#Opinión: El bello arte de no llamar a las cosas por su nombre [Parte 2]

Por Miguel Martín Felipe

RegeneraciónMx.- En la entrega pasada estudiamos los orígenes del PRI y el PAN, que, durante sus primeros años de existencia se distinguieron por operar con base en sus valores fundacionales, mientras que, durante el resto de su existencia se fueron poco a poco convirtiendo en lo que hoy son y tratando de abolir las definiciones de izquierda y derecha.

Durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el gobierno priista se alineó aún más a los designios estadounidenses. Muy conocido es el episodio en que la cúpula del partido mandó callar a mi general Cárdenas por su apoyo a la revolución cubana durante el incidente de Bahía de Cochinos en 1961. Y qué decir de las represiones, masacres y guerra sucia que se suscitaron durante los sexenios de Díaz Ordaz y Echeverría.

Todo ello igualmente fue instruido por Washington. Sin embargo, y a pesar de todo eso, el PRI mantenía el discurso de que representaba a la auténtica izquierda, y que intentos como el PCM (Partido Comunista de México), no eran opciones genuinas para el electorado mexicano, pues, tal y como todo el bloque alineado con Estados Unidos sostenía, se trataba de oscuras fuerzas extranjeras que buscaban subvertir el orden social. Desde la guerra fría venimos arrastrando el estigma del comunismo y socialismo, aún recurrente en el discurso de ultraderecha para espantar a la población con el petate del muerto.

En 1973, de la fusión entre Telesistema Mexicano y Televisión Independiente de México, surge Televisa, que en las décadas posteriores se afianzaría como el principal aliado del régimen. El ultraconservadurismo del PAN y la izquierda radical que a veces era rematada con los adjetivos de ‘marxista’ o ‘comunista’, cumplían con el papel de los perfectos enemigos que permitían al PRI paternalista de la segunda mitad del siglo XX posicionarse como una fuerza protectora de centro que salvaguardaba los valores de la revolución.

Desde mediados de los 80 se había trazado el plan de implantar un régimen neoliberal en México por mandato de EEUU, de manera que era impensable dejar ganar a Cuauhtémoc Cárdenas, así que le fue propinado el fraude del 88 para poder continuar con el plan. Y dado que la televisión cumplía con creces su trabajo, nunca se dio nada parecido al estallido social que aquel despojo merecía.

El neoliberalismo, aquella doctrina económico-política que tiende a reducir al Estado y dar manga ancha a los empresarios; vino acompañado de un discurso que resultó muy conveniente al PRI y al PAN en el contexto de la celebrada “alternancia” en el año 2000. Comenzó a posicionarse en medios la idea de que no existían izquierda ni derecha, pues intelectuales, así como el grueso del espectro radioeléctrico y editorial, se habían encargado de pintar al PRI como lo peor y al PAN como la cura de todos los males, por lo que su visión conservadora fue hábilmente cubierta bajo banderas como la “democracia” y un nacionalismo ramplón cultivado en las pantallas de Televisa durante décadas.

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La figura de AMLO era ya muy relevante, por lo que, una vez más, la maquinaria se puso en marcha, y como hubiera sido un contrasentido histórico y hasta un ridículo si se hubiera afirmado algo como «la izquierda es un peligro para México», se prefirió hacer a Andrés Manuel López Obrador poco menos que un quinto jinete del apocalipsis, por lo que la ingente campaña mediática en su contra y el fraude electoral llevaron a Felipe Calderón a refrendar ilegítimamente el poder del PAN, que, durante el gobierno de Fox conservó el talante ultraderechista, pero que, con Calderón, fue mutando cada vez más hacia un partido neoliberal en toda regla con los intereses puestos más en lo económico que en las prioridades de la agenda ultraderechista.

Gris en cuanto a relevancia y rojo en cuanto a saldo fue el gobierno de Peña que llevó a AMLO al legítimo triunfo en 2018. De una manera muy pueril, la derecha siguió siendo sumamente cobarde al no transparentar sus verdaderas intenciones. Al no sincerarse, el gobierno de la ahora llamada Cuarta Transformación pudo tranquilamente refutar con hechos todo lo que se aseveraba. Se acusaron durante todo el sexenio malos resultados y el pueblo mexicano, que exponencialmente se fue politizando en cantidad y calidad, tenía cada vez más elementos para reconocer las mentiras vertidas sobre el gobierno y AMLO, quien se fue afianzando como líder social.

Con miras a la campaña de 2024, al menos desde dos años antes, Claudio X González aglutinó a un grupúsculo de empresarios y políticos para tratar de recuperar el poder. Si el PRD y era izquierda, el PRI centro y el PAN derecha, al menos históricamente; esto ya no importó, como tampoco importaban las posturas políticas para los ciudadanos que decidieron apoyar a este esfuerzo anti obradorista. El chiste era quitar a Morena del poder, pero una vez más sin honestidad de por medio. «Trabajamos por México», era uno de los eslóganes más recurrentes del ahora decadente aparato neoliberal, que, de paso, tuvo el desatino de ungir a Xóchitl Gálvez como candidata. Y ya conocemos el resto de la historia.

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En diversas latitudes existen partidos que llevan su identidad en el nombre. No habría ningún problema si el naciente y anodino Frente Cívico Nacional (cuyo nombre no dice absolutamente nada a nadie) se llamara Partido Conservador. Si se creen “superiores” y con marcadas “influencias europeas”, como se llegó a decir en alguna de sus marchas, podrían copiar tranquilamente, si no el nombre, sí la valentía de llamar a las cosas por su nombre.

Hay panistas como Teresa Castell o América Rangel, así como otros demasiado radicales para dicho partido, que tranquilamente dicen combatir a la izquierda. La verdad es que eso se agradece. Supongo que tienen miedo a ahuyentar al electorado que aún se mueve bajo esa lógica, pero si la izquierda no tiene empacho en asumirse como tal, lo menos que se podría esperar es que ellos se asumieran como lo que son sin esa patética fachada del nacionalismo marca Luis de Llano. No por nada, Agustín Laje los llamó “derechita cobarde”.

He ahí una revisión del enorme atraso ideológico del que sufre el bloque conservador mexicano. Supongo que temen radicalizarse porque sienten que se quedarían solos, pero, y sin afán de regodearme, yo preguntaría: ¿podrían estar más solos de lo que reflejó el resultado de la elección pasada?

En Claudia Sheinbaum, el bloque conservador encontrará a una hábil combatiente en el campo ideológico, dispuesta a trazar los puentes necesarios para el entendimiento, pero implacable ante la mentira y el juego sucio que durante el sexenio pasado trataron de utilizar sin éxito.

Ojalá maduren y, como dicen ellos, «por el bien de México», abandonen la hipocresía. De otra forma, por más partidos y frentes que formen; nosotros, el pueblo politizado, siempre tendremos con qué combatirlos y neutralizarlos. La cuarta transformación continúa.

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