Christophe Ayad. Después de tantos años de dictadura, ¿le sorprendió la revolución Siria?
Samar Yazbek – Sí y no. No, porque desde hace más de cuatro décadas el pueblo sirio vive humillado, bajo el control de los servicios de inteligencia. Últimamente, estos servicio, no sólo se dedicaban a controlar al conjunto de la sociedad sino que dictan las normas de vida cotidiana de la gente. En Siria no existía la libertad de expresión y de opinión. Incluso para viajar al extranjero era preciso obtener una autorización del régimen. En este país no existía ninguna actividad política. Vivimos bajo el régimen de partido único. Un régimen militar, no una república. Todo esto, que no es nuevo, resultaba cada día era más insoportable. Bajo el régimen de Hafez al-Assad, no había televisión por satélite, ni Internet, ni Facebook, ni YouTube. El miedo paralizaba a la gente. El régimen podía reprimir una ciudad o una región sin que estos hechos salieran a la luz pública. Más aún si tenemos en cuenta que el régimen de Hafez al-Assad disfrutó del apoyo internacional: los estadounidenses y los israelíes lo veían como necesario para el equilibrio regional.
¿Qué ha cambiado con Bashar al-Assad?
Con él, el régimen se convertido en un clan familiar. Rami Makhlouf, primo del presidente, controla el 60% de la economía siria. Ha habido cierta apertura económica, pero sólo ha beneficiado a algunas familias. Este levantamiento es una revolución "espartaquista" una revolución de los esclavos contra sus amos. Los nuevos medios de comunicación han permitido la formación de un opinión pública emergente en todo el mundo árabe; también en Siria. Una nueva generación de jóvenes con estudios, que comenzó a movilizarse por los derechos humanos, pasó a organizar "sentadas", rápidamente reprimidas, para apoyar las revoluciones en Túnez y Egipto. El 16 de marzo, intelectuales y familiares de los detenidos se concentraron frente al Ministerio del Interior siendo brutalmente reprimidos por la policía y chabbiha [milicias civiles armadas pro-régimen, ndlr]. Esta represión desencadenó los acontecimientos de Dara, donde fueron detenidos jóvenes por realizar grafitis contra el régimen. Cuando sus padres fueron a ver al gobernador, Atef Najib, primo del Presidente, éste les respondió: "¡Olvídense de sus hijos, hagan otros! Y si no saben cómo hacerlo, tráigannos a sus mujeres!". Lo que hizo saltar la chispa.
¿Cuándo se dio cuenta de que era una revolución?
Se trata de una verdadera revolución que comenzó en el campo, una revolución de los marginados y olvidados. El régimen ha reprimido y asesinado con mucha más impunidad porque consideraba que estas personas eran lumpen. Los intelectuales se sumaron más tarde. Me desplacé a la mayoría de las ciudades en las que se desarrollaron manifestaciones, a Dara en Baniyas, a Latakia, a Duma [suburbio de Damasco, rdlr]. Aunque no existia ninguna coordinación, las consignas eran las mismas en todas ellas. La gente quería poner fin a la constante intervención de los servicios de seguridad en su vida diaria. Al principio con demandas sociales y de respeto a su dignidad. Un mes más tarde, después de toda la sangre derramada, surgieron las consignas llamando al derrocamiento del régimen.
Cuando el ejército intervino en Dara, a finales de abril, ¿pensó que era el fin del movimiento?
Al principio tuve miedo de que la represión terminara por ahogar la protesta. Pero ahí se produjo un milagro en Siria: mientras Dara estaba ocupada por los tanques y se producía una verdadera carnicería, se puso en pie una coordinación para construir la solidaridad con Dara. El régimen empezó a matar gente por todo el país y hemos conocido iniciativas de las que apenas se ha oído hablar fuera en el extranjero: médicos que llegan clandestinamente a Dara procedentes de Damasco y otras ciudades. Los jóvenes de los comités de coordinación crearon las bases de una contra-sociedad.
Hasta el momento, las dos principales ciudades, Damasco y Aleppo, no están sacudidas por la rebelión, ¿por qué?
