Proyecto Ético Nacional ‘Constitución Moral’, por Alejandro Solalinde

No hay que olvidar que vivimos en una sociedad que juzga, etiqueta y excluye, como si fuera de la antigua liga de la decencia. A lo que nos convoca Andrés Manuel no es a fijarnos en lo malo que tenemos como sociedad, sino en lo mejor que tiene cada uno como base del piso para impulsar al país hacia arriba y sacarlo de este abismo de la corrupción

Por Alejandro Solalinde Guerra

Regeneración, 10 de marzo del 2018.-La idea de un movimiento ético renovador a nivel nacional y a nivel mundial no es nueva. La crisis civilizatoria, la decadencia de la modernidad nos trajo también una crisis de valores. La irrupción de los derechos humanos en nuestra vida actual nos ha obligado a echar una mirada profunda a la situación lastimosa que vivimos en cuanto a sustento ético se refiere. Un antecedente importantísimo real, no demagógico, lo protagonizó el entonces Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, António Guterres, al convocar a una cumbre sobre valores prácticos que estuviesen sustentando en forma efectiva a organizaciones de la sociedad civil dedicadas a salvar vidas. Esta cumbre sobre valores tuvo lugar el doce y trece de diciembre del 2012 en Ginebra, Suiza. En esa ocasión no fueron convocados los credos y las iglesias oficiales como tales sino personas de diferentes confesiones, hombres y mujeres creyentes que estaban acompañando a los sectores más vulnerados del planeta.

Treinta personas de todo el mundo fuimos invitadas. Yo fui invitado en calidad de director del Albergue Hermanos en el Camino. No fui en representación de México ni de la iglesia católica en cuanto tal, sino únicamente de nuestro albergue.

En el discurso inaugural, el Alto Comisionado Guterres, justificó la cumbre afirmando que el mundo vivía una preocupante crisis de valores en que las instituciones religiosas habían perdido fuerza y que el mundo necesitaba una retroalimentación. Por eso el trabajo de las treinta obras invitadas era recoger los valores que nos inspiraban a realizar obras en favor de los más pobres, vulnerados para luego recogerlas en otra cumbre y revertirlas al mundo con la esperanza de que nuestra comunidad mundial se reanimara con todas esas experiencias vivas. Durante esos días tuvimos la oportunidad de tomar la palabra en diferentes niveles y el proceso quedó abierto para una nueva cumbre que consumase la segunda parte. Sin embargo, esto aún no ha ocurrido.

Personalmente me impactó sobremanera que un laico con perfil socialista tuviera la iniciativa de ese nivel de espiritualidad mundial. Para mí fue imponente el tener a mi lado al Gran Rabino de los Ángeles, California, Joseph Telushkin, y a mi izquierda al comisionado de la Iglesia católica ante la ONU, el arzobispo Silvano Tomasi.

A mi retorno de Suiza solo un pensamiento me acompañaba todo el tiempo, ¿por qué una persona de la sociedad civil había tenido aquella intuición tan importante como una necesidad espiritual para el mundo; ¿por qué esa iniciativa no había salido del Vaticano ni de alguna otra institución religiosa? No encontré la respuesta más que convencerme que nadie tiene la exclusiva del Espíritu Santo, que todo ser humano cuenta con su asistencia y con su gracia y que, independientemente de su credo o condición, tiene algo que aportar en la construir una espiritualidad común desde la suya propia.

Otro antecedente importante, aunque poco conocido, es el Coloquio sobre Valores para una sociedad contemporánea, dirigida por el doctor Héctor Vasconcelos, del 23 al 27 de agosto, con la participación de 59 ponentes, representantes de las más diversas disciplinas intelectuales: filosofía, historia, antropología, sociología, psicología, medicina, economía, física, astronomía, biología, bioquímica, ciencias ambientales, cibernética, literatura y estudio de las religiones.

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Una pregunta inicial fue: “¿En qué pueden creer los que no creen? Participaron el doctor José Narro Robles, la maestra Juliana González

El carácter del coloquio fue intelectual, teórico, y quiso recoger diferentes puntos de vista de las variadas ramas del saber. Su metodología fue básicamente deductiva; no se trató de recoger el acervo de valores subyacentes en la sociedad que se hubiesen obtenido de alguna encuesta.

Es en este contexto y a partir de estas dos experiencias que cito, la propuesta de AMLO cobra un profundo significado propio. No sólo como estadista, sino como un especie de pastor laico que ha recorrido varias veces toda la nación y se ha dado cuenta de las necesidades materiales pero también espirituales de una ciudadanía que ha sido tan golpeada una y otra vez por el abandono de malos gobiernos, por la corrupción, la injusticia y la violencia. Voces que él ha recibido por años y que ahora contesta puntualmente a través de su Plan nacional de gobierno. La respuesta a esos clamores descansa en toda esa multitud de colaboradores y colaboradoras que se han sumado a la esperanza del país que queremos.

