Corrupción al margen, los mexicanos éramos los poseedores del petróleo y la electricidad, con algunas concesiones, sobre todo indirectas, a la iniciativa privada. Ahora no. Gracias al gobierno de Peña Nieto y a sus compromisos con quienes lo llevaron a la Presidencia, el Estado mexicano compartirá lo que con muchos esfuerzos e inversiones construyó durante décadas. Si de por sí, especialmente por nuestra vecindad con Estados Unidos, nuestra soberanía ha sido precaria y vulnerable, antes por lo menos se defendía con la propiedad pública de empresas y recursos estratégicos ambicionados por las grandes trasnacionales, que nunca, desde la expropiación de 1938, han quitado el dedo del renglón. Finalmente se les va a hacer y, al parecer, sin necesidad de presiones punitivas ni de invasiones como las dos guerras del Golfo emprendidas por Estados Unidos.
En México bastó que la derecha tecnocrática ganara el poder, desde Salinas de Gortari hasta Peña, para que se privatizaran empresas públicas que servían incluso para negociar con las grandes potencias la dignidad de un país que era ejemplo para América Latina, un buen ejemplo. Fueron suficientes 30 años y algunos más de gobiernos partidarios y defensores del neoliberalismo para desnacionalizar el país. Entre la minería, los ferrocarriles, la importación de tecnología, la liberación de nuestras fronteras y ahora los energéticos, México ha perdido y seguirá perdiendo no sólo su sello distintivo como nación soberana sino sus riquezas.
¿Quién pagará todo esto? Los mexicanos, cada vez más pobres y cada vez con menos perspectivas de mejoras en sus condiciones de vida (México, señaló la Cepal, es el único país de América Latina donde el salario es inferior al umbral de la pobreza). Antes, a pesar de un mayor autoritarismo y de la secular corrupción que nos ha caracterizado históricamente, los mexicanos teníamos oportunidades de empleo y de algunos de los beneficios de la riqueza que producíamos. Ahora no hay suficientes empleos y los salarios reales son cada vez menores: sus aumentos, incluso nominales, se otorgan siempre debajo de la inflación. La población económicamente activa en la economía informal ya ha rebasado en porcentaje a la formal y las inversiones directas de capital, por la lógica de las nuevas tecnologías, tienden a emplear pocos trabajadores, cada vez menos. O sea que no estaremos mejor aunque haya más inversiones y se genere más riqueza. Los dueños de ésta, en cambio, serán muy felices y celebrarán al PRI que antes criticaban. Finalmente la cereza del pastel, junto con la totalidad de éste, les podrá pertenecer a partir del lunes pasado; y ellos saben bien que al abrirse la puerta para que entren a sus anchas, todo lo que tendrán que hacer es tumbar las paredes, aunque sea sin mucho ruido. Ya encontraron la fórmula: ganar la Presidencia, dominar el Congreso de la Unión y ver, desde su poltrona, cómo las izquierdas continúan sin entenderse y sin asumir sus responsabilidades como oposición. Para las izquierdas los poderes fácticos encontraron también una fórmula que casi nunca falla: una inyección de oportunismo y quizá algunas compras de alto nivel en el supermercado de la política, pues bien saben que Morena, que podrá ser oposición fuerte, tardará todavía en ocupar el lugar al que aspira. Roma no se construyó en un día, pero se construyó.
El triunfo
priísta en materia energética, debe decirse, es también del PAN. Este partido estuvo en contra de la nacionalización de los bienes petroleros desde hace 75 años, cuando surgió como partido para enfrentar las políticas de Lázaro Cárdenas. Finalmente se salió con la suya con la desnacionalización del petróleo emprendida eficazmente por el priísta Peña Nieto. Salinas hizo aliados al PRI y al PAN, Peña y los empresarios cosecharon esa siembra. Si antes, juntos, terminaron con la estatización de la banca y de los ferrocarriles, ahora fue el turno de los energéticos. El país será otro a partir de ahora y no precisamente para un futuro de desarrollo económico como dijera el Presidente de la República el pasado 6 de agosto. A estas alturas del siglo XXI confundir desarrollo con crecimiento es ya pasarse de ignorancia o de deliberada mala fe, además de tratar de tomarle el pelo a los mexicanos. ¿Tendrá éxito la consulta sobre el tema energético que con ciertas dificultades están intentando los partidos de la izquierda? Ojalá, pero no quiero pecar de optimista.