Por: Bruno Cava | Diagonal
La eliminación de la selección brasileña de la Copa Mundial, encajando 7 goles por parte de Alemania, vista en clave nacionalista
12 de julio, 2014.-El 7 a 1 no se puede explicar sólo con el fútbol. Y menos aún echando la culpa a lo «emocional», que sería caer en el viejo complejo colonizado que atribuye los propios fracasos a la pérdida de razón e incapacidad de autodisciplina: no seríamos lo bastante europeos, habríamos dejado a la atrasada naturaleza hablar más alto ante el país de la filosofía. Este no es el caso. Sin duda el “conglomerado» de CBF [Confederación Brasileña de Fútbol], la mafia del fútbol-business, la falta de entrenamiento, la falta de innovación técnica, y decisiones estratégicas erróneas son explicaciones mejores.
Pero 7 a 1 en una semifinal es más que eso. Se trata de un proyecto nacionalista que en el partido contra Alemania mostró pies de barro. El autoelogio permanente, el tono patriotero (inclusive de parte de la izquierda), el odio contra Zúñiga, la insistencia en inducir una enemistad con los argentinos, el cegador optimismo en el aire pensando que la camiseta canarinha, por sí misma, en una especie de metafísica amarillo-verde, podría enfrentarse a Alemania después de languidecer frente a México, Colombia y Chile y sin Neymar. Eso se llama nacionalismo.
No sé en qué momento ocurrió el incidente, pero el nacionalismo se sobrepuso al fútbol. Las protestas legítimas, las disidencias políticas e incluso palabras de orden que vinieron de las calles, como el #NãoVaiTerCopa, fueron ridiculizadas y acusadas de antipatrióticas y -me asombro- hasta ofensivas a los hinchas de la selección. El nacionalismo llevó a confundir la pasión por el fútbol con el amor propio. El hincha nacionalista une su destino con el de la selección, que a su vez está destinada a lo más alto.
Pero cuando la superioridad no se verifica, queda tocado en su amor propio, y, resentido, descarga sus frustraciones en aquellos que se encuentran por delante. De ahí vienen los rabiosos abucheos contra la selección que, hace un momento, le encantaba; de ahí el odio a Fred, de ahí la explosión de las pasiones tristes que vimos ayer con muchas peleas, banderas quemadas, libertinaje.
Los mismos que nos chingaban por ser disidentes de la #CopadasCopas, ahora chingaban a la selección que tanto debemos amar, inundando las redes sociales con sarcasmo del más barato, intentando conjurarse del fracaso -de aquí en lo sucesivo- ajeno.
Nuestro fútbol feo y mal entrenado se sumó a lo que el amigo Silvio ha llamado crisis de civilización: en esta Copa quieren ser grandes y pomposos exhibiéndose como el mejor evento de todos los tiempos en todos los sentidos, el más bien organizado, más bonito y con los mejores partidos, los mejores hinchas, la mejor selección, el mejor país que finalmente se impone ante el mundo. Pero queriendo ser tan grandes, fuimos pequeños.
El 7 a 1 mostró cómo el proyecto civilizaciones entero, y no sólo el fútbol, necesita urgentemente replantearse. No porque seamos atrasados y emotivos, sino porque avanzamos perdiendo algo esencial en nuestro subdesarrollo no-nacionalista. Todo fue por tierra en el 7 a 1 y deberíamos agradecer a los simpáticos adversarios de Alemania (¡y qué clase!) por el choque de realidad.