¡Allende vive! 52 años de memoria indómita

"…, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor": Allende

«…, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor»: Allende

Regeneración, 11 de septiembre de 2025. Este 11 de septiembre, a 52 años del golpe militar que derrocó al presidente Salvador Allende en Chile, el país conmemora una de sus fechas más dolorosas.

La herida sigue abierta, y la lucha por la verdad, la justicia y la memoria continúa viva.

Aquel día de 1973, el general Augusto Pinochet encabezó una asonada militar que sumió a la nación en una dictadura de 17 años.

Un período de represión brutal y de profundas transformaciones sociales y económicas.

La justicia chilena aún investiga la gestación de ese golpe, mientras el país lucha por sanar las heridas de un pasado que se niega a ser olvidado.

El triunfo popular que llevó a Allende al poder fue un faro de esperanza para muchos.

Pro también desató la furia de las élites y del imperialismo que no podían permitir el ejemplo de un camino al socialismo por la vía democrática.

El imperialismo no podía permitirlo

La victoria de la Unidad Popular y el acoso de la derecha

El ascenso de Salvador Allende al poder en 1970, al frente de la Unidad Popular, fue un hito histórico. Tras una reñida elección, su triunfo fue ratificado por el Congreso chileno.

Sin embargo, desde el primer momento, su gobierno enfrentó un asedio implacable de la derecha interna y del gobierno de Estados Unidos.

La administración de Richard Nixon, alarmada por la posibilidad de un gobierno socialista en América Latina, desató una campaña de desestabilización económica y política.

Como relata el texto, ya en 1964, el gobierno estadounidense había invertido millones de dólares para asegurar la elección de Eduardo Frei, buscando impedir la llegada de Allende.

Para el “Comité 40”, una organización de alto nivel presidida por Henry Kissinger, la situación chilena era intolerable, pues no podían:

«…,mantenerse al margen y observar a un país convertirse en comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo», según las cínicas palabras de Kissinger.

A pesar de todo, Allende siguió adelante con su programa, implementando una amplia reforma agraria y la nacionalización del cobre, medidas que desataron el odio de sus opositores.

La crónica de un golpe anunciado y la traición de Pinochet

El golpe no fue un evento espontáneo. Fue el resultado de una prolongada campaña de desestabilización, codificada bajo el nombre de Operación FUBELT.

La CIA, actuando clandestinamente para «ocultar bien la mano americana», planeó y ejecutó diversas acciones para minar al gobierno de Allende.

Un ejemplo fue el asesinato del general René Schneider, un oficial que defendía la subordinación de las fuerzas militares al poder civil, a manos de un comando de ultraderecha con respaldo de la CIA.

La toma del poder se concretó el 11 de septiembre de 1973.

A pesar de que Salvador Allende había designado al general Augusto Pinochet como comandante en jefe del ejército solo 20 días antes, este militar traidor se puso al frente del golpe.

El día del asalto, el presidente Allende se atrincheró en el Palacio de La Moneda. Allí, mientras los aviones bombardeaban la sede de gobierno, Salvador Allende Gossens pronunció su último discurso.

Sus palabras, transmitidas por radio, resonaron con dignidad, valor y una profunda fe en el futuro del pueblo chileno.

El último discurso de un líder y la promesa de un futuro mejor

En su mensaje final, con el eco de las bombas de fondo, Allende se despidió de su pueblo. Sus palabras fueron un acto de resistencia, un testamento de sus principios.

«Quizás sea ésta la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes», dijo, y en un acto de lealtad al pueblo, afirmó: «yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo.»

Con su voz tranquila, aunque decepcionada, Salvador Allende denunció la traición de quienes, como el general Mendoza, un «general rastrero», habían faltado a su palabra.

«Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen, ni con la fuerza», afirmó.

Con una fe inquebrantable, concluyó su discurso con la esperanza de que «mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor».

Su sacrificio no fue en vano, ya que, con su muerte, se convirtió en un símbolo imperecedero de la lucha por la justicia.

La represión que siguió al golpe y el recuerdo de los crímenes

Con el derrocamiento de Allende, se inauguró una dictadura de 17 años, un período marcado por el terror y la violación sistemática de los derechos humanos.

La operación represiva fue meticulosamente planificada. La CIA, como en el sangriento golpe en Indonesia, ayudó a los militares chilenos a compilar listas de personas a ser exterminadas.

La llamada Operación Djakarta, dirigida por la organización fascista Patria y Libertad, patrocinada por la CIA, tenía como objetivo el asesinato sistemático de líderes populares.

Al día siguiente del golpe, los nombres de 3 mil líderes de alto nivel y 20 mil de nivel medio fueron distribuidos a los escuadrones de la muerte.

En el primer año de la dictadura, las víctimas se contaron por miles, aunque las estimaciones oficiales de la CIA minimizaban los crímenes.

Según el texto, la cifra real de muertos y desaparecidos podría superar los 50 mil, muy por encima de la cifra de 3 mil que manejaba la CIA.

Se estima que al menos 3 mil 300 personas fueron asesinadas.

De las cuales unos mil 200 detenidos desaparecidos, muchos de los cuales terminaron en el océano, arrojados desde helicópteros.

El régimen de Pinochet, que dejó a un 38% de la población bajo la línea de pobreza. Gobernó con mano de hierro y una insensibilidad que hoy en día sigue siendo investigada.

Verdad, justicia y memoria: el legado de las víctimas

A 52 años de aquel trágico día, Chile no olvida.

El país se ha volcado en la búsqueda de la verdad y la justicia para los más de 40 mil víctimas directas.

Es decir, entre muertos, desaparecidos y torturados.

La semana pasada, cerca de 150 familiares de desaparecidos recibieron archivos con antecedentes de sus casos, un acto de reparación histórica.

El gobierno del presidente Gabriel Boric ha impulsado un Plan Nacional de Búsqueda de Verdad y Justicia.

La cual ha realizado más de un centenar de diligencias, incluyendo excavaciones y revisión de archivos.

Además, se publicó una nómina oficial de mil469 víctimas de desaparición forzada.

Estos homenajes, que incluyen romerías al Cementerio General y «velatones» en los antiguos centros de tortura.

Esto, no son solo un acto de memoria, sino un recordatorio de que la lucha por la dignidad y la justicia sigue viva.

Aunque la historia no se detiene, es imperativo que las nuevas generaciones sepan que, como dijo Allende:

La historia es nuestra y la hacen los pueblos.