Testimonio: De la desinformación a la organización #19S (Parte 2)

Un amigo comenzó a organizarse con más gente y, a través de una constante y titánica comunicación, fueron poniendo orden a toda la marea de rumores

Regeneración, 20 de septiembre de 2019. El 20 de septiembre, desperté tarde. ¿Me dormí? Tardé en reaccionar, no sabía qué hacer.

Era mucha la información que comenzaba a circular por todas partes, en twitter y Facebook aparecían alertas por casi toda la ciudad, parecía que se necesitaban muchas manos, materiales, víveres y medicinas.

¿Se necesitaban tantas manos? Tomé la decisión de correr a los primeros lugares en que se necesitara algo. Tomé el casco de mi bicicleta y me encaminé hacia los supuestos derrumbes. No encontré nada.

Un amigo comenzó a organizarse con más gente y, a través de una constante y titánica comunicación, fueron poniendo orden a toda la marea de rumores que inundaban a quienes deseaban ayudar de alguna forma.

Fue naciendo, poco a poco, el movimiento organizativo #Verificado19S y establecieron ciertas reglas operativas con la finalidad de eficientizar la información y que, las manos ayudaran de verdad y no estorbaran a quienes ya se hallaban realizando labores de rescate.

El día comenzó a morir y sólo había estado dando vueltas por toda la ciudad. Dentro de mí surgió un sentimiento de desesperación y, al mismo tiempo, de cierto optimismo, por todas partes florecía la solidaridad.

No estábamos solos. Regresé a mi casa, comí algo y tomé mi bicicleta. Me dirigí a Chapultepec, donde me había enterado de que partían brigadas ciclistas que transportaban lo que, allí se recaudaba, a diferentes zonas de desastre.

Al llegar noté que todos se habían ya organizado y que las tareas estaban muy bien divididas: estaban los que recibían las donaciones, los que las almacenaban, organizaban y las canalizaban a las brigadas con instrucciones precisas de dónde tenían que ir.

LEER MÁS:  Clara Brugada presenta el Sistema Público de Cuidados en la Ciudad de México

Logré contactarme con un grupo de ciclistas que estaban esperando recibir donaciones. Nos repartieron pilas, linternas y algunas medicinas y se nos indicó el destino: el multifamiliar de Tlalpan, poco antes de llegar a metro Tasqueña.

La ciudad era un caos, muchas vialidades permanecían cerradas, el tráfico parecía no ceder frente a la catástrofe. No sabíamos bien a bien qué ruta tomar, pero partimos con la firme intención de llegar lo más pronto posible.

Al final no supe cómo, pero logramos salir a calzada de Tlalpan. Llovía.

Aproveché las escalas técnicas que íbamos realizando para comunicarme con Ángel, quien se encontraba canalizando toda la información que recibía —creo que tenía, en ese momento, mucha gente en las calles reportando cualquier incidencia—, consideré necesario y fundamental que las redes de información estuvieran al tanto de todo lo que acontecía, que mis ojos sirvieran tanto como mis piernas en ese momento.

Fue la primera vez que atravesé Tlalpan como si no hubiera mañana —no lo había— sin que fuera embestido por el transporte público o por algún apresurado automovilista.

Cruzamos la ciudad alumbrados por los relámpagos que esa noche camuflaron las tinieblas de aquella noche que duró semanas.

En poco menos de una hora llegamos al multifamiliar. Había un gran estacionamiento de bicis sobre Tlalpan en dirección al sur. Sin pensarlo, desmontamos y las dejamos allí, sin candados ni más seguridad que la pretendida “solidaridad” que se escuchaba por todas partes.

Cruzamos la calzada y encontramos muchas más manos organizando todo lo que llegaba. Dejamos las pilas, lámparas y medicinas e intentamos averiguar si se necesitaba algo más. Nadie supo decirnos nada.

LEER MÁS:  Inauguran ofrenda monumental y alumbrado decorativo en el Zócalo por el Día de Muertos

La brigada ciclista decidió retirarse, no sin antes crear un grupo de WhatsApp para coordinar más acciones futuras. Al regresar al improvisado biciestacionamiento ¡encontramos las bicis intactas!

¿Será cierto que somos un pueblo solidario? Era casi media noche y comenzamos a rodar, cada uno a sus destinos.

Regresé a mi casa, encendí la TV. Comprendí que no comprendía nada. ¿Acaso tenía derecho de sentirme cansado y querer dormir? ¿quién era yo para darme esos lujos?

En la televisión hablaban de un colegio, de niños bajo los escombros. Sonaba un nombre por todas partes. Lloré. Creo que no he parado de llorar. Me quedé dormido.