Por Ricardo Sevilla
Regeneración Mx, 12 de diciembre de 2021.- Primo Levi (1919-1987) murió, hace más de treinta años, en circunstancias tan insólitas que rozan el misterio. De acuerdo con la investigación policial, el novelista italiano se habría suicidado. Pasaban de las diez de la mañana, del sábado 11 de abril de 1987, cuando ocurrió el terrible incidente.
Recogiendo algunas notas periodísticas y amalgamándolas con los informes policiacos, los hechos ocurrieron, más o menos, así: la portera del viejo edificio donde residía el autor de Si esto es un hombre, ubicado en la zona norte de Turín, subió al tercer piso donde vivía Levi para entregarle una carta; la mujer tocó el timbre, y no tuvo que esperar demasiado para ver aparecer al respetado ⎼y ya célebre⎼ escritor de Los hundidos y los salvados.
Primo, enfundado en una camisa de manga corta, abrió la puerta. Saludó y recibió el correo de manos de la empleada. Pequeño y ligero como era, esbozó una sonrisa de ardilla, dio las gracias, y cerró rápidamente. La señora descendió ágilmente por la escalera de caracol, cuyo vano estaba ocupado por la jaula del elevador. Apenas había llegado a su dormitorio, situado en la planta baja ⎼de acuerdo con la versión que, más tarde, ella misma ofrecería a las autoridades⎼, cuando escuchó un sonido fuerte y carnoso. Se trataba del cuerpo del novelista que, al fondo de la escalera, había caído golpeándose mortalmente contra el piso. Su muerte, apenas cabe decirlo, fue instantánea. El certificado de defunción consignó: “fallecimiento por traumatismo craneofacial y craneoencefálico”. Es decir: el tipo se había roto la cabeza y despedazado el rostro por completo.
Tres décadas después, varios de sus biógrafos todavía discuten acremente sobre el tema. Algunos dudan, incluso, que el escritor judío haya decidido terminar deliberadamente con su vida; alegan que pudo tratarse de un desafortunado accidente. Myriam Anissimov, en Primo Levi o la tragedia de un optimista, plantea y explora esa posibilidad.
Lo cierto es que los reportes periciales, aunque tajantes, no fueron suficientemente claros. Tampoco las notas que fueron redactadas por los apurados periodistas que consignaron la noticia.
Primo Levi tenía 67 años y, de acuerdo con sus amigos y familiares más cercanos, nada en el ánimo del novelista sefardí hacía sospechar que deseara acabar con su vida. Ni siquiera parecía estar especialmente triste. “Hasta el día de su muerte yo estaba convencido de que era la persona más serena del mundo”, opinó el filósofo Norberto Bobbio.
A diferencia de lo que algunos sostienen, Levi no se consideraba un tipo depresivo. Al contrario: se observaba a sí mismo como un hombre, “si no feliz, al menos contento”. En su momento, el escritor Italo Calvino dijo haber sentido atracción hacia su obra debido a “su humor y su aguda inteligencia”.
Meses antes del suceso que terminó con su vida, en septiembre de 1986, Philip Roth visitó a Primo en su casa. La primavera anterior, el novelista estadounidense había iniciado una conversación que terminaría incluida en El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras, libro de artículos y entrevistas que, por lo demás, ponía a debate la responsabilidad moral de la literatura. Roth, en un retrato literario sobre Levi, dice haber encontrado en él a un sujeto ingenioso que no parecía tener “ninguna muestra de tristeza ni desolación, como hubiera podido pensarse”.
No obstante, desde hacía algunos meses, Primo padecía una fuerte depresión. Uno de los pensamientos que más lo afligía ⎼de acuerdo con su esposa: Lucia Morpurgoera⎼ era ver a su madre enferma de cáncer y saber que la mujer, una frágil anciana de 92 años, no sólo iba a morir pronto, sino que además padecía una agonía lenta y tormentosa.
El periodista y traductor londinense Ian Thomson, en Primo Levi ⎼otra de las biografías más exhaustivas sobre el autor italiano que, de forma más amarga e incisiva, interrogó la historia moral del siglo XX⎼ cuenta que, minutos antes de caer al vacío, Primo le había confesado a su amigo Elio Toaff ⎼el Gran Rabino de Roma⎼ que el rostro cadavérico de su madre anciana le recordaba a los compañeros que, desnutridos y desahuciados, viera yacer moribundos en los camastros del campo de exterminio.
Primo Levi no dejó carta de despedida ni anotaciones para ayudar a despejar las sombras que envolvieron su muerte. De ahí que todos sus biógrafos, hasta el día de hoy, sólo hayan podido especular.
Es posible que la impotencia de observar a su madre agonizando, el miedo a caer enfermo, el pavor a envejecer o los terribles recuerdos de su confinamiento en Auschwitz hayan sido algunos de los motivos que orillaron al escritor italiano a suicidarse.
En todo caso, la muerte de Primo Levi, y en especial la forma en que se produjo, fue un duro golpe para los lectores que vieron en este sujeto a uno de los autores más importantes del siglo XX.
Lo cierto es que, hasta hoy, sólo podamos discurrir sobre los motivos y las causas que propiciaron que este hombre, que llevaba el número 174.517 tatuado en un brazo, terminara despedazado en el piso aquella mañana.
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