Por José Manuel Fuentes
RegeneraciónMx.- Este mes el Partido Comunista Chino (PCCh), fundado en 1921, cumplió un siglo. Su historia, desde Mao hasta Xi, abarca una buena cantidad de lecciones para los partidos revolucionarios de todo el mundo.
Y justo durante la celebración, el presidente chino Xi Jinping lanzó un discurso que a muchos sonó como una desafiante arenga contra ciertos países occidentales. En Estados Unidos, al menos, hubo esta percepción.
El primer mandatario chino dijo: “Nadie debe subestimar la determinación, la voluntad y la capacidad del pueblo chino para defender su soberanía nacional e integridad territorial”. Y subrayó que China “nunca permitirá que nadie la acose, opima o subyugue”. Se refería, apenas cabe decirlo, a las fuerzas extranjeras y, en particular, a la nefanda tradición injerencista estadounidense.
¿Por qué habló Jinping de acoso y opresión en su discurso? La respuesta, aunque sencilla, hay que buscarla en los anales de la historia. Recordemos que “el Gigante asiático” no siempre ha sido tan admirado (ni temido) como hoy.
La historia del pueblo chino está sembrada de guerras, batallas e invasiones. De la llamada Guerra del Opio contra los británicos (1839-1842) a la denominada Guerra sino-francesa (1884-885), donde los galos resultaron vencedores, pasando por las nueve batallas que Japón les ganó (de 1894 a 1895), China tiene un recelo natural hacia los extranjeros.
Pero eso se acabó, de acuerdo con Xi Jinping, quien, además de fungir como presidente de la República Popular China también es el secretario general del Comité Central del Partido Comunista Chino y, ahí como no queriendo la cosa, también es presidente de la Comisión Militar Central China. Para los extraviados que alegan que en México se tiene “el gobierno de un solo hombre”.
Como quiera, “el Gigante asiático” ya no está dispuesto a recibir ninguna clase de afrenta similar a las (muchas) que sufrió en el pasado. Y de ahí el duro (y claro) mensaje de Jinping ¿a Estados Unidos? ¡Claro!
¿Y por qué a este país en concreto? Ofrezcamos, como siempre, un poco de contexto. Con la caída de la Unión Soviética, Estados Unidos fue reconocido como el “ganador” de la Guerra Fría (1947- 1991). Eso, por un lado, los colocó como la principal potencia hegemónica y, por otro, le permitió impulsar su modelo económico: el neoliberalismo.
Esta teoría que, como se sabe, tiende a reducir al mínimo la intervención del Estado en la esfera económica, perjudicó y agudizó (más) la desigualdad social, pero no es ese país, sino en América Latina y Oriente Medio (las dos regiones más explotadas por Estados Unidos). Desde entonces, EU no tuvo rival que se impusiera a sus políticas y, por ello, pudo intervenir a su antojo en varios países.
Ingenuamente, EU pensó que la URSS, su proverbial archienemiga, ya estaba enterrada para siempre. Y muchos pensaron idéntico. Y puede que tuvieran razón.
Pero mientras el gobierno estadounidense saboreaba, engolosinado y distraído, esta idea, un inopinado enemigo (otro) iba creciendo de manera subrepticia en Asia. Adaptándose de manera gradual (pero firme) al modelo neoliberal, China creció, si vale decirlo con una frase hecha, a pasos agigantados. Y cuando, al fin, EU apartó un momento la mirada de su propio ombligo, se topó de frente con “el Gigante asiático”.
Y es que durante las dos administraciones de George W. Bush (2001-2009), Estados Unidos se enfrascó en las delirantes guerras (¿y qué guerra no lo es?) contra Irak y Afganistán.
Con la mirada concentrada en Medio Oriente, el gobierno de Bush descuidó el sector tecnológico y, mientras el ejército norteamericano (ya no hay que decirle así porque, caray, en el norte de América hay tres países, incluido México, y cuatro dependencias de las Antillas menores) invadía alegremente aquellos países, mediante los desvaríos llamados “Operación Libertad Duradera” y “Operación Nuevo Amanecer”, se descuidó terriblemente el proyecto de infraestructura en EU.
