Por Fernando Valdés Tena
Un medio de comunicación concesionado, utiliza señales de radiodifusión propiedad del estado mexicano y debe servir a los intereses de comunicación social del pueblo (como nación), del territorio (como cobertura geográfica) y del gobierno (los poderes de la unión como poder político) utilizando el derecho constitucional que lo legitima y regula. El estado debe normar al medio y no al revés, como sucedió lamentablemente en sexenios recientes. Un medio que engaña traiciona al estado, máxime si en sólo 12 años se le han condonado impuestos por más de $28 mil millones de pesos en total, como sucede con Televisa y TV Azteca. El engaño provoca confusión y frustración entre las audiencias, genera decepción y pérdida de credibilidad por el abuso cometido, defraudada la confianza depositada en el medio como emisor, por parte de un receptor decepcionado por mensajes deliberadamente distorsionados que alteraron u ocultaron la realidad a lo largo del tiempo, ya sea por motivos políticos o económicos, dejando de lado el comportamiento ético.
Es natural pretender negar un engaño de inicio. Con las proporciones guardadas, les sucedió a las consagradas del Regnum Christi – por citar como ejemplo una analogía –cuando no les quedó más remedio que aceptar que habían sido defraudadas por el delincuente Marcial Maciel, su dirigente espiritual, paradigma de la santidad y líder mundial de la congregación religiosa Legionarios de Cristo.
Es preferible tarde o temprano aceptar que hemos sido manipulados y abusados – en este caso mediáticamente – por décadas, para poder “cambiar de canal”. México ha despertado gradualmente de una pesadilla de desinformación, al darse cuenta de la farsa de la que ha sido víctima por parte de medios de comunicación tradicionales que han pretendido erigirse como monopolio de la verdad y cuya hegemonía hoy se resisten a perder, con el propósito de evitar el impulso imparable de nuestra conciencia colectiva como nación libre, a través de plataformas en redes sociales digitales y medios independientes como youtubers y periodistas de a pie a quienes desprecian con arrogancia. Mi tesis es que un medio de comunicación concesionado por el estado mexicano para ser operado por la iniciativa privada, no debiera tener permitido participar en algún otro negocio, por respeto a la ciudadanía, al gobierno, a sus competidores, patrocinadores y clientes, pero principalmente a sus audiencias y a la ética tanto informativa como empresarial.
Hemos tomado como referencia el pasado para entenderlo, con el propósito de intentar encontrarle sentido a las acciones del presente y contribuir a construir un futuro que transforme nuestra realidad.
Agradezco a tantísimos periodistas y escritores que se han ocupado de analizar la frecuentemente perversa relación entre los medios y el poder y que han sido fuente de inspiración para esta serie de artículos : Julio Scherer García, Miguel Angel Granados Chapa, José Gutiérrez Vivó, Lorenzo Meyer, Humberto Padgett, Carlos Monsiváis, Juan Villoro, Carmen Aristegui, Raúl Trejo Delarbre, Jenaro Villamil, Jorge Zepeda Patterson, Humberto Musacchio, Fabrizio Mejía, José Antonio Crespo, Jacinto Rodríguez Munguía, Daniel Lizárraga, Jorge Volpi, Florence Toussaint, Fátima Fernández Christlieb, Andrew Paxman, Claudia Fernández, Enrique Legorreta, Rafael Cabrera, Fernando Mejía Barquera, Irving Huerta, José Luis Gutiérrez Espíndola, Sebastián Barragán, Carola García Calderón, Ricardo Sevilla, Jorge Gómez Naredo, Alberto Tavira y J. Jesús Lemus, entre muchos otros.
El Monopolio de la Verdad de los medios convencionales, lo estamos desbaratando con investigación, involucramiento y democracia participativa colectiva, informándonos cada vez más acerca de los asuntos públicos, googleando, publicando posts en Facebook, instagrameando y a punta de tuitazos. El Monopolio de la Verdad ya no lo tiene Televisa ni los medios de comunicación concesionados por el estado mexicano, como brokers de esa realidad en imágenes.
El Monopolio de la Verdad es ahora propiedad de nosotros, lo ciudadanos.