Por Fernando Paz
RegeneraciónMx.- Me digo a veces que por disciplina literaria debí leer al autodenominado subcomandante Marcos, pero luego veo involuntariamente algunos fragmentos de su obra, y se me pasa.
“No, nosotras, nosotros, zapatistas, no nos sumamos a la campaña ‘por el bien de todos, primero los huesos’”, decía, burlón, el recalcitrantemente encapuchado Rafael Sebastián Guillén Vicente; “podrán cambiar al capataz, los mayordomos y caporales, pero el finquero sigue siendo el mismo”, sentenciaba el neofinquero de la sempiterna pipa.
Y digo esto último porque es de todos conocido que el zapatismo chiapaneco ha servido para lo que sea, menos para emancipar a los indígenas de México; es más, ni siquiera a los de Chiapas, quienes tristemente, y hay que decirlo, solo cambiaron de patrón. Territorios del estado autoasignados en los que ningún gobernante federal (y menos estatal) ha querido alborotar el avispero, son hoy coto de poder del Subcomandante Galeano; ah, porque eso sí, los encapuchados, cual luchadores del ring, pueden darse el lujo de cambiar de nombre dado su pretendido anonimato; aunque en el caso que nos ocupa es un velo otorgado más bien por quienes gustan de romantizar las “revoluciones”; ahí no hay elecciones organizadas por el INE, no hay cobro de impuestos de parte del SAT, no hay educación a cuenta de la SEP, ni siquiera salud institucional. Cuando vayan a Chiapas, dense una vueltecita por esa tierra de conquista, verán los letreros que rezan: “Está usted entrando a territorio zapatista; está prohibido bla, bla, bla…”.
Si son revolucionarios, ¿por qué no habrían de seguir a alguien de izquierda?, me preguntaron hace unos días; y claro, quizá porque hubo roces con AMLO, pero AMLO no es toda la izquierda, entonces la pregunta es más que válida, pero solo hasta que se conoce el verdadero origen del “zapatismo” (entrecomillo porque este performance es zapatismo solo de nombre) y el rol jugado por Rafael Sebastián-Marcos-Delegado Zero-Galeano, es nada más eso, la interpretación de alguien que se plantó en el escenario nacional, fue aplaudido, resultó con un público que casi considera la puesta en escena “obra de culto” y continúa entregándose temporada a temporada (por cierto, estas coinciden, con un tino mercadológico que envidiaría el mismísimo Steve Jobs, con las elecciones federales de cada tres años).
En aquel entonces, se dijo que fue Salinas de Gortari quien lo contrató y que pretendía, con la excusa de una guerra, no convocar a elecciones y quedarse un sexenio más (recordar que, en una de las primeras entrevistas concedidas por un sonriente Marcos, coqueteó con la idea, palabras más, palabras menos: “si yo te dijera quién es mi jefe, te sorprenderías”; si fue así, al parecer el entonces nuevo orden mundial no se lo permitió; ¿el neoliberalismo que enmarcaba el TLC iba a implementarse en América con una mancha de ese tamaño? ¿y pegado a la frontera del país que acoge la famosa mano que mece la cuna? ¿Acaso no iríamos todos juntos globalizados en una enorme y bucólica aldea mundial, pero sin esos estorbosos nacionalismos, usos, costumbres, olor a albahaca y a humo de copal? ¡Tenían que haber dejado pasar a la modernidad, necios!
“Hombre extraordinariamente hábil y pragmático, López Obrador ha concebido la jefatura del Gobierno del Distrito Federal como trampolín para la silla presidencial”, dijo un sesudo Marcos en 2003, como si AMLO no hubiera tenido el derecho de aspirar a “la grande”; habría que preguntarle a Rafael Sebastián, si él concibe a un deportista de alto rendimiento que se prepara y entrena duro solo para “la foto del Feis”, y no para competir oficialmente por las medallas.
“López Obrador no acaba de madurar y reconocer sus errores y tropiezos”, dijo en 2012 un serio Guillén Vicente que sigue -infantilmente encapuchado- jugando a la guerrita de papel y casi emulando a Brando en el papel del coronel Kurtz desde su Camboya chiapaneco, solo que aquí no es un “apocalipsis ahora” sino el “génesis del 94” de un modus vivendi que vino a ser su paraíso privado. ¿Por qué no quitarse el pasamontañas y luchar verdaderamente por cambios a favor del indigenismo?
Hay muchos ejemplos de exguerrilleros (verdaderos guerrilleros, quiero decir) que lograron impactar socialmente una vez que se decidieron a hacerlo desde la política. Quizá andar en campaña no es precisamente algo digno para Don Galeano (ya lo dijo la dama de triste figura y peor sesera: “es una chinga espantosa”), pero hombre, la historia dirá que arriesgó la vida en la toma de Ocosingo y San Cristóbal aquel 1 de enero de hace treinta años, ¿no?; decenas de indígenas, algunos “armados” con falsos rifles de madera pintados de negro, así lo hicieron y ahí quedaron, dormidos en la esperanza de la resurrección prometida por su falso profeta.
Por andar hablando de trastornados narcisistas, fue que recordé la maravillosa película del ‘79 de Francis Ford Coppola, ustedes me disculparán, pero me dispongo a verla una vez más, esos sí son actores profesionales. This is the end, cierren the doors, por favor.
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