Posteriormente, ya saben ustedes, surgió la crisis financiera de 2008, originado por el colapso de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos. Esta crisis se dio porque precisamente se apostó por la concentración del mercado sustituyendo el poder del Estado, o sea: se aplicó el neoliberalismo, es decir: esa suerte de (nuevo) liberalismo que está pensado para beneficiar a las cúpulas empresariales y a los ricos.
Al ver esta crisis, China decidió salirse del modelo neoliberal estadounidense. Aunado a ello, fue profundizando el socialismo en su modelo económico, mezclándolo con políticas capitalistas (para más información, léase Adam Smith en Pekín, de Giovanni Arrighi).
Ahora bien, el gran ascenso de China ocurrió en 2012, justo cuando se encontraba en juego la reelección Barack Obama. Una vez más: mientras EU estaba distraído en sus asuntos internos, China aprovechó para ir acaparando los negocios dentro y fuera de casa.
A eso debemos agregar que EU padece (y ahora con más recrudecimiento) los confrontamientos internos entre demócratas y republicanos. Y eso ha llevado a que la sociedad estadounidense se encuentre política y socialmente polarizada. El fenómeno, desde luego, ha sido aprovechado por China.
Más allá de estas disquisiciones, lo cierto es que Estados Unidos ha dejado de ser la única potencia hegemónica en el mundo. China no sólo se ha erigido como un país con una posición dominante en el mundo, sino como una superpotencia internacional.
Superando todos los pronósticos, el siglo XXI ha visto que China, de ser un país subdesarrollado y relativamente débil, se ha transformado en una superpotencia incipiente que, sin pensárselo, amenaza la hegemonía de EU.
No es insignificante mencionar que, tras la llegada de Xi Jinping a la presidencia (en marzo de 2013), China ha optado por proyectos de gran magnitud para contribuir a mejorar la infraestructura del país en dos vertientes.
1. Tecnológica: Hecho en China 2025, un programa que le dará al país autosuficiencia tecnológica.
2. Y Comercial: la Nueva Ruta de la Seda, megaproyecto basado en una red comercial entre Asia, África y Europa. Más de 70 países ya forman parte de esta iniciativa que, aunque pueda parecer exagerado, podría cambiar el viejo orden mundial.
No debemos olvidar que los estadounidenses han disfrutado de 16 años de paz en sus 242 años de historia. China, por otra parte, ha influido en otros países en forma pacífica, es decir: mediante proyectos estratégicos perfectamente diseñados.
Estados Unidos ya vio que no es la única potencia hegemónica. Y por ello están impulsando ⎼y hablo de las tres últimos presidentes: Obama, Trump y Biden- una nueva guerra fría con China. ¿Guerra fría? ¿En serio? ¿Así de drástico? ¡Claro! Y las evidencias saltan a la vista: estamos ante una batalla financiera, tecnológica, ideológica, espacial, regional (en Taiwán y en el Mar de la China Meridional), tal como lo vimos en la Guerra fría con la extinta URSS.
De ahí que Xi Jinping se muestre tan orondo (muchos dirían que soberbio) en su discurso. China tiene un vigor económico (véanse sus pasmosos avances tecnológico en los últimos años) que le permite al mandatario esa clase de desplantes. ¿O no debería hacerlo ante un país (Estados Unidos) dividido y debilitado económicamente por sus guerras intestinas?
Cuatro preguntas, más o menos retóricas, al respecto: ¿el gobierno de Joe Biden podrá remontar y contener el gran ascenso de China? ¿Es momento que EU cambie sus políticas intervencionistas y opte por otro modelo? ¿China se alzará como la nueva potencia hegemónica global? ¿Ya lo es?
Una cosa es cierta: Estados Unidos ya no está solo. Y tendrá que aceptarlo. China llegó para quedarse.
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* Estudiante de arquitectura y autor de más de un centenar de artículos de análisis geopolítico.