Por Pedro Miguel | Navegaciones
Regeneración, 14 de julio 2014.-De nueva cuenta caen las bombas sobre Gaza. Ciento once muertos, y contando. Entre ellos, presuntos combatientes de Hamas pero también transeúntes, mujeres que miraban correr a sus hijos, niños que corrían bajo la mirada de sus madres, viejos sentados en la puerta de sus hogares. El delito colectivo de la mayor parte de los muertos es haber sido esposas de terrorista, o nietos de terrorista o vecinos de terrorista o compatriotas de terrorista.
¿Y quiénes son los terroristas? Pues muchachos, mujeres, hombres maduros con el alma destruida por el robo de su país, de sus casas, de los olivares de sus abuelos, de su libertad de movimiento, de sus derechos básicos. Mujeres y hombres con la mirada enturbiada por tantas muertes sucesivas y precisas como las que hoy transportan los misiles enviados desde las alturas a reventarles la cabeza. Adolescentes y adultos que nacieron, crecieron y se reprodujeron, o no, en una jaula territorial sobrepoblada, bardeada, humillada, abandonada por el planeta y por todos los dioses. Hombres, mujeres, jóvenes con demasiados motivos de venganza como para pensar con claridad, que ven el cualquier judío israelí a un verdugo genérico y que sólo atinan a intentar la devolución de una parte infinitesimal del daño que han sufrido mediante unos tubos rellenos de explosivo, armados en cualquier cocina o taller, de trayectoria incierta y manipulación peligrosa, que en no pocas ocasiones han matado a sus propios fabricantes.
El agravio más reciente: un joven palestino de Jerusalén fue quemado vivo por unos jóvenes judíos “nacionalistas”, como los clasifica el gobierno de Tel Aviv. Hasta allí se trataba de un delito cometido por particulares y la justicia israelí prometió castigar a los asesinos. Pero el primo del asesinado, un joven estadunidense que pasaba sus vacaciones en Al Qods, participó en una manifestación de protesta y los policías ocupantes lo maniataron, lo tiraron al suelo, le patearon la cara y la cabeza hasta desfigurarlo, lo levantaron, lo siguieron pateando y luego se lo llevaron a la comisaría. Allí el joven fue acusado de resistirse a los agentes del orden, condenado a unos días de cárcel y multado. Eso ya no era un asunto entre particulares sino un episodio que ejemplifica la actitud oficial de Tel Aviv en contra de los palestinos. La paliza quedó videograbada.
Los terroristas dicen que esos cohetes precarios son la única voz que les queda para reclamarle al mundo la tragedia nacional en que han sido sumidos.
De acuerdo con un conteo riguroso, entre 2004 y 2012 murieron 26 personas (el gobierno de Tel Aviv eleva la cifra a 61) a causa de los cohetes lanzados por organizaciones fundamentalistas palestinas. Un solo fallecimiento sería demasiado, sin duda, y ameritaría la búsqueda, la captura y el castigo de los responsables. ¿Pero amerita el bombardeo indiscriminado de un gueto pletórico y depauperado, como lo es la franja de Gaza? Para poner las cosas en perspectiva, en el lapso de 8 años arriba referido los Kassam causaron menos bajas mortales que el número promedio anual de muertos por rayo en Estados Unidos (56).
En 22 días (del 27 de diciembre de 2008 al 18 de enero de 2009) el ejército israelí mató a mil 417 personas en Gaza (926 de ellas, civiles), y en la siguiente incursión masiva (del 14 al 21 de noviembre de 2012) dio muerte a 55 combatientes y a más de un centenar de civiles.
En ambas ocasiones, el gobierno de Israel argumentó que los bombardeos aéreos y terrestres contra las concentraciones urbanas de la franja de Gaza tenían el propósito de destruir la capacidad de las organizaciones radicales palestinas de lanzar misiles hacia territorio israelí. En ambas ocasiones, a lo que puede verse, no logró su objetivo. Los tubos rellenos de explosivo siguieron cayendo sobre poblados y sobre despoblados israelíes y matando ociasonalmente a alguna persona. Si en algo fueron eficaces fue en someter a un severo estrés a los pobladores de las localidades cercanas a la franja. Y siguieron siendo la voz retorcida y delictiva que de cuando en cuando le recuerda al mundo la tragedia palestina, así sea porque cada dos años dan pie para una nueva masacre de civiles en Gaza.
En cambio, el Estado hebreo se exhibió como vengativo, desproporcionadamente cruel y tan desdeñoso de la legalidad internacional como cualquier guerrilla fundamentalista africana. La desesperada barbarie de los atacantes ha sido respondida con una barbarie infinitamente más costosa, poderosa y destructiva, friamente calculada en sus detalles tácticos y siempre fallida en la estrategia: los niños, hombres, mujeres y ancianos asesinados por misiles mucho más potentes, precisos y caros que los Kassam palestinos son nuevos y multiplicados alicientes para que otros desesperados fabriquen nuevos cohetes caseros y los lancen contra Israel.
La pavorosa asimetría entre ambos bandos ha dado lugar a observaciones de un acendrado humorismo involuntario, como la que formula el grupo de derechos humanos israelí B’Tselem: “los cohetes Kassam son en sí mismos ilegales, incluso si son lanzados hacia objetivos militares, porque son tan imprecisos que ponen en peligro a los civiles del área desde la que son lanzados tanto como en la que aterrizan, violando con ello dos principios fundamentales de la leyes de guerra: distinción y proporcionalidad”. Y uno se pregunta si para evitar la condición delictiva de los misiles caseros no habría que dotar a las fuerzas palestinas con aviones a reacción y bombas guiadas por láser como los que emplea Israel. Pero no: tampoco esos artefactos, ni quienes los tripulan ni quienes ordenan sus incursiones, distinguen bien entre combatientes y civiles. Así lo atestiguan los cadáveres de Amina (28 años) y de Mohamed (3), que anoche se apilaban, entre otras decenas de muertos civiles, en la morgue de Gaza. ¿Y quiénes son los terroristas?
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, dice que hará lo que sea necesario con tal de garantizar la seguridad y la tranquilidad de los habitantes de su país. Que deje de enviar aviones de guerra a matar gente en Gaza, porque la solución clara y definitiva para la paz entre ambos pueblos está frente a él desde hace muchos años: restituir la totalidad de Cisjordania a sus legítimos dueños, los palestinos y permitir un estatuto binacional para Jerusalén.