El domingo, como casi todo mundo sabe, se llevaron a cabo ⎼o mejor dicho: se celebraron democráticamente⎼ las elecciones más grandes en la historia de México por la cantidad de cargos públicos que estuvieron en disputa.
Más de 93 millones de mexicanas y mexicanos asistieron a las urnas a ejercer su derecho al sufragio y, con ello, ayudar a la renovación de más de 20 mil cargos a elección popular.
Pese a que, desde las páginas de Excélsior, Milenio y El Financiero, personajes como Pascal Beltrán del Río, Carlos Marín, Ricardo Raphael, Raymundo Rivapalacio, proclaman como triunfador de esta elección al Instituto Nacional Electoral (INE), lo cierto es que los auténticos vencedores de estos comicios fueron, por un lado, los más de 48 millones de mexicanas y mexicanos que acudieron a las urnas. Y, por otra parte, las personas (un millón 469 mil 196) que, sin ningún tipo de compensación económica, aceptaron fungir como funcionarias y funcionarios de casilla.
Y es que el INE, hay que decirlo tajantemente, no sólo está integrado por diez consejeros electorales, un (racista y tendencioso) consejero presidente ni por la burocracia que, no siempre con empatía ni neutralidad, percibe un sueldo por coordinar la logística de una elección.
En una votación como la del domingo, la colaboración más importante fue, en realidad, la de aquellas personas que, concediendo un día de su vida, se dedicaron a montar casillas, repartir papelería, atender al electorado, contar los votos, inscribir los resultados en las actas y, en suma, planificar, ejecutar y supervisar todas las actividades.
De ninguna manera puede pensarse que la jornada electoral estuvo tutelada ⎼y mucho menos dignificada⎼ por el INE, sino por el esfuerzo de este millón y medio de hombres y mujeres que, con redoblados ánimos democráticos y sin recibir un solo peso, trabajaron durante todo el día e incluso buena parte de la noche para facilitar el voto ciudadano y autenticar el proceso.
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No fue el INE ⎼mal conducido por Lorenzo Córdova que, desdeñando la imparcialidad de su cargo, se paseó indolentemente con Claudio X. González, pagó más de dos millones de pesos (del erario público) a Enrique Krauze para entrevistar a los miembros de MCCI⎼ el que dio sentido ni certeza a los comicios del domingo. Tampoco fueron los enviados del gobierno ni los representantes de los partidos, sino la sociedad organizada que, con un celo y un entusiasmo infrecuente que garantizó la efectividad de la jornada electoral, optó por seguir participando en el proyecto transformador de esta nueva nación.
Y quienes piensen que los personajes elegidos para ocupar los cargos en alcaldías, diputaciones, gubernaturas, presidencias de comunidad y presidencias municipales son los protagonistas de esta historia, se equivoca por completo. Estos políticos han sido elegidos apenas como representantes del pueblo y, en el mejor de los casos, como administradores de los recursos públicos. Pero no son (ni deben ser vistos) como héroes o heroínas.
Los personajes principales son, contra la concepción que impera entre los darwinistas sociales de la élite, las personas (nuestras vecinas y vecinos) que, con la emoción de quienes sabían que estaban participando en la confección de un proyecto de nación, armaron las urnas, recibieron la documentación y los materiales electorales, cotejaron el padrón, pusieron la tinta, contaron los votos y, en general, se encargaron de custodiar y defender la elección que tuvieron en sus manos. Su altísima muestra de civismo y su enorme aportación a la vida democrática, ahora mismo, es la que arrojó resultados invaluables.
Y es que, acudir a las casillas en medio de una pandemia (no sólo de COVID-19, sino de noticias falsas y desinformación) fue un hecho relevantísimo. Sortear la cascada de engaños deliberados con la que, a través de la prensa corporativa y los voceros del empresariado, se trató de engañar, inducir a error y manipular las decisiones personales, habla de una sociedad madura que ya no está dispuesta a dejarse seducir por el falso canto de las sirenas opresoras.
El domingo, 7 de junio de 2021, el pueblo ⎼que la élite tanto desprecia, zahiere y difama⎼ ha ofrecido una cátedra de civilidad democrática. Y si al final de la jornada pudo imponerse la confianza en el proceso electoral y la voluntad del pueblo (que es mayoría), eso se debe a que la propia comunidad vecinal fue la responsable de hacer valer y respetar nuestro voto ciudadano.
Ante la andanada de contenidos propagandísticos (que buscaron, mediante la inoculación de emotividades primarias, impulsar a toda costa a los candidatos del neoliberalismo y el empresariado) el pueblo es el único protagonista de esta epopeya democrática.
En esta elección, la sociedad mexicana ha demostrado que los argumentos basados en el marketing ⎼y no en las propuestas políticas sinceras, viables y realistas⎼ ya no logran tocarle las fibras. Y es natural. Un pueblo que, desde hace sexenios, ha padecido una vergonzante exclusión, un injustificable racismo y una siniestra desatención por parte de una élite sectorial, tarde o temprano, tenía que ser derrotada por una serie de mecanismos de participación ciudadana que, directa o indirectamente, han conferido mayor legitimidad a la población.
Las elecciones del domingo, donde la Cuarta Transformación ganó más gubernaturas y diputaciones (que le permitirán al Gobierno federal controlar el presupuesto y seguir impulsando los importantísimos programas sociales), arrojaron resultados que ayudarán a seguir avanzando en el proyecto de nación que encabeza López Obrador. Sin embargo, para consolidar plenamente este propósito transformador será necesario realizar algunos ajustes, tanto en el partido Morena, como en el INE. En la CDMX, la probable responsabilidad de Marcelo Ebrard y Miguel Ángel Mancera en la tragedia de la Línea 12 del Metro (que terminó por flagelar a Morena en las urnas) tendrá que investigarse más a fondo para reforzar (y no empañar) la credibilidad política de la Jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum.
Con respecto al INE, habría que tomar medidas más severas: buscar la deposición Lorenzo Córdova Vianello, cuyo arbitraje no sólo ha sido tendencioso, elitista y racista, sino absolutamente perjudicial para la joven democracia mexicana.
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