Johan Mijail, un autor dominicano que aboga por el transfeminismo, reivindica la figura de sus ancestros, esclavos de las plantaciones del azúcar; rechaza el colonialismo y eurocentrismo y propone construir una identidad alejada de los prejuicios de la blanquitud y las masculinidades
“Una negra trans que invita a reflexionar la posibilidad de habitar otros cuerpos, a entenderlos desde una centralidad propia alejada de la visión eurocentrista, heterosexual y hegemónica”
Johan Mijail
Por Martha Rojas
RegeneraciónMx.– En el centro de una isla caribeña, Santo Domingo, en la República Dominicana, hay un cuerpo, cuerpos en resistencia que se decolonizan en pequeñas gotas que no son femeninas ni masculinas, y que discurren en una sociedad plagada de herencias racistas y una visión única del género. En esta sociedad, los herederos de los trabajadores de las plantaciones de azúcar buscan una construcción propia del yo en el chapeo, la putería pagada y consciente de los cuerpos trans.
En el chapeo los códigos de la raza y el sexo no funcionan como límites del placer y el ser, sino como posibilidades que surgen en las noches de playas bordeadas de hombres. Para las chapeadoras los únicos límites están en los decretados por los dioses de la Santería. Identidades históricamente silenciadas, protagonizan una breve y potente novela, Chapeo (Elefanta Editorial, 2020) del autor y artista de la performance Johan Mijail, “una negra trans que invita a reflexionar la posibilidad de habitar otros cuerpos, a entenderlos desde una centralidad propia alejada de la visión eurocentrista, heterosexual y hegemónica”.
Dice Johan en entrevista desde Santo Domingo, una tarde soleada que esta mujer que se niega a vivir bajo los cánones familiares y sociales, reconoce la herencia de la religión Yoruba, la de los esclavos afrocaribeños, de quienes se asumen su identidad y se atreven a disentir de los géneros asumidos por deflacto desde que nacemos.
«El culo negro, la gordura, lo femenino con un aparato masculino forman parte de una deconstrucción propia y en continua resistencia de la chapeadora dominicana. Trato de separar el significado del significante, en el contexto dominicano la chapeadora tiene que ver con la reivindicación de un cuerpo que históricamente ha sido relegado, negado y despojado del derecho a vivir, digamos que chapear es una devolución del oro que nos robaron”, agrega el autor.
Efectivamente, la novela breve Chapeo es la historia de una mujer trans y negra, que recorre los malecones de Santo Domingo, el primer territorio colonizado por Cristóbal Colón, en busca de hombres y dinero, no solo por necesidad sino por gusto. Una mujer que a partir de su corporalidad y la prestación de su cuerpo ante lo místico mira de cerca el Caribe, “el lugar donde nació el dolor”, en una noche de reflexión y deseo.
“El chapeo es un pago que el eurocentrista nos debe”, dice Johan Mijail, quien cuenta que desde que tiene memoria supo lo que era el racismo, desembonar con los cuerpos socialmente aceptados no solo por el color sino por la corporalidad que habitaba: «un cuerpo grande, negro, femenino, con un aparato masculino». En el espectro de lo heterosexual era claro que Johan no tenía cabida. «Dentro de esta incertidumbre continua, lo único que sé es que nunca he sido hombre. En el femenino, tampoco. Soy exfeminista porque ellas me sacaron por sucia, por violenta, por disentir del feminismo neoliberal”, explica.
EL CHAPEO Y LA DISIDENCIA SEXUAL
Mijail no apunta a dar una definición acerca de cómo o quién es, pero asume que todo lo que convive en ella, está en pugna con la heteronorma, el eurocentrismo y la colonialidad.
«Uno de los gestos que va a contar esta novela (Chapeo) tiene que ver con poner en escena una tradición de voces que históricamente han sido silenciadas. Desde que hablamos de cuerpos negros y femeninos, se genera un proceso de descolonización que rompe con idea de la blanquitud. Desde un imaginario del vudú dominicano me permito imaginar un espacio que no corresponde al que Occidente creó”.
Sí, Chapeo está plagado de disidencia sexual, pero es como dice, su creadora, una reivindicación de las tradiciones corpóreas y orales de los dominicanos, nietos y bisnietos de los africanos, que con sudor y sangre en mano cultivaron las plantaciones de azúcar para beneficio de los blancos, sus amos. Es el acercamiento con el yo ancestral que habita en los misterios de la religión Yoruba.
“Desde el imaginario del vudú dominicano, se nos permite identificar la disidencia de los cuerpos en contacto con los misterios. Desde el vudú afrodescendiente los cuerpos mutilados, diferentes, travestis no son el motivo de risa, sino el vehículo para el acercamiento con los misterios.“Estos cuerpos dominicanos van a transitar por las experiencias de la isla y van a transitar esas posibilidades, dentro de esta tradición afrodominicana de los cuerpos no hegemónicos, puesto que lo diferente, dentro del altar, es conexión, los cuerpos diferentes son disidencia y reivindicación”, explica.