En primer lugar, porque en ellas se concentran las clases sociales que más se han beneficiado del régimen. Sin embargo, si ve que sus intereses estás amenazados, la burguesía mercantil también se situará contra Al-Assad. El país atraviesa una crisis económica muy grave. La segunda razón, es que todos los espacios públicos en estas ciudades están ocupadas por las fuerzas de seguridad para evitar cualquier concentración. El poder está obsesionado con estas dos ciudades. Hay pequeñas manifestaciones diarias en la capital, pero son cortados de raíz. Una vez quisimos organizar una marcha de mujeres en el distrito de Sahet Arnous en Damasco. Hicimos circular la cita boca a boca, para no ser descubiertas: ni Facebook, ni correo electrónico, ni mensajes de texto. Nos reunimos entre 80 y 90. En cinco minutos nos vimos rodeados por la policía y chabbiha, que nos machacó.
El régimen está tratando de provocar enfrentamientos religiosos. ¿Funciona?
No podemos negar el conflicto religioso pero, por el momento y a pesar de los intentos del régimen, no han degenerado en una guerra civil. Se han conocido ciertos actos de venganza, pero, dada la magnitud de los abusos del gobierno, se trata de incidentes aislados. Yo soy de Jablah, cerca de Latakia [oeste del país, ndlr], una ciudad en la que conviven sunitas y alauitas. Un día las fuerzas de seguridad mataron a once suníes y luego fueron a los barrios alauíes, diciendo a los residentes que se protegieran porque los sunitas irían a vengarse. Los Chabbiha vendieron armas a los alauitas y el resultado es que Jablah es una ciudad partida en dos..
¿Qué son los chabbiha?
Se trata de milicias compuestas de jóvenes alauitas nacidos en los años 80 en el entorno familiar de Hafez al-Assad. Son de una fidelidad absoluta al régimen. Sus miembros son remunerados por realizar el trabajo sucio y trabajan de forma coordinada con los servicios de inteligencia, la policía y el ejército.
¿Qué piensa la comunidad alauí, a la que Vd. pertenece, al igual que el clan Assad?
La mayoría es solidaria con Al-Assad. Piensan que si el régimen cae ellos van a ser los paganos, a pesar de no se han beneficiado del mismo. Existe una memoria profunda de la persecución y la explotación en la que vivía la comunidad alaui en el pasado. Sin embargo, en la élite, los jóvenes participan en los comités de coordinación de la revolución, sobre todo en Latakia. En cuanto a los cristianos, están al margen: la mayoría de ellos tienen miedo de la mayoría musulmana y siguen siendo sensibles a la propaganda del régimen sobre la infiltración de grupos salafistas [fundamentalistas suníes] en las manifestaciones.
Usted misma fue arrestada …
Sí. Al principio hubo campañas contra mi en Internet. Estuve detenida en varias ocasiones. Como soy una autora conocida en Siria y pertenezco a una familia alauí, no se atrevieron a mantenerme en prisión. Pero, en cada ocasión que estuve detenida, me vendaban los ojos y me interrogaban, profiriéndome amenazas durante varias horas. Como no podían hacerme nada, querían que yo viera lo que podía ocurrir a la gente que era detenida y torturada. Querían que tomara posición contra la revolución. Como esto no funcionó, trataron de desacreditarme. Distribuyeron panfletos anónimos en mi ciudad, calificándome de "traidora" y amenazándome de muerte. Los alauitas comenzaron a llamarme para amenazarme, lo que me inquietó más que los arrestos. Tras la quinta citación de los servicios de inteligencia, decidí pasar a la clandestinidad. A principios de julio, durante el así llamado diálogo nacional, el régimen anunció que todo el mundo, incluso la gente en la oposición, podía viajar libremente. Momento que aproveché para salir del país.
¿Piensa regresar a Siria?
Por supuesto, es mi país. La gente está muriendo allí y pienso en ellos todos los días. No estoy exilada.
El régimen ha levantado el estado de emergencia y ha autorizado el multipartidismo. ¿Qué piensa usted?
No es más que una cortina de humo. Una verdadera reforma significaría el fin del régimen. Si un día existen elecciones libres en Siria, el régimen de Al-Assad habrá llegado a su fin. Si el poder creyera en las reformas, habría dejado de matar a su propio pueblo.
Nota
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