Trump: menos guerrerismo a la vista

Ahora Donald Trump amenaza con dar marcha atrás en la nueva metodología inaugurada por Obama

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Por Miguel Ángel Ferrer

(2 de diciembre del 2016).-Como sólido argumento para justificar el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, el presidente Obama dijo: “Hasta ahora ha fracasado el método empleado para lograr un cambio de régimen en Cuba. Es hora de cambiar de método”. De método, no de finalidad. Ésta seguiría siendo la misma: destruir a la revolución cubana para convertir nuevamente a la isla en una semicolonia de Estados Unidos.

Ahora Donald Trump amenaza con dar marcha atrás en la nueva metodología inaugurada por Obama. Y suponiendo que pueda y quiera cumplir sus amagos, solamente conseguiría añadir más años al cincuentenario fracaso del imperialismo en Cuba.

Así que, además de amenazar y vociferar contra el gobierno cubano, Trump no puede hacer nada. Excepto, claro está, ordenar una invasión militar directa de la isla, locura a la que no se atrevieron ni Kennedy ni Reagan ni los dos Bush. Y ni Reagan ni los dos Bush eran menos anticomunistas y trogloditas que Trump. De modo que el vaticinio sobre las relaciones Estados Unidos-Cuba es bastante simple: con altas y bajas y entre amenazas y presiones por cuenta de Washington esos nexos continuarán.

Es cierto que la ausencia física de Fidel puede despertar en Trump la ilusión de que se enfrentará a un gobierno menos fuerte, menos sabio, menos férreo. Pero si éste fuere el caso, muy pronto, desde ya, el magnate comprenderá que está equivocado. Con Raúl al frente de una dirección revolucionaria extraordinariamente experimentada, el gobierno cubano es tan sólido, tan patriota y tan socialista como el que encabezaba Fidel hasta su retiro por enfermedad en 2008, hace ya casi nueve años.

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Y por si todo esto fuera poco, hay que decir que Reagan y el par de Bush se encontraban en mejores condiciones políticas y de opinión pública interna que las que experimenta Trump. Pero además, el neoyorquino ha dicho expresa y categóricamente que no desea más aventuras militares en el extranjero. Y a un tipo pragmático como Trump no se le puede escapar que su objetivo principal debe ser impedir que tengan éxito los afanes de sus poderosos enemigos internos y externos por serrucharle el piso, es decir, por derrocarlo o asesinarlo.

Por otra parte, se puede entender que Trump, un típico wasp (xenófobo, racista y supremacista) mire a los musulmanes como seres inferiores. Pero el problema de Trump no es con el islam en general, sino con el islamismo fanático agrupado en el Daesh, organización financiada, adiestrada y tripulada por Hillary y Obama. Organización cuyos antecedentes se remontan a los guerrilleros terroristas (muyaidines y talibanes) creados por Ronald Reagan para combatir al ejército soviético en Afganistán.

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Para combatir en serio y derrotar al Daesh, objetivo explícito de Trump, éste necesita hacer alianza con Rusia. Y si el Daesh es derrotado y barrido de Siria, miles y miles de refugiados, que huyen de la guerra y del terror indiscriminado de esta organización, podrán regresar a sus tierras lo que mermará el problema de las migraciones que buscan llegar a Europa e incluso a Estados Unidos. Y ya sin guerra, también decrecerá el número de musulmanes que buscarían emigrar en busca de refugio.
 
En estas condiciones políticas y más allá de desplantes, amenazas y rabietas deslenguadas, es claro que el gobierno de Trump prefigura una atmósfera internacional menos intervencionista y belicosa. Y lógicamente, como en el caso cubano y en el de Siria, los gobiernos de Rusia, China, Irán, Corea del Norte, Bolivia, Venezuela, Nicaragua y Ecuador podrán aflojar un poco el músculo.

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