LA REIVINDICACIÓN DE LOS ANCENSTROS
En el libro todo el tiempo aparece chapeo, chapeador, chapeadora, chapear es, muchos pensarían, un trabajo sexual remunerado: ¿Qué significa para ti chapear?
El chapeo, la chapeadora, el chapeador sí tiene que ver con el jineteo, pero no exclusivamente con un trabajo sexual, por qué, porque históricamente hay un cuerpo que ha sido despojado y ahora quiere hablar y ser. La chapeadora no siempre tiene relaciones sexuales, ella decide bajo qué términos dar su cuerpo. A través de los medios de comunicación se inventó esa idea, ese tipo de cuerpo hipersexualizado, feminizado, cisgénero que ofrece belleza y exotismo a cambio de dinero, pero en el caso de la chapeadora tiene que ver más con una acción de cobro político.
La novela sigue de cerca a dos mujeres trans que al final del día se encuentran en un museo dedicado al hombre dominicano y se plantea cuestiones en torno a la representación…
«El museo es muy importante porque ahí denotamos cómo el hombre, como género, ha sido pensado como un sinónimo de pluralidad, que engloba la idea de lo que significa ser dominicano, y es muy importante cuestionar esa idea masculina de lo plural porque los museos son los que definen, en términos culturales, qué es lo artístico, qué es lo que se puede consumir como arte y como bello, es sospechoso que en este siglo la idea de ser se sigue concentrando en lo masculino como centro de lo nacional.
–¿Te identificas como feminista?
Soy exfeminista porque yo fui sacada por mala, por violenta y sucia como muchas amigas que estamos haciendo una crítica al feminismo neoliberal y hegemónico. A mi el feminismo que me gusta es el que reivindica los cuerpos que el feminismo neoliberal ha despojado de una centralidad, es similar a una pregunta que se repite desde un contexto racializado, proponiendo la posibilidad de cuestionar esa postura política y biológica que determina a un sujeto basado en características físicas”.
–¿Cuál es tu postura frente al feminismo?
Yo soy transfeminista. En esta incertidumbre identitaria lo único que sé es que nunca he sido un hombre. En una marcha de 2014 me mandaron a caminar con los hombres; no deberíamos dejar, en este siglo, que otros determinen lo que somos”.
–En tu escritura, aparte de lo femenino como experiencia multiidentitaria también predomina un aire de nostalgia y reivindicación por el pueblo afrodescendiente…
Hablar de este genocidio cultural dominicano es la oportunidad de hablar de otras cosas, esta historia nos brida destellos de cómo el colonialismo ha constituido concepciones de nuestra vida y de cómo deberíamos habitarnos.“Y lo que creo es que hay que buscar formas de conocimiento que disten de lo que el Hemisferio Norte nos ha dicho, que esto no tiene nada que ver con blanquitud, que corresponden más a nuestras formas propias de ver el mundo y las oralidades de los pueblos”.
–Tú ante todo eres una artista de la performance, ¿es Chapeo una escritura performativa?
Soy una artista de la performance porque trabajo con la identidad y hay una potencia crítica desde donde puedo generar reflexión artística y cultural, pero la escritura me permite escapar de mi identidad y reconstruir mi identidad como mujer negra. Creo que estamos en un momento histórico y fundamental para esos cuerpos que han sido despojados de historia, de centralidad, cuando leemos a gente que sale de esos cánones existe un gesto anticolonial. Activa una memoria política y estética.
Activista, artista, disidente sexualCuando uno va a la página @johanmijail1 en Instagram, y pulsa sobre el mouse, aparece en la foto de perfil una foto en la que el pelo rizado y negro contrasta con las sombras plateadas duramente marcadas sobre los ojos. Ella sonríe, es la sonrisa más sexy que he visto en un hombre que decide ser mujer por elección.Si bajamos con el pulsor, aparecen pequeñas fotografías con cuerpos desnudos, son cuerpos grandes y de color montados sobre ostentosos tacones, máscaras sadomasoquistas, látigos, culos desnudos y mucho labial.Uno podría pensar que dentro de este perfil no existe nada más heteronormativo que los tacones y el maquillaje que denotan una presunta feminidad, pero el dueño, Johan Mijail, quien nació en República Dominicna en 1990, tiene algo a su favor, todos los días se ha esmerado en deconstruir su propia identidad y eso le ha dado el derecho, la libertad de llevar barba y labial al mismo tiempo.
Pese a su trabajo en el campo intelectual de las ciencias sociales y el género, él mismo no ha estado exento de ser señalado como un dispositivo que reproduce conductas patriarcales y machistas, como casi todos lo hemos hecho, a veces sin darnos cuenta.Durante la entrevista, Johan, que viste una bata rosa y un perfecto cabello secado por la brisa caribeña, acepta las caídas. Él también se ha comportado como un hombre machista “porque siempre es difícil despojarnos de todas nuestras construcciones, pero la tarea es esa justamente”.