Opinión: Todos al Zócalo (otra vez)

Por Miguel Martín Felipe

RegeneraciónMx.- El pasado 26 de febrero de 2023 se vivió una jornada de concentración masiva en el zócalo de la ciudad de México en la que supuestamente la bandera era la defensa de la democracia, pero que en los hechos se trató de una enorme manifestación de repudio hacia el presidente Andrés Manuel López Obrador.

A través de organizaciones no gubernamentales, los poderes fácticos del país (y tal vez también de fuera), los partidos políticos, desesperados por recuperar el poder, trataron de potenciar su irrefrenable campaña con miras al 2024 haciendo parecer que se trata de un genuino clamor popular en contra del “dictador”.

Tal vez fue por eso que muchos incautos realmente pensaban que hacían patria al cantar el himno nacional de manera tan desaforada, puesto que, según su cosmovisión, los obradoristas no merecemos ser considerados mexicanos, por lo que ese símbolo patrio en particular les pertenece solo a ellos.

Quienes existimos fuera de la dinámica de los medios corporativos tenemos muy claro el panorama histórico inusitado en que nos encontramos. Por primera vez se ha politizado la población de tal manera que puede haber concentraciones masivas en las calles por parte de facciones disímiles.

El problema aquí, a diferencia del resto de Latinoamérica, es la hipocresía. Si tomamos como ejemplo a Argentina, otro país politizado donde los haya; los ‘predicadores’ formados por el CATO Institute y Fundación Libre han tenido un enorme auge a través de redes sociales y han despojado a la ideología de derecha de la condición vergonzante que anteriormente ostentaba.

En cambio, la facción capitalista de México dice que no existen ya las categorías de izquierda y de derecha, y que su principal motivación es el “amor a México”.

Sin embargo, y pese a que no lo pregonamos de esa forma, porque no detentamos los medios masivos de comunicación, me parece que quienes genuinamente actuamos por amor a México somos nosotros, los que buscamos tener un panorama claro de la historia, de las coordenadas políticas actuales y de los flagelos sociales.

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Si el llamado a la honestidad del presidente AMLO, el cual secundo, fuera atendido, podríamos ser una sociedad más madura en la que todo se reduciría a una sana pugna entre quienes defendemos el estado de bienestar, la igualdad y la soberanía; y quienes defienden la primacía del libre mercado, la reducción del Estado y la supremacía social de su estrato. Pero, al menos en este momento, creo que es demasiado pedir.

Aunque sea un tópico muy sobado, el evento del próximo sábado es un recordatorio de que la historia es cíclica. En 1939, un año después de consumarse la expropiación petrolera, un grupo de viejos ricos católicos liderado por Manuel Gómez Morín, Efraín Gómez Luna y Luis Calderón Vega, fundó el Partido Acción Nacional, pues les parecía que las políticas socialistas de Lázaro Cárdenas amenazaban con despojar a las élites de su hegemonía en favor de las masas.

84 años después de la formación del PAN como partido opositor a algo tan sano como la nacionalización del energético de mayor abundancia en territorio mexicano, dicha agrupación política, desprovista de fuerza pero potenciada por bots, trolls y comunicadores mezquinos, apela precisamente al hijo de Luis Calderón Vega como figura que representa, según ellos, lo que es un “verdadero presidente de México”, sin importar que quien fuera su secretario de seguridad pública no tenga esperanzas ya de ver la luz nuevamente debido a su probado contubernio con el crimen organizado.

Se viene el ocaso del sexenio de AMLO y hay que paladearlo. No solo se celebra la expropiación petrolera, sino el milagro de haber despertado tantas conciencias y que no hay vuelta atrás. El escenario de terror que los medios corporativos siempre trataron de evitar está aquí; se están quedando abandonados, los comunicadores “preparados” y otrora inamovibles, son removidos de sus espacios en radio y televisión por falta de rating, las columnas en los diarios de mayor circulación sacrifican la verosimilitud y la objetividad en favor de su intento desesperado por revertir esta tendencia, y por eso ya muy poca gente los lee.

Pero el ocaso del obradorismo como movimiento está muy lejos de terminar, y el efecto positivo en la población crece exponencialmente. La fiesta popular que se verá el sábado 18 de marzo será otra de tantas concentraciones para celebrar, puesto que, si de repudiar a la derecha -que no se reconoce como tal- se trata, para eso están las urnas.

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Seguiremos madurando como sociedad y recuperando el tiempo perdido en que el régimen anterior nos sumió en un desesperante letargo mientras otros países de Latinoamérica nos sacaban ventaja. Increíblemente, ahora muchos de esos países nombran a México como punta de lanza en el nuevo progresismo de la región, y a AMLO líder del mismo, que por fin está llevando a la práctica la liberación teorizada por Enrique Dussel. El centro está sucumbiendo ante la periferia de manera pacífica y orgánica. El proceso les duele a algunos, pero es irrefrenable.

Nos veremos el sábado en el zócalo para vivir otra jornada inolvidable juntos, en hermandad y en paz. Eso es lo único que pedimos, mientras que nos inventan que estamos “destruyendo a México”. Por favor, si jamás estuvo tan vivo.

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