Por Miguel Martín Felipe Valencia
RegeneraciónMx.- Estamos presenciando un muy interesante cambio de paradigma en lo que a la comunicación de masas respecta, que incluso pasa también por la comunicación interpersonal. Y todo se debe a la irrupción de las redes sociales cibernéticas.
El esquema de la comunicación que tradicionalmente se enseña en las escuelas no está basado realmente en un modelo de comunidad, que es, de hecho, el término que da origen a la palabra comunicar, que en latín significa hacer a los demás partícipes de nuestro pensamiento. Si observamos con detenimiento la caracterización tradicional de este esquema, encontraremos cuestiones interesantes.
Tenemos que hay un emisor y un receptor, y estos papeles no son bajo ningún motivo intercambiables. El emisor manda un mensaje a través de un medio y éste es recibido e interpretado por el receptor, quien emite una confirmación llamada retroalimentación o feedback. Sin embargo, esa retroalimentación no es propiamente otro mensaje, sino más bien una especie de «sí, señor», pues el esquema está realmente basado en un sistema piramidal donde los estratos bajos reciben órdenes y solo deben cumplirlas, pero antes de ello deben confirmar que el mensaje ha sido recibido de manera correcta.
Y si lo encuadramos en un análisis más actual, como aquel que se nos presenta en el libro Freakonomics de Steven Levitt y Stephen J. Dubner, el recibir o no el mensaje, o bien, el cumplir o no con la orden, nos hace entrar en un sistema de incentivos o castigos impuestos por un establishment que tiene de su lado a la comunicación de masas como principal aliado.
El nuevo paradigma deja atrás aquel obsoleto esquema de la comunicación de una sola vía e invita de cierta manera a que todos seamos emisores y receptores en todo momento. Si bien todo el entramado de las redes sociales cibernéticas pertenece a grandes corporativos multinacionales con una importante infraestructura tecnológica y ciertamente solo accede a ello quien lo puede pagar; se ha experimentado en años recientes un abaratamiento de costos que permite a gran parte de la población acceder a esta forma de comunicación.
Aunque también cabe mencionar que el uso mayoritario de redes sociales y tráfico de internet en general sigue siendo para fines de entretenimiento y cuestiones banales que distan de aprovechar el potencial que dichos medios tienen para el aprendizaje y la politización de las masas.
Pero centrados en esta coyuntura histórica que da título a mi próximo libro, La primavera digital mexicana, nos encontramos a muchas personas resistiéndose a ese despertar político que las redes han potenciado. En algunos casos se debe a la fuerza de la costumbre, pues su concepción del mundo, en lo que a comunicación de masas se refiere, es que algunos nacieron para recibir información y otros para darla sin ser cuestionados.
Y no ayuda tampoco en nada el hecho de que el grueso del espectro radioeléctrico y editorial de México esté plagado de voces y plumas que atacan en todo momento a Andrés Manuel López Obrador y el movimiento que encabeza, al tiempo que siguen proyectando la imagen de cercanía y amabilidad, así como genuino amor por el país, como infalible canto de sirena para sus audiencias, mientras que en redes sociales, más concretamente en Twitter, donde muchos de ellos admiten que les gusta provocar de la manera más descarada, encontramos que su visceralidad aflora sin tapujos.
Tal vez enseñarle a nuestra clásica “tía panista” (un arquetipo reciente que poco a poco se va consolidando) que los hombres y mujeres blancos, elegantes, “preparados”, elocuentes y articulados mienten y tienen oscuros intereses; no sea tan difícil si le mostramos que en Twitter dan rienda suelta a su misantropía en aras de la defensa de una clase política y empresarial que les ha prometido el paraíso si logran desgastar mediáticamente al gobierno actual.
Aunque podría no ser una garantía, ya que el daño de la polarización está hecho y muchas “tías panistas” no son que digamosricas o “preparadas”, pero precisamente por ello, por ese sentido de pertenencia y el diferenciarse de aquel a quien sus ídolos llaman “viejito guango”, seguirán replicando el discurso de odio disfrazándolo de indignación y preocupación por un país que dicen amar, pero que solo entienden en términos del adoctrinamiento mediático y la implantación de una muy superficial identidad nacional a través de sendos montajes audiovisuales que construían de manera muy sesgada el concepto de mexicanidad.
Y por supuesto que quienes estamos inmersos en esta dinámica de la politización y la comunicación multivía a través de las redes sociales, seguiremos plantando cara a ese cerco mediático que nos desprecia y que pretende enardecer a una población -afortunadamente cada vez menor- en contra de nosotros y de los ideales que defendemos, los cuales, sobra decir que van más allá de AMLO y pretenden tener un alcance de proporciones históricas. El cerco mediático va a caer.
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