el pueblo que implican invariablemente los movimientos sociales, y el carácter democrático que se desprende de esa cercanía y de una militancia que resulta de las iniciativas de sus adherentes populares. Pienso que debe conservarse ese perfil a toda costa, lejano de la burocracia y de la verticalidad que prácticamente siempre caracterizan a los partidos políticos.
Esta es la gran oportunidad de Morena, no solamente dar voz a un pueblo que la ha tenido restringidamente y democratizar la política del país, en serio y no solamente como recurso retórico y, por tanto, falso.