Por Víctor M. Toledo
(La Jornada) Ante el contubernio cada vez más notorio entre el poder económico y el poder político, sólo queda construir o reactivar el poder social, la fuerza de los ciudadanos organizados en los territorios rurales y urbanos.
Ese es el mensaje central de los diversos movimientos sociales que han surgido en los últimos meses por todos los rincones del mundo.
Esta tesis es especialmente idónea para el caso de México, país desgarrado por la ineficacia y corrupción de su clase política, y por la insaciable voracidad del capital nacional y trasnacional. A pesar de este panorama ominoso, en México aún persiste una fuerza social, que fragmentada tiene una visibilidad muy limitada, pero unida muestra un enorme potencial para la transformación: maestros disidentes; redes nacionales de resistencia ambiental; feminismo; cooperativas; fuerzas regionales, como la neozapatista; sindicatos no corporativos, el recientemente creado movimiento por la paz y, en los últimos años, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), que ha logrado erigirse en una fuerza de 2 millones de afiliados con presencia en todos los distritos electorales, y con medios de comunicación de gran alcance, como su periódico Regeneración, con 5 millones de ejemplares. No obstante sus logros, Morena ha sido hasta ahora un consorcio de ciudadanos ensamblados por su sola voluntad de participación, sin metas y objetivos claros, con un activismo no definido y, especialmente, sin una estructura organizativa que le permita tomar decisiones rápidas y efectivas de manera colectiva y democrática.
El primer asunto que Morena debe definir es el de su identidad.
El primer asunto que Morena debe definir es el de su identidad.
O se autoconcibe como parte del movimiento social del país y del mundo, o se erige en una oculta fuerza política, con piel civil, que sólo mira los eventos electorales como su arena suprema de actuación. Si se decide por lo primero, su contexto primario es el conjunto de movimientos sociales de México, con los cuales, sin perder sus límites, debe dialogar y actuar. Si va por lo segundo, sus impulsos quedarán reducidos de nuevo al ámbito de la política, no de lo político, y por consiguiente, sus interlocutores principales serán los partidos y su meta ganar elecciones. Esta última opción lo condena a repetir los guiones de intentos similares que terminaron en el fracaso. Pero aun si se decide por lo primero, y este es el segundo asunto nodal, se debe dar un tipo de organización que garantice una estructura no centralista, fluida, flexible y, sobre todo, donde sus cuadros y actores se vean permanentemente controlados por los colectivos que los eligen. Aquí se debe poner atención en otras experiencias, como las del movimiento de Nelson Mandela en Sudáfrica o el de los Sin Tierra en Brasil, o las formas de acción globalizadas de Vía Campesina. El reto es lograr una comunicación fluida de abajo hacia arriba y viceversa, utilizando las nuevas tecnologías de comunicación y creando mecanismos de resistencia y acción que sean rápidas y fácilmente modificables.
El tercer asunto le da sentido concreto y tangible a los anteriores, y parte del principio de que "si no se puede transformar la realidad global o general hay que comenzar a crear un mundo nuevo".
Se trata de rebasar la visión que surge desde los partidos políticos de que no será sino hasta que se tome el poder que los ciudadanos verán realizadas sus sencillas y legítimas aspiraciones. Antes, los ciudadanos debemos seguir aceptando resignadamente la situación actual. Con esta tesis, literalmente los políticos nos han "tomado el pelo" y se han adueñado de nuestro derecho a transformar el mundo “… aquí y ahora”. El truco consiste en hacernos creer sucesos futuros, en prometernos un mundo maravilloso, si y sólo si aceptamos elevarlos al poder por medio del voto. ¡Morena debe decir basta! a este mecanismo ilusorio y tramposo, sin perder por supuesto la posibilidad de participar de manera legítima en la contienda electoral, la cual se convierte en un medio, no un fin, de su existencia.
Pero la historia no termina ahí; ahí es donde apenas comienza.
Como poder social, Morena debe ofrecer conocimientos, tecnologías, medios, para realizar la gran transformación de este país ahora mismo. Y esta comienza en el hogar. Primero, la construcción de una familia basada en la equidad de géneros y edades; después, la autosuficiencia de su entorno doméstico: producción o abasto de alimentos orgánicos, sanos y frescos; el reciclaje del agua y la basura; el uso de energías alternativas, como la solar o la del viento, y los materiales de construcción locales. La soberanía doméstica es el primer peldaño del poder social. Hoy es factible producir y dejar de pagar la electricidad o el agua a la agencia estatal o privada; el paso siguiente es la asociación con vecinos para crear organizaciones locales de abasto, defensa y seguridad, incluyendo policías de barrio o comunitarias.
El mundo rebosa de proyectos y experiencias que hacen posible lo anterior. El tercer nivel se da en los territorios municipales, donde hay que realizar por lo menos tres cosas: cajas de ahorro o bancos populares que sustituyan a los bancos usureros; redes, mercados o tianguis de alimentos, y ordenamientos ecológicos territoriales basados en la aptitud de los espacios naturales. Esto último detiene e impide, de manera legal, el uso de espacios o recursos por los poderes políticos o económicos. Se trata de imponer el poder de lo local por sobre supuestos derechos regionales, nacionales o globales. Ello permite detener la depredación de la naturaleza y del entorno por la extracción minera o de acuíferos, o la proliferación de megaproyectos turísticos o habitacionales. Morena debe ser, por último, un movimiento esencialmente festivo. Toda revolución social es una fiesta, y ello requiere de la participación protagónica de los artistas: músicos, bailarines, pintores, mimos, teatreros, poetas.
Se deben organizar festivales y concursos para crear todo tipo de expresiones que identifiquen y multipliquen las metas del movimiento. O Morena se convierte en un verdadero conglomerado de indignados, que reconocen que vivimos ya una crisis no sólo nacional, sino de civilización, que demanda antes que nada la construcción del poder social, de una nueva vida sin petróleo, bancos, partidos y corporaciones, o terminará siendo un conjunto de nuevas tribus políticas que terminarán convirtiéndose en nuevos agentes de la corrupción.