Las mariposas en el estómago y los pájaros a los que se alude popularmente al hablar de amor tienen una traducción menos romántica en términos científicos. Sin embargo, distintas investigaciones han demostrado que el cuerpo sí experimenta cambios cuando nos enamoramos.
Según sugieren estudios neurológicos, ciertas partes del cerebro, sobre todo el sistema de recompensa y las áreas relacionadas con la motivación, se activan al pensar o ver al ser amado. Su funcionamiento disminuye las posibles actitudes de defensa, reduce la ansiedad y aumenta la confianza que sentimos hacia esa persona.
Otras zonas, como la amígdala o el córtex frontal, limitan su influencia en respuesta al amor romántico, lo que hace que tengamos menos emociones negativas.
Las hormonas son otra de las claves del proceso. La concentración de vasopresina y oxitocina, producidas en el hipotálamo y segregadas por la glándula pituitaria, se incrementa cuando estamos enamorados. Estos dos compuestos actúan sobre el sistema de recompensa del cerebro y estimulan la producción de dopamina, que nos proporciona sensaciones de felicidad y placer.
El hipotálamo también ordena un aumento en la secreción de adrenalina y noradrenalina, que aceleran el ritmo del corazón, aumentan la presión arterial y la concentración de glóbulos rojos en la sangra para facilitar el transporte de oxígeno en la sangre