Hay quienes se dicen de izquierda y rechazan los discursos de odio de sus opositores, pero no han notado que también llegan hablar desde el mismo rechazo.
Por Melissa Cornejo
RegeneraciónMx, 20 de julio de 2022.- Toda persona que milite en la izquierda, dentro o fuera de un partido, sabrá que gran parte de la actividad política va acompañada de apasionadas discusiones que, en algunos casos, son metrónomo y compás que guían la agenda.
Por un lado, es fundamental reconocer la importancia de los desacuerdos y el debate dentro de la militancia, pues es gracias a estos ejercicios que podemos ver cada situación desde un lugar distinto y analizar a profundidad la coyuntura que se nos presente. Sin embargo, también es importante señalar que muchas veces somos incapaces de sostener este tipo de intercambios desde la empatía y el respeto, y —queriéndolo, o no— nos resulta muy sencillo herir con descalificaciones personales a nuestros compañeros, pues huelga decir que al hablar de disentir con respeto y empatía, no hablo de tener ese tipo de consideraciones con los fascistas o antiderechos.
Por otro lado, es cierto que los opositores —y los desclasados expertos en nada y críticos de todo— son, en su mayoría, incapaces de debatir y ofrecer argumentos sin recursos clasistas, elitistas, racistas, homofóbicos, transfóbicos y, en general, antiderechos, y que cada vez somos más los que señalamos sus discursos de odio y pedimos elevar el nivel de la discusión pública. Sin embargo, en un acto de honor a la sinceridad, he de mencionar que muchos de esos deleznables argumentos los he leído de personas que se autodenominan de izquierda.
Sin darnos cuenta, es posible que estemos desgastando —y hasta reventando— el movimiento desde el interior con tal de probar nuestro punto, o de posicionar a nuestro “pre-pre-candidato” favorito, sin tomar en cuenta que los únicos afectados al llegar el 2024 seremos nosotros, pues estamos exponiendo las debilidades del partido y de nuestros operadores políticos ante la oposición.
Dicho lo anterior, aclaro que lo personal es político y que no debemos solapar la corrupción, ni conductas homofóbicas, racistas, clasistas o misóginas, sin embargo, es urgente que aprendamos a diferenciar entre el debate y la descalificación personal, pues seguramente todos podemos evocar una discusión entre compañeros que por una crítica o cuestionamiento realizado por una parte, terminó con la otra parte filtrando información sensible a modo de ‘’sacarle los trapitos al sol’’ a su interlocutor con la finalidad de invalidarlo. La delgada línea que separa la confrontación y el chisme, se compone de la responsabilidad que tenemos con nuestros compañeros, y la ética.
Para aprender a disentir con respeto, es necesario señalar una de las principales razones que nos lo impiden: discutimos para tener la razón y no para entender a la otra parte, y desde ese sitio, sin humildad y respeto, es imposible construir. Para ser justos, debemos tomar en cuenta el entorno sociocultural en el que se formaron nuestros compañeros, las causas que les mueven, las luchas que han librado y su forma de concebir el mundo. El aprendizaje no se construye desde el regaño o la humillación, sino desde el diálogo respetuoso y la resolución de conflictos de manera fraterna, pues al final estaremos hombro a hombro con ellos.
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