Por Víctor Baca
Marcuse cierra su tratado sobre El hombre unidimensional (1968) de una forma brillante. “En los comienzos de la era fascista, Walter Benjamin escribió:
Solo por aquéllos que han perdido la esperanza, es que ésta nos ha sido dada”.
Desde que vi el homenaje que se organizaba al autor, tal vez uno de los hombres más heterodoxos del siglo XX, me causó extrañeza. ¿Un homenaje desde la academia?; raro, pero así se estila en la posmodernidad… Asimismo, me sorprendió revisar las líneas para su discusión, y pienso que él, al revisarlas, hubiera dicho: no quepo en ninguna… tal vez, por su frustrado intento de incorporarse a la academia, y en ella, el desprecio para con El origen del drama alemán (1925), así como la cancelación por hacer vida académica, pero, para bien de todos los que somos sus lectores, nunca aconteció. (Tal vez, su recuerdo a 80 años se frustró ¿por la pandemia?, pues se celebró en 1021.)
Algunos piensan que el maestro de Adorno, llega al comunismo por medio del Amor y tiene nombre: Asja Lacis, “aquella revolucionaria rusa de Riga”, pero eso no es lo significativo del asunto, porque los ortodoxos, nunca entenderán que la libertad de elegir, da y ofrece la riqueza de la interpretación y en Benjamín el amor siempre estará presente…
Sabemos que gran parte de lo que se sabe de Walter Benjamin se debe a Gershom Scholem. Ambos fueron amigos en su juventud, y entre 1915 y 1923, año en que éste último emigró a Palestina, durante ese periodo mantuvieron un trato casi diario. Después la amistad se extendió, hasta la muerte de Benjamin en 1940, intercambiaron una copiosa y rica correspondencia. Scholem, tal vez, el más significativo investigador de la mística judía, dedicó muchos esfuerzos, en calidad de editor y comentador, pero sobre todo como historiador, a la interpretación del pensamiento de Benjamin, a quien sitúa en vecindad con Kafka y Freud, escritores también «judeo-alemanes», y según Scholem, y los «hombres de una tierra extranjera».
Pensar en una semblanza del hombre y del pensador Walter Benjamin («el caso puro del metafísico»), además de constituir un recorrido crítico y atento por su obra resulta un placer anca casi cada uno de sus textos, ya sean literarios, recuerdos, observaciones e incluso los de carácter teórico; el aire poético y rebelde está siempre en su obra. Más allá de esto, penetrar en el corazón cifrado del mundo benjaminiano, cruce de experiencia personal y mesianismo, de dialéctica y mística, de vivencia cotidiana e historia es también una experiencia extraña pero maravillosa. Ello queda de manifiesto en la lectura que hace Scholem de las dos versiones de «Agesilaus Santander», apunte de naturaleza autobiográfica escrito por Benjamin en Ibiza en agosto de 1933, donde trata de su lucha con el ángel y de sus nombres secretos.
Si se puede pensar en algún libro que por lo menos nos ofrezca una visión de cuerpo entero, si podemos llamar así al corpus de la obra de Walter Benjamin, sería sin duda Angelus Novus (editado Edhasa, en 1971), sin embargo, sabemos que ese libro es un trabajo de editor, lo que no le quita ni la importancia ni la vitalidad y sentido al pensamiento de su autor, además de mostrar un abanico de las posibilidades de lectura que el francfortiano ejercía.
Ahí se muestra la gran ensayista, sobre todo, en la tesis IX, Benjamin retoma la imagen de un cuadro de Paul Klee, Angelus Novus (que había adquirido en el año de 1921 cuando tenía 29 años), pues no olvidemos que era un coleccionista. Un amante a su manera de la historia.
(“Mis alas están listas para el despegue,
con gusto volvería hacia atrás,
porque, aunque dispusiera de tiempo vivo tendría poca dicha”.
El verso de Scholem, su amigo, su «Saludo del ángel»), que sirve de epígrafe y reflexión crítica, no solo para su ensayo homónimo sino para toda forma de concebir la historia.
Benjamin desde cualquier punto de vista era un heterodoxo, hombre de fragmentos, de discursos interrumpidos, de imágenes contundentes, aunque un tanto borrosas, demasiado sensible para acoplarse al fiero marxismo de su época, demasiado brillante para sujetarse a las formas académicas, demasiado imaginativo como para escudriñar la historia en línea a recta. No olvidemos que “Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel, al parecer en el momento de alejarse ve algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso”.
Tal vez, solo la crítica Susan Buck-Morss, comprendió y contrapone el gigantismo de dicho proyecto con la figura del Angelus Novus de Paul Klee que Benjamin utiliza para sus propios intereses teóricos.
El autor sabe que la interpretación “Consiste en suscitar la impresión de fuerzas sobrenaturales, precisamente en las zonas altas, mediante volúmenes que se proyectan vigorosamente y parecen sostenerse a sí mismos, impresión interpretada y acentuada por medio de los ángeles de la decoración escultórica, que están peligrosamente suspendidos en el aire”.
Por otro lado, tal vez la tarea es tan compleja que si la pensamos en términos de nuestro pensador concebía la tarea del traductor, nada difícil sería contemplar todas las dificultades que entraña acercarse a su obra. Su ángel está presente. La lectura sin implicaciones no resulta al momento de acercarse a su obra.
El primer asunto es cómo nombrar el oficio de este personaje, pues, a decir verdad, y de la mano de Arendt, Adorno o Scholem, no cumple a validad ninguna. Traductor, crítico, lector de su historia, crearla poetizarla, enunciarla, dejada inconclusa: las alas del ángel se abaten desde entonces hasta la fecha sobre nosotros.
Sin embargo, al revisar con un poco de calma la bibliografía, que cada día, (por lo menos desde hace 50 años y treinta en nuestra lengua), descubriremos que, en realidad, Benjamin, no era en sentido estricto lo que ahora conocemos como un publicador, él escribía, pensaba, reflexionaba y a veces publicaba, ahora, casi todo hacemos lo opuesto, primero, publicamos y después hacemos las otras tareas.
Su muerte, su extraña muerte, su indecisa muerte, fue un poco reflejo de lo que fue su vida.