Regeneración, 10 de mayo del 2016.-Cualquier ciudadano medianamente informado conoce de la existencia o actividad de los llamados grupos de presión. Estos son organizaciones de ciudadanos o de instituciones que buscan influir, en busca de su propio beneficio, en las decisiones del Estado. Las asociaciones patronales y los sindicatos de trabajadores son dos bien conocidos tipos de grupos de presión.
Típicamente los grupos de presión no buscan ejercer por sí mismos el poder político. Su propósito es ejercerlo de una manera indirecta, metodología que los releva de cualquier responsabilidad sobre las consecuencias de su actividad. El responsable siempre será el Estado.
Casos clásicos de grupos de presión son los llamados lobbies o cabilderos. A veces con estatus legal y en ocasiones sin él, los cabilderos trabajan tanto a la luz del día como en las sombras. Una nota periodística es una forma más o menos clara de presión sobre el poder público. Y también una manera de influir en la opinión pública.
Cuando el grupo de presión actúa a la luz del día, como en la dicha nota periodística o en las campañas de medios, los cabilderos utilizan el recurso de la persuasión argumentativa, casi siempre acompañada de la intimidación, como, digamos, pintar un muy improbable futuro negro y lleno de calamidades si el poder público no actúa en el sentido que plantean los cabilderos. Y lo mismo vale para la opinión pública. Casi sobra decir que una opinión pública favorable a los cabilderos lubrica el proceso para la toma de decisiones del gobierno. Sembrar la idea de ese negro futuro lleno de calamidades es lo que en la literatura sociológica recibe el nombre de distopía, y que en lenguaje popular mexicano se conoce como “asustar con el petate del muerto”.
Pero, ya en el campo de las sombras, el cabildero suele emplear el recurso de la corrupción. Es el caso de la compra de la voluntad de funcionarios públicos o legisladores para lograr la emisión de leyes o decisiones que favorezcan los intereses de ese grupo de presión.
Desde luego, persuasión, intimidación y corrupción no se excluyen. Más bien constituyen un estrecho trinomio en el que sólo es visible el binomio persuasión-intimidación.
Un perfecto retrato hablado de la personalidad y actividad de un grupo de presión lo constituye la entrevista que el presidente de la Consar (Comisión Nacional del Sistema de Ahorro para el Retiro), Carlos Ramírez Fuentes, concedió a un diario de circulación nacional, aparecida el pasado jueves 5 de mayo).
En esa entrevista es claramente visible el binomio persuasión-intimidación. Con supuestos pero improbables datos duros numéricos, Ramírez pretende sembrar la idea de una futura “pensión de pobreza” para los ancianos si el gobierno no modifica los sistemas de pensiones actuales.
Por supuesto, Ramírez dice actuar en pro del bien común, en favor de la sociedad. Pero ese es el discurso típico del cabildero: disfrazar el interés particular con el ropaje del interés nacional. De quién será la mano que mueve la cuna. ¿Será el sector financiero transnacional que pretende quedarse y manejar a su antojo los mayores ahorros de los trabajadores que una modificación a los sistemas de pensiones podrían generar?
Quizás al tiempo que concede sesudas entrevistas, el señor Ramírez también está utilizando el discreto tercer componente del trinomio del cabildero, cosa que no se ve pero que se puede adivinar: diputados, senadores, gobernadores, rectores universitarios y altos funcionarios en la lista de las personas a las que hay y habrá que correrles determinadas “atenciones”.
Blog del autor: www.miguelangelferrer-mentor.com.mx