Arqueólogos del INAH analizaron más de 200 artefactos, entre ellos aretes, brazaletes y pectorales, hallados en la Tumba 7 de Monte Albán; señalan que dichos objetos fueron colocados ahí debido a que el oro, y los metales, tenían un vínculo con las fuerzas divinas debido a su maleabilidad, ductilidad y brillo
RegeneraciónMx.- En los últimos siete años, la restauradora perito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Sara Eugenia Fernández Mendiola, ha coordinado un proyecto de conservación y restauración de las colecciones que integran la ofrenda de la Tumba 7 de Monte Albán lo que ha permitido restaurarlas a su esplendor original y exhibirlas en el Museo de la Culturas de Oaxaca.
Pectorales, pendientes, anillos, orejeras, brazaletes, pinzas, cascabeles y otros adornos fueron restaurados y analizados por especialistas del INAH, quienes detectaron que feron fabricados con tres tonalidades de oro. Cada color del oro se debe al uso de una aleación terciaria distinta. En la primera, el oro es de un amarillo pálido, casi verdoso, resultado de combinarlo en porcentajes similares con plata y un poco de cobre para darle dureza a la aleación; la segunda, es una mezcla de color amarillo dorado, la cual posee porcentajes iguales de oro, plata y cobre, mientras que el tono amarillo rojizo es una aleación con mayor contenido de oro y bajo en plata y cobre.
Las culturas mesoamericanas, entre ellas la mixteca, lograron un excelso manejo de la metalurgia en el periodo Posclásico (1250–1521 d.C.), los metales tenían un vínculo con las fuerzas divinas y sobrenaturales por su maleabilidad, ductilidad, densidad y brillo.
Esta asociación del oro con lo divino, expresado en los objetos de ese depósito, ha sido estudiada por diversos investigadores, como el doctor Marteen Jansen, de la Universidad de Leiden, en Holanda, quien en un artículo en la revista Arqueología Mexicana repara en el icónico pectoral número 26, que representa un personaje que porta un tocado con las fauces de una serpiente emplumada y una máscara bucal en forma de mandíbula descarnada.
“El pectoral representaría a un sacerdote que tenía el poder de este importante ser divino (Quetzalcóatl, entre los mexicas, y Coo Dzavui, ‘serpiente de lluvia’, entre los ñuu savi o mixtecos) y su mandíbula descarnada lo asocia a un dios de la muerte, que también es atributo de los sacerdotes de la Señora 9 Hierba, dueña del Templo de la Muerte, el panteón de los reyes mixtecos (una cueva del antiguo Ñuu Nadaya, Chacatongo), indica Jansen, al abundar que la Tumba 7 fue reutilizada alrededor del año 1300 d.C., como un sitio sagrado para depositar bultos que, entre otros restos óseos, contenían reliquias de ancestros.
Dicho pectoral tiene 115 mm de ancho, 2 mm de grosor y pesa 112 gr; mientras que los pectorales que componen una serie con la representación de Xochipilli, deidad de las flores, las artes lúdicas, el placer y la ebriedad, tienen 73 mm de altura, 42 mm de ancho y 20 gr de peso.
El acervo, dice Sara Fernández, se conforma de 200 objetos expuestos de uso ritual, de vestimenta y ornato, “creados por orfebres mixtecos, hombres y mujeres, con una calidad artística y tecnológica magistral, utilizando diversas aleaciones de metales preciosos. Oro, plata y cobre eran fundidos y mezclados en diferentes proporciones, utilizándolos de acuerdo a sus características físicas e iconográficas, para dar forma a detalles mediante delicados hilos que esbozan ojos, colmillos, alas, garras, astros, rayos solares, flores, grecas y espirales”.
En cuanto al estudio de formas y tipologías, “analizamos más de tres mil 600 cuentas que conforman los 69 collares, pulseras y sartales de esta colección, definiendo 14 tamaños en las cuentas esféricas lisas y decoradas, que comienzan con las más pequeñas (con diámetros milimétricos) y van en orden creciente hasta alcanzar varios centímetros. Asimismo, se definieron 16 tipologías de cascabeles de formas y cualidades sonoras variadas”.
Actualmente se realiza un plan de conservación preventiva de la colección, lo que implica el monitoreo de las condiciones de exhibición de las piezas, así como mantenimiento periódico en la Sala III del Museo de las Culturas de Oaxaca.