Elevar a Molotov o El Tri a portavoces de la lucha social sería un insulto para muchos otros exponentes que han estado siempre al margen de la industria. Esta es la falsa bandera en el rock mexicano.
Por Miguel Martín Felipe
RegeneraciónMx, 17 de abril de 2022.- En una entrega pasada hablé sobre la campaña mediática Rock en tu idioma, a través de la cual se dieron a conocer bandas como Café Tacuba, Caifanes, Maldita Vecindad, Ritmo Peligroso, entre otras.
Históricamente, el rock se había erigido como un reducto de crítica social y resistencia. Ciertamente ha sido un poco contradictorio, pues de entrada es prácticamente imposible ser rockero al margen de la industria. Sin embargo, si personajes como Roger Waters o John Lennon hubieran sido cómodos para el establishment, no habrían tenido a la CIA vigilando sus actividades.
Cuando en septiembre de 1971 se realizó el festival de Avándaro, que fue llamado el “Woodstock mexicano”, hubo un importante recelo por parte del gobierno hacia el género. Ante menciones de marihuana y un episodio de desnudo conocido como “la encuerada de Avándaro”, no solo se cortó la transmisión radiofónica del evento, sino que se dictó línea en la prensa para desprestigiar a todo el incipiente movimiento rockero. Recordemos que dos meses atrás se había suscitado el tremendo episodio de represión conocido como “el halconazo”. El gobierno de Luis Echeverría (agente de la CIA acreditado como Litempo 14) había heredado la estafeta de la represión de Gustavo Díaz Ordaz, quien a su vez presumía como su gran triunfo el haber acabado con el movimiento del 68. Dicho sea de paso, aquel movimiento estudiantil estuvo carente de rock, pues la ideología marxista lo condenaba como parte del imperialismo yanqui.
Justamente de esa época data una canción que quedó como testimonio de lo que parecía un audaz desafío al régimen. Abuso de autoridad de Three Souls in my Mind (más tarde solo El Tri), publicada en 1974, alude directamente a Echeverría y su familia, así como al hijo de Díaz Ordaz. Cuentan las leyendas que Alejandro Lora, autor de la canción y líder de la agrupación, tuvo múltiples episodios de amenaza por parte del gobierno. Dentro de su repertorio de plagios y emulaciones de obras consagradas del rock en inglés con letras de supuesta protesta social, figuran muchas canciones que parecían dar voz a los marginados. Incluso llegó a hacer importantes arengas en contra de los partidos políticos. En tiempos recientes, el ya veterano músico ha entrado en polémica por declaraciones y arengas contra AMLO en conciertos, aunque lo más lamentable fue el salir a defender a su hija Celia, cuando en 2019 declaró desear que el avión en que AMLO viajaba se estrellara.
Los juniors irreverentes
La banda Molotov publicó en 1996 el disco ¿Dónde jugarán las niñas? El título parodia a ¿Dónde jugarán los niños?, de Maná, cuya toma de postura fue el tocar en 2019 como parte del roster de Live Aid Venezuela, un concierto que apoyaba a Juan Guaidó, político disidente del chavismo y financiado por el gobierno estadounidense. El disco significó una innovación por contener letras con lenguaje altisonante en un entorno sonoro que emulaba al punk británico. Contenía temas emblemáticos como: Que no te haga bobo Jacobo, Voto latino o Gimme the power. El disco se erigió rápidamente en una especie de bandera antisistema, pues se metía con el establishment, tanto con el gobierno, como con Televisa. Lo más curioso de todo este discurso, y que quienes en su momento consideraron a Molotov como un auténtico grupo contestatario pasaron por alto, es que la banda siempre fue parte del sistema, pues forma parte de una red de amigos, familiares y relaciones comerciales que justamente eran aquellas que pretendían criticar en sus letras.
Para empezar, el disco fue producido por los argentinos Gustavo Santaolalla y Aníbal Kerpel, ambos instados por un amigo común: Luis de Llano Macedo, quien en su momento ya les había recomendado producirles a Café Tacuba y a Maldita Vecindad sus respectivos discos debut. De Llano es una parte fundamental en la construcción del discurso cohesionante de la industria cultural de finales del Siglo XX en México, puesto que fue productor en cancha de la Copa del Mundo México 1986, así como de las visitas del papa Juan Pablo Segundo desde 1990 hasta la última en 2002. Asimismo, colabora en el disco Javier ‘Jay’ de la Cueva, músico cuya carrera se forjó totalmente dentro de Televisa. Cabe también recordar que De la Cueva fue parte de la banda Titán, la cual participó en la banda sonora de Todo el poder (1999), película del director ‘fifí’ Fernando Sariñana que estaba pensada como una especie de reclamo por la inseguridad en el entonces Distrito Federal, en un esfuerzo por desprestigiar al primer gobierno electo (de izquierda, por supuesto) de la entidad.
La última gracejada de Molotov en este 2022 es la canción No olvidemos, donde, asumiendo una posición de autoridad moral que francamente no les corresponde, los juniors “irreverentes” hacen una revisión de los pecados desde el gobierno de Echeverría, pasando por cada uno de los presidentes y destacando lo peor de sus administraciones: escándalos de corrupción, devaluaciones, matanzas, etc. Sin embargo, al llegar a AMLO, adolecen de falta de rigor y caen en la falacia que muchos actores de la derecha han ocupado para atacarlo, pues afirman: «acabó a la corrupción con un pañuelito blanco, arrasó con la pandemia con imágenes de un santo». En resumen, Molotov evidencia su reivindicación de clase y aversión a AMLO, tropos claramente identificables en el discurso de Televisa y de todo lo que rodea a los esfuerzos golpistas de Claudio X. González.
Reflexiones de telepronter
Otro reciente ejemplo de esta desconexión entre la izquierda y la supuesta naturaleza contestataria del rock ha sido la aparición del jipiteca Rubén Albarrán en un video supuestamente espontáneo y sin producción detrás (idea que no se sostuvo al notarse el reflejo de la pantalla en la que el ‘tacubo’ leía sus respectivas líneas) que pretendía poco menos que acusar de ecocida a AMLO por insistir en la construcción del tramo 5 del Tren Maya. Esta cuestión fue desmentida desde el punto de vista técnico por parte del gobierno; no hay tal ecocidio.
Reflexionemos entonces si realmente tiene algo de antisistema el asistir a un festival pagando un boleto con cuyo costo comería una familia de las tantas que hay en extrema pobreza en el país, mientras que, durante la presentación de uno de estos grupos, que jamás dejarán de estar cobijados por la industria de consumo, levantamos el puño izquierdo ante eficaces arengas contestatarias ya con dos costosas cervezas encima. La verdadera lucha social no está en el glamour de la industria cultural. Podemos, claro, abrazar esta música como franco entretenimiento, pero elevar a Molotov o El Tri a portavoces de la lucha social sería un insulto para muchos otros exponentes que han estado siempre al margen de la industria, en muchos casos por ser fieles a sus ideales. Un público politizado y cada vez menos manipulable se está encargando de mostrar a la industria cultural que la autoridad moral se gana de una forma muy distinta a solo repetir falsos himnos hasta la saciedad y emitir opiniones desinformadas desde el privilegio.
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