Pensar y creer que nuestra salvación como nación se encuentra en el sustrato espiritual que nos han legado los pueblos originarios, nuestros ancestros, pero también la fe católica, es una intuición muy profunda. Apostar a que todos y todas poseemos algo que podamos poner en común para esta construcción realista espiritual es auténticamente una inspiración.

No hay que olvidar que vivimos en una sociedad que juzga, etiqueta y excluye, como si fuera de la antigua liga de la decencia. Aún prevalecen visiones fariseas que piensan que nosotros somos los buenos y los demás son malos. No nos damos cuenta que todas y todos somos trigo y cizaña; que las personas más buenas son capaces hasta de matar y las que creemos más malas tienen algo de bueno.

A lo que nos convoca Andrés Manuel no es a fijarnos en lo malo que tenemos como sociedad, sino en lo mejor que tiene cada uno como base del piso para impulsar al país hacia arriba y sacarlo de este abismo de la corrupción.

La propuesta de Andrés Manuel es, en el fondo, la misma propuesta que tuve la oportunidad de vivir en Ginebra: la importancia de hacer un proyecto ético nacional estriba en construir un eje rector, como proyecto ético nacional capaz de fortalecer a nuestra Constitución Política de la República Mexicana en ámbitos coyunturales que ella no tiene por qué abarcar específicamente.

Si utilizamos una denominación incluyente, como lo es la ética, podemos hablar de un Proyecto Ético Nacional que represente la base de una acuerdo, una convivencia factible sustentados en el respeto, el amor, los derechos humanos y los valores que nos proporcionen felicidad ciudadana.

Esta propuesta se tendrá que elaborar en la convergencia plural de representaciones que se darán a la tarea de redactar un documento en el contexto de un congreso constituyente, integrado por filósofos, psicólogos, sociólogos, antropólogos, ancianos venerables indígenas, maestros, padres de familia, jóvenes, escritores, poetas, mujeres, empresarios, defensores de la diversidad sexual, religiosos, creyentes, no creyentes y no religiosos.

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Estaríamos planteando ¡un diálogo para honestizar a todo México! Un diálogo con todas y todos; un consenso cuyo objetivo sería la justicia fraternal y sororal como prioridad de la ética social. Ya que no importa únicamente el bienestar material, sino también el del alma. Bienestar urgente en un país devastado por la corrupción, la violencia y la fragmentación. Esta nueva corriente de pensamiento es posible desde una regeneración moral y ética. “Con cambios éticos…podremos hacer frente a la mancha negra del individualismo, la codicia y el odio que nos ha llevado a una degradación progresiva como sociedad y como nación” (AMLO)

La idea de un censo de valores resulta impresionante porque la solución al déficit moral del país, él, no se lo está encargando a los oficiales de la religión o a altas jerarquías autorizadas para resolver cuestiones de fe y costumbres. Aunque tampoco las excluye. No, ¡se la está encomendando a la nación entera!, tomando en cuenta a los de abajo y a todos; a la gran riqueza de espiritualidades.

Entonces el fruto de esta asamblea constituyente será sin duda lo más real, lo que existe en la base social nacional, y no el deber ser de un documento emanado por la cúpula de técnicos en teología.

¡Qué fuerte! ¿Y la iglesia católica institucional? ¿No debería estar haciendo esta tarea?

Se trata de una iniciativa muy audaz y novedosa, pues constituye de entrada, un espacio de encuentro laico, neutral, incluyente y sin franquicias, al que todas y todos podrán llegar a compartir (no a imponer) lo mejor que cada quien tenga. Prevalecerá lo consensado, no como el dogma verdadero, sino el punto de partida, común, consensado, como base acatada voluntariamente porque es reflejo de todos, lo que de verdad se ha quedado subyacente, en el alma nacional. Constituiría así mismo, un compromiso nacional, una nueva corriente de pensamiento que promueve un paradigma moral de amor a la familia, al prójimo, a la naturaleza y a la patria. Todo esto sería la base para compartir el camino de transición nacional hacia la democracia.

Ésta no es una propuesta de derecha, al contrario: rompe esquemas convencionales acartonados, monopólicos tradicionales deductivos y dogmatistas. Tampoco se trata de establecer desde el poder lineamientos morales. No. El estado debe ser facilitador de la asamblea constituyente, pero ni él, ni ninguna de las representaciones participantes impondrá nada. Esta propuesta no afecta la laicidad del estado, al contrario, subrayaría la separación de las iglesias y el estado. La fe y la política no tienen por qué estar separados. La fe ilumina e inspira todos los campos de la cultura, de la vida humana. Es un gran esfuerzo de participación ciudadana, que no implica absolutizar resultados, ni imponerlos sino sistematizarlos y ofrecerlos libremente en la posibilidad de optar por un mal común o un bien común.

Este Proyecto Ético Nacional es una excelente oportunidad para construir juntos y desde la sociedad civil y desde luego con nuestros hermanos y hermanas de nuestros pueblos originarios, el México incluyente que anhelamos.

Si alguien se interesa por esta causa ¡que se apunte! Y nos vamos organizando, nos juntamos y compartimos nuestra riqueza espiritual.