Por Ramón Cuéllar Márquez
El odio y el miedo son biunívocos de alguna manera, pues conviven y se enlazan entre sí; podría decirse que son la misma cosa. El odio tiene su origen en el miedo a la no correspondencia con la serie de valores con que fuimos condicionados para pensar en un sentido o en otro. En medio de esas emociones aparecen las ideologías, que permiten construir relaciones humanas conducentes al modo en que miramos la realidad, en cómo la resolvemos y cómo las utilizamos para la supervivencia de grupos, clanes o sociedades enteras en las que nos desarrollamos.
Nadie es libre totalmente de una ideología, por más que queramos escindirnos de ella. La ideología, como tal, estudia sobre la raíz de las ideas, de cómo se dan en los contextos históricos y cómo evolucionan en cada época. La palabra viene del griego ἰδέα <idéa> y <logía>, del concepto λόγος <lógos>, es decir, “tratado”. De este modo, estamos construidos dentro de un sistema de pensamiento que tiene como base un conjunto de ideas, principios y valores que arrojan nuestro punto de vista con respecto a la vida cotidiana y la realidad. Es nuestro filtro, el lente con que miramos y definimos el entorno.
Sin palabras no hay ideas, sin ideas no hay pensamiento y sin pensamiento se hace difícil la comunicación; más aún: las relaciones sociales no existirían, y con ellas todo el conocimiento humano. Las sociedades han edificado sus culturas a partir de la memoria, de tal modo que sin memoria no existiría el pensamiento, pues ésta es el contenido de la conciencia. Karl Marx nos dice: “No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”, de tal manera que al estar imbuidos dentro de un modo de producción material, éste condiciona el desarrollo de nuestras vidas sociales, políticas y espirituales. Así, esos modos de producción determinan las relaciones de todo tipo entre grupos o individuos, que serán diferentes de un contexto a otro; tanto, que provocará enconos, malestares y pleitos. Odios.
Las soluciones que buscamos para la convivencia es el diálogo entre ideas prestablecidas o ideas revolucionarias, ambas luchando para prevalecer una sobre la otra. Esa batalla generará divisiones y con ello vendrán los enojos por la justicia o injusticia del sistema y sus preceptos: lo injusto querrá imponer su modelo a toda costa y odiarán que lo justo desee justicia, según la idea o principio modélico que la ideología le dio como filosofía de vida. Los unos y los otros vivirán molestos por sus ideologías, ya sean conservadoras, burguesas, liberales, neoliberales, izquierdistas, marxistas, un conglomerado casi infinito de mirar el mundo.
Algunos odian eso: las civilizaciones en pugna, los pleitos eternos, la formación y derrumbe de pensamientos; no obstante, aunque traten de mirarlo “desde afuera” han construido un sistema de pensamiento dentro del sistema, en el que no participan de ningún movimiento, pero que se sirven de él, esperando pacientemente a que les caigan los frutos. El odio es miedo. Odian porque grupos humanos viven en confrontación interminable, pero al mismo tiempo temen coexistir al interior del sistema que odian.
Vivimos eternamente divididos por las ideologías, es verdad. Sin embargo, sin ellas el intercambio sociocultural, político, económico y religioso sería imposible. Somos eso. Uno es el mundo y el mundo es uno. Alguien preguntó en redes si se puede vivir sin ideologías. Hay grupos o individuos que buscan liberarse de la ideología a través de filosofías o religiones orientales; hay quienes la niegan y se colocan desde sus animadversiones para denostarla furiosamente. En Occidente y en Oriente la ideología es fundamental para entender los vínculos que nos unen o separan, la perenne lucha de clases que toma distintas modalidades que el pensamiento ha tratado de destruir para hacer un mundo nuevo: uno que niegue al otro, que destruya su estatua y construir otra, o de plano no construya nada. Un humano sin ideales es como un estanque que tenderá a podrirse. Los ideales siempre están en movimiento, en espiral dialéctica continua.
Balandra: Nada es verdad, nada es mentira, todo depende del cristal con que se mira.
Ramón Cuéllar Márquez. Nació en La Paz, B.C.S., en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente se desempeña como locutor, productor y guionista en Radio UABCS. Ha publicado los libros de poesía: La prohibición del santo, Los cadáveres siguen allí, Observaciones y apuntes para desnudar la materia y Los poemas son para jugar; las novelas Volverá el silencio, Los cuerpos e Indagación a los cocodrilos; de cuentos Los círculos, y de ensayos, De varia estirpe.
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